Corren malos tiempos para lo religioso. Hacia afuera, pero especialmente hacia adentro. La imagen que desde algunos sectores se está dando del funcionamiento de la Iglesia, o de los católicos, es sencillamente lamentable.
No faltan días en los que los adalides de la ortodoxia, del "Iglesia sólo soy yo", los nostálgicos de la hoguera, colocan en su diana a aquella persona a la que asaetear desde su atalaya de dominación y fariseismo.
Da igual que sea un cura de pueblo, un sacerdote conocido, una monja mediática, un pobre religioso que deja su vida por los más pobres (pero no usa clergyman), un obispo "moderado", un cardenal reformador, o hasta el mismísimo Papa (o antipapa, o usurpador, o traidor, según el caso).
Tampoco importa el modo: robando fotos, colándose en eventos privados, mintiendo, falseando la realidad... Lo realmente relevante es la satisfacción que se produce en sus glándulas mientras apuntan... y disparan. Después, como todo francotirador a sueldo, desaparecen sin dejar rastro, únicamente el reguero de sangre de la víctima.
Lamentablemente, todo esto sucede en esta nuestra Iglesia. Ante el silencio o, lo que es peor, el miedo cómplice, de algunos, que actúan al son del terror de pensar que, si no les hago caso, el próximo seré yo.
Quién sabe, tal vez el próximo sea usted, o yo. O, seguramente, el mismísimo Jesucristo. Por fortuna, las balas se vuelven contra ellos... Las repele el Evangelio. Y la buena gente.
Jesús Bastante
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