viernes, 24 de febrero de 2017

ANTES TE CONOCÍA SOLO DE OIDAS, PERO AHORA TE HAN VISTO MIS OJOS. VIVIR SANAMENTE LA ENFERMEDAD


Si consideramos la salud como algo mucho más personal y global que el mal funcionamiento o deterioro de algún órgano del cuerpo, podemos vivir sanamente la enfermedad. Ya que vivir en paz consigo mismo, integrando los límites de la naturaleza, reconociendo la "naturalidad" de la enfermedad, siendo sujeto activo, son signos saludables.
Luchar por la salud   
Si nuestra actitud ante la enfermedad pretende ser cristiana, no puede menos que ser igual a la que tuvo Cristo: curar, atender al enfermo con entrañas de misericordia como el Buen Samaritano (Lc 10, 29ss). El sentido central de las curaciones realizadas por Jesús, más que mostrarnos su poder y dominio por encima de la naturaleza, consiste precisamente en manifestar que el Reino de Dios toma cuerpo en la persona del enfermo al reintegrarlo consigo mismo y con la comunidad.
Así la salud que nos ofrece Jesús y que es posible vivir en medio de la enfermedad mientras se lucha contra ella, implica la superación del aislamiento y de la marginación de cara a reapropiarse del propio cuerpo, de la propia mente, de toda la persona, para recobrar la normalidad de las relaciones y vivir la misión de testimoniar el amor de Dios (Mt 5, 1-20).
El cristiano debe luchar para hacer la mayor y mejor experiencia de salud en cualquier situación que se encuentre, aún en medio a la enfermedad incurable.
Hay que intentar eliminar todo el sufrimiento innecesario, luchar contra todo sufrimiento injusto y evitable, y mitigar en lo posible el sufrimiento inevitable asumiendo aquello que no se puede superar, en actitud de fidelidad a Dios. 
Integrar el sufrimiento inevitable
Luchar contra la enfermedad, implica asumir aquello que no es superable. Vivir sanamente la enfermedad conlleva vivir pacíficamente con el hecho de que la naturaleza humana es vulnerable.
Sabemos que parte del sufrimiento experimentado en la enfermedad, es ajeno a la misma enfermedad, viene de la percepción distorsionada, idealizada o dramatizada, de la misma realidad. No sólo, pues, hay que luchar contra la enfermedad y sus causas, sino también contra el dolor producido por la misma.
No hablamos de resignación, la resignación no es cristiana ya que indica abandono de sí o fatalismo. Integrar el sufrimiento, hace referencia al sujeto activo ante el propio mal, ser dueño, capaz de aceptar lo inevitable viviendo, aún en medio de ello, con la libertad propia del cristiano, con la capacidad de poner en práctica los valores. 
Vivir los valores en la enfermedad
Según Vicktor Frankl, la vida con sufrimiento, sin sentido a primera vista, puede tenerlo a partir de los valores que sea capaz de vivir. Él, que pasó por campos de concentración nazis, distingue diferentes tipos de valores:
- Valores de acción o de creación: ejercicio de las propias potenciales humanas y personales.
- Valores de asimilación: integración de cuanto positivo podamos encontrar en lo que nos rodea, interiorizándolo.
- Valores de soportación: Pensar en cómo sufrir, el dolor soportado auténticamente, conduciría a un enriquecimiento de la persona. El dolor que es afrontado, del cual no se huye y en el cual es capaz de introducirse la dinámica del amor.
Hay que tener en cuenta que, en muchas ocasiones el  sufrimiento impide tomar una determinada actitud ante él.
El cristiano ante la enfermedad grave
En la enfermedad grave, anuncio o vivencia de la posibilidad o proximidad de la muerte, el cristiano estaría llamado a:
- Reconciliarse con la vida, haciendo un balance positivo de la misma.
- Reasumir las propias opciones fundamentales, reafirmar los propios valores o cambiarlos si vemos otra opción para hacer el bien.
- Elaborar el luto por las pérdidas, ya que la enfermedad es un proceso de continuas pérdidas, el cristiano está llamado a aprender a separarse.
