Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy Jesús nos invita a reflexionar sobre dos estilos de vida contrapuestos: aquel mundano y aquel del Evangelio. El espíritu del mundo no es el espíritu de Jesús. Y lo hace mediante la narración de la parábola del administrador infiel y corrupto, que es alabado por Jesús no obstante su deshonestidad (Cfr. Lc 16,1-13). En seguida, es necesario precisar que este administrador no es presentado como un modelo a seguir, sino como un ejemplo de astucia. Este hombre es acusado de una mala gestión de los negocios de su amo y, antes de ser echado, busca astutamente cautivar la benevolencia de los deudores, condonando a ellos una parte de la deuda para asegurarse así un futuro. Comentando este comportamiento, Jesús observa: «Los hijos de este mundo son más astutos en su trato con lo demás que los hijos de la luz» (v. 8).
A tal astucia mundana nosotros estamos llamados a responder con la astucia cristiana, que es un don del Espíritu Santo. Se trata de alejarse del espíritu y de los valores del mundo, que tanto gustan al demonio, para vivir según el Evangelio. Y la mundanidad, ¿Cómo se manifiesta? La mundanidad se manifiesta con actitudes de corrupción, de engaño, de prepotencia, y constituyen el camino más equivocado, el camino del pecado, porque la una te lleva a la otra, ¡eh! Es como una cadena, a pesar – es verdad – que esa sea la más cómoda de recorrer, generalmente. En cambio, el espíritu del Evangelio requiere un estilo de vida serio – serio pero gozoso, ¡eh! Lleno de alegría – y comprometido, impostado en la honestidad, en la rectitud, en el respeto a los demás y a su dignidad, en el sentido del deber. ¡Y esta es la astucia cristiana!
El recorrido de la vida necesariamente implica una elección entre estos dos caminos: entre honestidad y deshonestidad, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre el bien y el mal. No se puede oscilar entre la una y la otra, porque se mueven sobre lógicas diversas y contrastantes. El profeta Elías decía al pueblo de Israel que caminaba sobre estas vías: “Ustedes cojean con los dos pies”. Es una bella imagen. Es importante decidir qué dirección tomar y luego, una vez decidida aquella justa, caminar con impulso y determinación, encomendándose a la gracia del Señor y a la ayuda de su Espíritu. Fuerte y categórico es la conclusión del pasaje evangélico: «Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo» (v. 13).
Con esta enseñanza, Jesús hoy nos exhorta a hacer una elección clara entre Él y el espíritu del mundo, entre la lógica de la corrupción, de la prepotencia y de la avaricia y aquella de la rectitud, de la mansedumbre y del compartir. Alguno se comporta con la corrupción como con las drogas: piensa de poderlas usar y dejarlas cuando quiere. Se comienza con poco: un manojo de aquí y una coima de allá… Y entre esta y aquella lentamente se pierde la libertad. También la corrupción produce dependencia, y genera pobreza, explotación, sufrimiento. ¡Y cuantas víctimas existen hoy en el mundo! Cuántas víctimas de esta difundida corrupción. En cambio, cuando buscamos seguir la lógica evangélica de la integridad, de la transparencia en las intenciones y en los comportamientos, de la fraternidad, nosotros nos convertimos en artesanos de justicia y abrimos horizontes de esperanza para la humanidad. En la gratuidad y en la donación de nosotros mismos a nuestros hermanos, servimos al amo justo: Dios.
La Virgen María nos ayude a escoger en cada ocasión y a todo costo el camino justo, encontrando también el coraje de caminar contra corriente, para poder seguir a Jesús y a su Evangelio.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)
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