Interrogado el papa Francisco sobre si hay que dar una limosna a quien la pide por la calle, respondió que «hay muchos argumentos para justificarse a si mismo cuando no se da una limosna». Lo explicó el Santo Padre a una entrevista a la Cáritas de Milán, el mensual «scarp de tenis», señalando que uno de ellos es: «¿Cómo le voy a dar dinero si después él se lo gasta para tomarse un vaso de vino?». Y Francisco responde, que si es la única felicidad que tiene en la vida «está bien así». E invitó a preguntarse «más bien ¿qué hace uno a escondidas?, ¿cuál es la felicidad que uno busca escondido?».
«O más bien, a diferencia de él uno es más afortunado, tiene una casa, una esposa, hijos, ¿Qué le lleva a decir, ‘Ocúpense ustedes de él’. Una ayuda siempre es justa. Desde luego, no es bueno lanzar al pobre solo algunas monedas. Es importante el gesto, ayudar a los que piden mirándoles a los ojos y tocando sus manos. Echar el dinero y no mirarlos en los ojos no es un gesto cristiano», señala el Santo Padre.
¿Cómo educar en la limosna? El Papa contó la anécdota de una señora que conoció en Buenos Aires y que era mamá de cinco niños. El papá estaba en el trabajo, «estaban almorzando y sienten golpear a la puerta. El más grande va a abrir: ‘Mamá, hay un hombre que pide comida. ¿Qué hacemos?’. Los tres, la más pequeña una niña de cuatro años estaban comiendo una milanesa. La mamá dice: ‘Cortemos por la mitad nuestra milanesa’. Y la niña dice que no porque hay otra. ‘Es para papá esta noche. Se la tenemos que dar, tenemos que darle la nuestra’».
«Con pocas y simples palabras –prosiguió Francisco– aprendieron que se da de lo propio, lo que uno nunca querría dejar. Dos semanas después, la misma señora fue a la ciudad para realizar algunas gestiones y dejó a los niños en la casa, ellos tenían que hacer deberes, les dejó la merienda lista. Cuando regresó encontró a los tres hijos con un mendigo en la mesa con quien estaban comiendo la merienda. Habían aprendido bien y demasiado rápido, seguramente les había faltado la prudencia».
Y el Pontífice concluye explicando que «enseñar la caridad no es descargar las propias culpas, pero es un acercarse, un mirar a una miseria que llevo dentro de mí y que el Señor comprende y salva. Porque todos tenemos miserias dentro».
Zenit
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