- Abrir el horizonte y ver más allá de las propias miserias y limitaciones, creer en la continuidad de la historia y en la aportación que cada uno hace o ha hecho en ella: ver las propias huellas vivas en alguien o en  algo por lo que ha valido y vale la pena vivir.
- Vivir la tensión propia de la esperanza: Vivir las relaciones impregnadas con un amor que supera todo mal.
Desde un punto de vista cristiano, para vivir serenamente la enfermedad tenemos como punto de referencia el modelo como Jesús ha vivido su propio sufrimiento y su propia muerte. A Él nos vamos a dirigir como modelos de relaciones sanas en medio del dolor.
VIVIR LA ENFERMEDAD EN CLAVE DE RELACIÓN SANA
Es deber de un buen cristiano atender a las propias necesidades con delicadeza: cuidarse, curarse. Se puede vivir de manera sana la tristeza, el miedo y la agresividad desencadenadas por la enfermedad.
Permitirse a sí mismo sentir y ser capaz de dar nombres a los sentimientos puedes ser parte de partida para una relación sana con los demás y con Dios.
Permitir aflorar serenamente los recuerdos hirientes del pasado, para que sean vividos y aprovecharlos para hacer un proceso de pacificación consigo mismo, reconociéndose también en los propios recuerdos. Se trata de vivir reconciliados consigo mismo.
Vivir la relación sanamente con los demás:
A veces, los demás son carne de cañón de la propia agresividad, desencadenada por la enfermedad.
A veces, los demás son "el propio infierno" porque no consiguen comprender el dolor del enfermo o no consiguen transmitir comprensión.
Otras veces, los demás son para el enfermo la fuente de la propia esperanza y lugar de consuelo, lugar donde apoyarse para caminar y salir adelante.
La experiencia de la enfermedad, el contacto con la propia vulnerabilidad puede ser ocasión para abrirse a los demás, así como hacerse más sensible y comprensivo para con los límites ajenos.
Hay enfermos que dicen que han descubierto nuevos valores con ocasión de la enfermedad.
Jesús, ante la angustia producida por la conciencia de la cercanía de la propia muerte, ha buscado la proximidad de sus amigos, ha intensificado las relaciones con ellos e incluso ha saboreado el malestar producido por la frustración en esta búsqueda, "¿no habéis podido velar conmigo'" (Mt 26, 40)
Vivir sanamente la relación con Dios: orar en la enfermedad
Ayuda mucho el ver como Jesús ha vivido su propio sufrimiento. Los sentimientos, reacciones, actitudes, comportamientos de Jesús ante la proximidad de la muerte son fuentes de inspiración y de ayuda para los enfermos y familiares.
Cuando el sufrimiento se instala en el hombre creyente, en la oración se reconoce que no hay dolor humano que pueda ser superado de forma distinta a como lo supera Dios mismo: por medio del amor.
Mientras Jesús hace la experiencia del abandono absoluto, sigue diciendo "Padre", se mantiene fiel en la oscuridad. Esta es la paradoja del creyente en medio del sufrimiento se sumerge en el misterio infinito de Dios.
Ante el sufrimiento último, ante la noche de la fe donde los sentimientos de abandono y el dolor se sobreponen, la tentación y la angustia no pueden ser superadas si no es con la decisión de cumplir la voluntad de Dios: "No sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú" (Mc 14, 36).
No se trata de una abandono irresponsable, sino de una actitud confiada mediante la cual se da testimonio de fe absoluta y de amor totalmente desprendido de sí..
Pero esta autenticidad llevada hasta el final y que encontramos en el modo de relacionarse de Jesús con el Padre en medio de la incomprensión del Misterio, podrá  darse también en el enfermo cristiano si es cultivada en todo encuentro, no sólo al final de la vida.
Lo que está en juego es la oración, es decir, la relación de diálogo con Dios.
 CONCLUSIONES
