Yo creo en la Vida Eterna y creo en el Reino de los Cielos (la Nueva Jerusalén). Creo en el Reino prometido donde veremos más gente de la que pensamos. Dicen que "los primeros serán los últimos y los últimos los primeros". Y creo que ese Reino comenzó aquí con Jesús de Nazaret, y que sigue en nuestras manos y en los proyectos que liberan y humanizan al hombre.
Pero también creo, como dice el Señor, que existen condiciones para pasar a esa Gran Fiesta. Es por ello que dedico hoy un momento para pensar quiénes son esa multitud de seres humanos que luchan hoy por vivirlo ya y que al final participarán del Gran y Eterno Banquete. Un Banquete Festivo donde veremos colmadas todas las aspiraciones bellas, justas y liberadoras de la humanidad.
Yo creo que al cielo no se entra sin unas humildes y desgastadas alpargatas, con las que hayamos recorrido los caminos del mundo al encuentro con los pequeños, los últimos, los desheredados de la tierra. No podremos entrar en el con los lustrosos zapatos del poder por el poder. No entraremos luciendo el calzado realizado con la piel y la vida de aquellos a los que estamos llamados a servir y no a servirnos de ellos.
Pienso que para entrar hay que enseñar las manos encallecidas y selladas por el sello de los pobres, de los que tienen hambre y sed de justicia. Unas manos vacías y desprendidas de todo apego al dinero.
Difícil será participar de esta Eterna Vida Plena sin haber servido, con verdad, a la causa de Dios: el hombre y sus causas justas; el amor y cuidado por la Madre Tierra que nos alimenta; la distribución equitativa de la riqueza del planeta. No, no se entra al cielo despreciando o siendo indiferente a los deseos de Dios, claros y contundentes en su Palabra. Sin interpretaciones "torticeras", exclusivas, hipócritas e interesadas.
No seremos de los invitados al Banquete sin acudir primero en auxilio del enfermo; sin dar en justicia de comer, de lo suyo, al hambriento; sin calmar la sed -con el agua del respeto de la dignidad humana- del sediento; sin dar techo al que no lo tiene por falta de recursos; sin compartir mi manto para vestir al desnudo; sin visitar a los presos y escuchar miles de historias quebradas por el pecado personal y social; sin recoger los cristales rotos de un egoísmo y soberbia desmedida que nos lleva, en algunos casos, a tratar a las personas como cosas, pisoteando su dignidad; sin tratar dignamente a los difuntos, restos sagrados de una vida, que es don de Dios
Sin enseñar al que no sabe, permitiendo así que se le siga "manoseando", precisamente porque no sabe; sin dar buen consejo al que lo necesita, a riesgo que por ello, pongan nuestra cabeza en una bandeja o nuestra vida a los pies de los caballos; sin corregir con amor al que se equivoca o actúa con conciencia maliciosa; sin perdonar las ofensas que nos hacen y las que hacemos a otros; sin consolar a los que lloran o contienen con rabia sus lágrimas por razones justas y honradas; sin llevar pacientemente los defectos soportables del prójimo; sin rezar a Dios más por los vivos que existen y tienen necesidades concretas, que por los difuntos. No olvidemos que nuestro Dios es un Dios de Vivos, pues para Él todos viven.
No cruzaremos la puerta de la Nueva Vida sin una túnica blanca e inmaculada y una felicidad enorme por habernos gastado por el Reino. No participaremos de él amargados y habiendo amargado la vida de los demás. Entraremos en él, felices porque fuimos pobres en espíritu y pobres por nuestro desapego a tantos "becerros de oro" a quienes nos vendemos por tres cuartos.
Seremos parte de la Multitud de los Elegidos porque lloramos con aquellos que lloran e hicimos nuestras sus lagrimas; porque fuimos humildes y sencillos como el mismo Dios; porque hicimos lo posible por compartir en nuestras carnes el hambre y sed de justicia de un pueblo que aún espera ser saciado; porque nuestra meta fue vivir siendo misericordiosos; porque en nuestros ojos se dejó ver que fuimos trasparentes y de limpio corazón; porque procuramos la Paz, de por dentro y de por fuera; porque fuimos "perseguidos" por querer plantar en el planeta un ordenamiento económico más humano y justo, donde todos seamos y nos tratemos de verdad como hermanos y no como siervos; porque nos insultaron, difamaron, calumniaron con falsedad y maldad por decir la verdad con rodeos o sin ellos.
(Antonio Ramos Ayala, sacerdote) Religión Digital
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