Si consideramos la salud como algo mucho más
personal y global que el mal funcionamiento o deterioro de algún órgano del
cuerpo, podemos vivir sanamente la enfermedad. Ya que vivir en paz consigo
mismo, integrando los límites de la naturaleza, reconociendo la
"naturalidad" de la enfermedad, siendo sujeto activo, son signos
saludables.
Luchar
por la salud
Si nuestra
actitud ante la enfermedad pretende ser cristiana, no puede menos que ser igual
a la que tuvo Cristo: curar, atender al enfermo con entrañas de misericordia
como el Buen Samaritano (Lc 10, 29ss). El sentido central de las curaciones
realizadas por Jesús, más que mostrarnos su poder y dominio por encima de la
naturaleza, consiste precisamente en manifestar que el Reino de Dios toma
cuerpo en la persona del enfermo al reintegrarlo consigo mismo y con la
comunidad.
Así la salud
que nos ofrece Jesús y que es posible vivir en medio de la enfermedad mientras
se lucha contra ella, implica la superación del aislamiento y de la marginación
de cara a reapropiarse del propio cuerpo, de la propia mente, de toda la
persona, para recobrar la normalidad de las relaciones y vivir la misión de
testimoniar el amor de Dios (Mt 5, 1-20).
El cristiano
debe luchar para hacer la mayor y mejor experiencia de salud en cualquier
situación que se encuentre, aún en medio a la enfermedad incurable.
Hay que
intentar eliminar todo el sufrimiento innecesario, luchar contra todo
sufrimiento injusto y evitable, y mitigar en lo posible el sufrimiento
inevitable asumiendo aquello que no se puede superar, en actitud de fidelidad a
Dios.
Integrar el sufrimiento inevitable
Luchar contra
la enfermedad, implica asumir aquello que no es superable. Vivir sanamente la
enfermedad conlleva vivir pacíficamente con el hecho de que la naturaleza
humana es vulnerable.
Sabemos que
parte del sufrimiento experimentado en la enfermedad, es ajeno a la misma
enfermedad, viene de la percepción distorsionada, idealizada o dramatizada, de
la misma realidad. No sólo, pues, hay que luchar contra la enfermedad y sus
causas, sino también contra el dolor producido por la misma.
No hablamos de
resignación, la resignación no es cristiana ya que indica abandono de sí o
fatalismo. Integrar el sufrimiento, hace referencia al sujeto activo ante el
propio mal, ser dueño, capaz de aceptar lo inevitable viviendo, aún en medio de
ello, con la libertad propia del cristiano, con la capacidad de poner en
práctica los valores.
Vivir los valores en la enfermedad
Según Vicktor Frankl, la vida con sufrimiento, sin
sentido a primera vista, puede tenerlo a partir de los valores que sea capaz de
vivir. Él, que pasó por campos de concentración nazis, distingue diferentes
tipos de valores:
- Valores de acción o de
creación: ejercicio de las propias potenciales humanas y personales.
- Valores de asimilación:
integración de cuanto positivo podamos encontrar en lo que nos rodea,
interiorizándolo.
- Valores de soportación:
Pensar en cómo sufrir, el dolor soportado auténticamente, conduciría a un enriquecimiento
de la persona. El dolor que es afrontado, del cual no se huye y en el cual es
capaz de introducirse la dinámica del amor.
Hay que tener en cuenta que, en muchas ocasiones
el sufrimiento impide tomar una
determinada actitud ante él.
El cristiano ante la enfermedad grave
En la enfermedad grave, anuncio o vivencia de la
posibilidad o proximidad de la muerte, el cristiano estaría llamado a:
- Reconciliarse con la vida, haciendo un balance
positivo de la misma.
- Reasumir las propias opciones fundamentales,
reafirmar los propios valores o cambiarlos si vemos otra opción para hacer el
bien.
- Elaborar el luto por las pérdidas, ya que la
enfermedad es un proceso de continuas pérdidas, el cristiano está llamado a
aprender a separarse.