Todos nuestros sufrimientos, pérdidas y despedidas: sean de los seres queridos y de las cosas que hemos amado o sean las pérdidas propias que limitan cada vez más nuestra fuerza física, nos colocan ante la realidad de la muerte, que es el resumen de todas limitaciones.
Pueden ser leídas desde una mirada que no ve sino absurdo y sinsentido en la existencia humana. O podemos entenderlas desde la hondura de una espiritualidad de la entrega, como confianza en Dios y parte de su misteriosa pedagogía hacia la salvación
Nuestras pérdidas, nuestros sufrimientos, pueden enseñarnos algo más de nosotros mismos, de los demás y de Dios, pues ayudan a que el individuo se detenga, mire hacia atrás de otro modo y examine distinguiendo entre lo accidental y lo esencial, entre lo que vale la pena y lo que es pura apariencia.
Los sufrimientos nos preparan para hacernos más amigos de nuestras sombras y de las muertes que nos habitan y que a menudo le ocultamos a los demás, porque para ser plenamente humanos hemos de mirar la totalidad de lo que somos.
Necesitamos del proceso espiritual que nos permita afrontar desde Dios aquello que nos arrancará de nuestros amores para vivirlos definitivamente desde el Amor.
Un proceso espiritual que tiene que llevarnos a acoger el tiempo que llega, con sus quiebras y disminuciones, y descubrirlo como tiempo de Dios, que quiere hacernos más suyos.
Y haciendo que la vida fluya de nosotros hacia los otros pasando el relevo y aprendiendo a morir, con la esperanza de un nuevo comienzo que dejamos en las manos de los demás, con confianza.
La disminución total es "saberse por entero en las manos de Dios y aceptar que toda la iniciativa es suya", como  dijo el P. Arrupe.
Necesitamos la oración:
Como decía santa Teresa de Jesús "Orar es tratar de amistad, estando muchas veces a solas con Quien sabemos nos ama"
Jesús hace vida de oración, ora con el Padre, ora por nosotros y nos enseña a orar al Padre. Orar para conocernos mejor: "Jamás nos acabamos de conocer si no intentamos conocer a Dios", san Juan de la Cruz.
Hablarle como Padre, pedirle como Padre, contarle nuestros sufrimientos y pedirle remedio para ellos.
Santa Teresa decía: Cuando miramos hacia dentro y encontramos a Dios, consuela mucho ver que encontramos con quien hablar y entender que nos oye y los sentimientos de ternura que nos despierta"
"Si estáis con trabajos o tristes, miradle camino al huerto o miradle cargado con la cruz, miraros a Él con unos ojos tan hermosos y piadosos y olvidará sus dolores para consolar los vuestros, solo porque os vais con Él a consolar y porque volvéis la cabeza a mirarle"
Mirar a Jesús
Jesús en la angustia de su pasión abrió su corazón y su ser a la acción de Dios y por eso su cruz es para los cristianos icono de que somos barro y fragilidad, dolor y muerte. Pero también es signo de que estamos de determinación y resistencia, de entrega. Porque la cruz es camino que conduce a ganar, el derecho a tener voz cuando pase la guerra, a ser luz para los pueblos y sus gentes.

"En la muerte, como en un océano, vienen a confluir nuestras disminuciones bruscas y graduales... Superemos la muerte descubriendo a Dios en ella. Y lo divino se hallará instalado en el corazón de nosotros mismos; en el último reducto que parecía escapársele... Cristo ha vencido a la muerte, no sólo reprimiendo sus desafueros, sino embotando su aguijón. En virtud de la resurrección nada hay que mate necesariamente, sino que todo en nuestras vidas es susceptible de convertirse en contacto bendito de las manos divinas  y en bendita influencia de la voluntad de Dios... Tal es el hecho que domina toda explicación y toda discusión[1]

Precisamente, la resurrección de Jesús dice que todo es susceptible de convertirse en bondad. Encontrar a Dios en el sufrimiento para rendir la vida ante el Misterio, en actitud de entrega: "Tomad, Señor y recibid"


H. de Carmen



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