Así relata el Capítulo 9 del Libro de los Hechos de los Apóstoles, la Conversión del Apóstol San Pablo, hasta entonces llamado Saulo. «Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las Sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres. Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del Cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. El preguntó: “¿Quién eres tú, Señor?”. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”, le respondió la voz. “Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer”. Los que le acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le tomaron de la mano y le llevaron a Damasco. Allí estuvo tres días sin comer ni beber».
A continuación, el Señor ordenó a Ananías, uno de sus discípulos, que acudiera al lugar donde estaba Pablo. Siguiendo sus órdenes, le impuso las manos: Saulo recobró inmediatamente la vista. De esta forma, empezó el apostolado del principal propagador del Cristianismo.
Sobre la importancia de este hecho fundamental de la fe e historia cristianas, el sacerdote y profesor Senén Vidal aporta en su libro Pablo, de Tarso a Roma, dos precisiones importantes. En primer lugar, «la experiencia revelacional de Pablo coincide, en cuanto a sus sentido y a su estructura fundamentales, con la de todo creyente. Porque, siguiendo la terminología empleada por los textos paulinos, todo creyente puede afirmar que ha recibido la “iluminación”, el “conocimiento”, la “revelación” de Jesús, el crucificado resucitado, como Salvador definitivo».
No obstante -y es la segunda precisión-, Vidal añade que «dentro de esa perspectiva, hay que decir que la revelación experimentada por aquellos primeros cristianos y por Pablo tuvo una función especial e irrepetible en la historia del movimiento cristiano, ya que se convirtió en referencia fundamental para todo el camino posterior de aquel movimiento».
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)
Alfa y Omega
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