- Abrir el horizonte y ver más allá de las propias
miserias y limitaciones, creer en la continuidad de la historia y en la
aportación que cada uno hace o ha hecho en ella: ver las propias huellas vivas
en alguien o en algo por lo que ha
valido y vale la pena vivir.
- Vivir la tensión propia de la esperanza: Vivir las
relaciones impregnadas con un amor que supera todo mal.
Desde
un punto de vista cristiano, para vivir serenamente la enfermedad tenemos como
punto de referencia el modelo como Jesús ha vivido su propio sufrimiento y su
propia muerte. A Él nos vamos a dirigir como modelos de relaciones sanas en
medio del dolor.
VIVIR LA ENFERMEDAD EN CLAVE DE RELACIÓN SANA
Es deber de un buen cristiano atender a las propias
necesidades con delicadeza: cuidarse, curarse. Se puede vivir de manera sana la
tristeza, el miedo y la agresividad desencadenadas por la enfermedad.
Permitirse a sí mismo sentir y ser capaz de dar
nombres a los sentimientos puedes ser parte de partida para una relación sana
con los demás y con Dios.
Permitir aflorar serenamente los recuerdos hirientes
del pasado, para que sean vividos y aprovecharlos para hacer un proceso de
pacificación consigo mismo, reconociéndose también en los propios recuerdos. Se
trata de vivir reconciliados consigo mismo.
Vivir la relación sanamente con los demás:
A veces, los demás son carne de cañón de la propia
agresividad, desencadenada por la enfermedad.
A veces, los demás son "el propio
infierno" porque no consiguen comprender el dolor del enfermo o no
consiguen transmitir comprensión.
Otras veces, los demás son para el enfermo la fuente
de la propia esperanza y lugar de consuelo, lugar donde apoyarse para caminar y
salir adelante.
La experiencia de la enfermedad, el contacto con la
propia vulnerabilidad puede ser ocasión para abrirse a los demás, así como
hacerse más sensible y comprensivo para con los límites ajenos.
Hay enfermos que dicen que han descubierto nuevos
valores con ocasión de la enfermedad.
Jesús, ante la angustia producida por la conciencia
de la cercanía de la propia muerte, ha buscado la proximidad de sus amigos, ha
intensificado las relaciones con ellos e incluso ha saboreado el malestar
producido por la frustración en esta búsqueda, "¿no habéis podido velar conmigo'" (Mt 26, 40)
Vivir sanamente la relación con Dios: orar en la
enfermedad
Ayuda mucho el ver como Jesús ha vivido su propio
sufrimiento. Los sentimientos, reacciones, actitudes, comportamientos de Jesús
ante la proximidad de la muerte son fuentes de inspiración y de ayuda para los
enfermos y familiares.
Cuando el sufrimiento se instala en el hombre
creyente, en la oración se reconoce que no hay dolor humano que pueda ser
superado de forma distinta a como lo supera Dios mismo: por medio del amor.
Mientras Jesús hace la experiencia del abandono
absoluto, sigue diciendo "Padre", se mantiene fiel en la oscuridad. Esta es la paradoja del creyente en medio
del sufrimiento se sumerge en el misterio infinito de Dios.
Ante el sufrimiento último, ante la noche de la fe
donde los sentimientos de abandono y el dolor se sobreponen, la tentación y la
angustia no pueden ser superadas si no es con la decisión de cumplir la
voluntad de Dios: "No sea lo que yo
quiero, sino lo que quieres Tú" (Mc 14, 36).
No se trata de una abandono irresponsable, sino de
una actitud confiada mediante la cual se da testimonio de fe absoluta y de amor
totalmente desprendido de sí..
Pero esta
autenticidad llevada hasta el final y que encontramos en el modo de relacionarse
de Jesús con el Padre en medio de la incomprensión del Misterio, podrá darse también en el enfermo cristiano si es
cultivada en todo encuentro, no sólo al final de la vida.
Lo que está en juego es la oración, es decir, la
relación de diálogo con Dios.
CONCLUSIONES
Todos nuestros sufrimientos, pérdidas y despedidas:
sean de los seres queridos y de las cosas que hemos amado o sean las pérdidas
propias que limitan cada vez más nuestra fuerza física, nos colocan ante la
realidad de la muerte, que es el resumen de todas limitaciones.
Pueden ser leídas desde una mirada que no ve sino
absurdo y sinsentido en la existencia humana. O podemos entenderlas desde la hondura de una espiritualidad de la
entrega, como confianza en Dios y parte de su misteriosa pedagogía hacia la
salvación
Nuestras
pérdidas, nuestros sufrimientos, pueden enseñarnos algo más de nosotros mismos,
de los demás y de Dios, pues ayudan a que el individuo se detenga, mire hacia
atrás de otro modo y examine distinguiendo entre lo accidental y lo esencial,
entre lo que vale la pena y lo que es pura apariencia.
Los sufrimientos
nos preparan para hacernos más amigos de nuestras sombras y de las muertes que
nos habitan y que a menudo le ocultamos a los demás, porque para ser plenamente
humanos hemos de mirar la totalidad de lo que somos.
Necesitamos
del proceso espiritual que nos permita afrontar desde Dios aquello que nos
arrancará de nuestros amores para vivirlos definitivamente desde el Amor.
Un proceso
espiritual que tiene que llevarnos a acoger el tiempo que llega, con sus
quiebras y disminuciones, y descubrirlo como tiempo de Dios, que quiere
hacernos más suyos.
Y haciendo que
la vida fluya de nosotros hacia los otros pasando el relevo y aprendiendo a
morir, con la esperanza de un nuevo comienzo que dejamos en las manos de los
demás, con confianza.
La disminución
total es "saberse por entero en las
manos de Dios y aceptar que toda la iniciativa es suya", como dijo el P. Arrupe.
Necesitamos
la oración:
Como decía
santa Teresa de Jesús "Orar es
tratar de amistad, estando muchas veces a solas con Quien sabemos nos ama"
Jesús hace vida de oración, ora con el Padre, ora por
nosotros y nos enseña a orar al Padre. Orar para conocernos mejor: "Jamás nos acabamos de conocer si no
intentamos conocer a Dios", san Juan de la Cruz.
Hablarle como Padre, pedirle como Padre, contarle
nuestros sufrimientos y pedirle remedio para ellos.
Santa Teresa decía: Cuando miramos hacia dentro y encontramos a Dios, consuela mucho ver
que encontramos con quien hablar y entender que nos oye y los sentimientos de
ternura que nos despierta"
"Si
estáis con trabajos o tristes, miradle camino al huerto o miradle cargado con
la cruz, miraros a Él con unos ojos tan hermosos y piadosos y olvidará sus
dolores para consolar los vuestros, solo porque os vais con Él a consolar y
porque volvéis la cabeza a mirarle"
Mirar a Jesús
Jesús en la angustia de su pasión abrió su corazón y
su ser a la acción de Dios y por eso su cruz es para los cristianos icono de
que somos barro y fragilidad, dolor y muerte. Pero también es signo de que
estamos de determinación y resistencia, de entrega. Porque la cruz es camino
que conduce a ganar, el derecho a tener voz cuando pase la guerra, a ser luz para
los pueblos y sus gentes.
"En la muerte, como en un océano, vienen a confluir nuestras disminuciones
bruscas y graduales... Superemos la muerte descubriendo a Dios en ella. Y lo
divino se hallará instalado en el corazón de nosotros mismos; en el último
reducto que parecía escapársele... Cristo ha vencido a la muerte, no sólo
reprimiendo sus desafueros, sino embotando su aguijón. En virtud de la
resurrección nada hay que mate necesariamente, sino que todo en nuestras vidas
es susceptible de convertirse en contacto bendito de las manos divinas y en bendita influencia de la voluntad de
Dios... Tal es el hecho que domina toda explicación y toda discusión[1]
Precisamente, la resurrección de Jesús dice que todo
es susceptible de convertirse en bondad. Encontrar a Dios en el sufrimiento
para rendir la vida ante el Misterio, en actitud de entrega: "Tomad, Señor
y recibid"
H. de Carmen
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