«Desde lo hondo a ti grito, Señor». El salmo 130 han sido las únicas palabras que, cantadas en hebreo por el rabino jefe de Polonia, Michael Schudrich, y repetidas en polaco por un sacerdote católico, se han escuchado este viernes durante la visita del Papa Francisco a los campos de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau.
El Papa visitó primer Auschwitz I. En silencio, atravesó la verja con el letrero «El trabajo hace libres», y se sentó durante casi un cuarto de hora para rezar entre los edificios del campo, en el lugar donde se hacía el recuento y donde san Maximiliano Kolbe ofreció su vida a cambio de la de otro preso. Hoy hace 75 años, el franciscano conventual se ofreció a intercambiarse por un preso condenado a muerte junto con otros nueve como represalia por la fuga de un compañero.
Después besó el poste de la estructura donde se colgaba a los presos como castigo, y saludó a 11 judíos supervivientes que le esperaban en el patio donde eran ejecutados los presos. Entre ellos, estaba la pianista Helena Dunicsz, que el sábado cumple 101 años y que ha acogido en su casa a peregrinos de la JMJ.
En la celda del hambre
A continuación, como hicieron sus predecesores, ha presentado su homenaje ante el muro de los fusilamientos. En este caso ha sido una lámpara, cuya base de madera imita la verja del campo, erosionada por el tiempo, que representa el poder que asume la supremacía sobre el hombre y la naturaleza. Entre estas ruinas, surgen la fauna y la fauna, símbolo de la redención de la historia realizada por Cristo. Por último, la lámpara tiene un Sagrado Corazón de Jesús en el que arde el fuego de la caridad.
Otro de los momentos clave de la visita han sido los diez minutos de oración en la celda del hambre, donde san Maximiliano Kolbe pasó sus últimos días, confortando a los otros nueve presos condenados a muerte por él. A la salida de la celda, ha firmado en español en el libro de honor del campo: «¡Señor, ten piedad de tu pueblo! ¡Señor, perdón por tanta crueldad!»
Después, la comitiva papal recorrió en coche los tres kilómetros que los separaban de Auschwitz II-Birkenau, donde le esperaban un millar de personas, entre ellos otros supervivientes ¬–presos políticos– y 25 justos de las naciones, personas que ayudaron a los judíos. pasó sus últimos días, confortando a los otros nueve presos condenados a muerte por él. A la salida de la celda, ha firmado en español en el libro de honor del campo: «¡Señor, ten piedad de tu pueblo! ¡Señor, perdón por tanta crueldad!»
Justos entre las naciones
Después, la comitiva papal recorrió en coche los tres kilómetros que los separaban de Auschwitz II-Birkenau, donde le esperaban un millar de personas, entre ellos otros supervivientes ¬–presos políticos– y 25 justos de las naciones, personas que ayudaron a los judíos.
Después del rezo del salmo 130, el Santo Padre ha rezado y colocado una vela al lado de las lápidas que conmemoran el Holocausto en los idiomas de los 23 países de los que eran los prisioneros del campo. Luego ha saludado uno a uno a los 25 justos entre las naciones.
Entre ellos, estaba también Janina Kierstan, madre general de las hermanas franciscanas, en memoria de sor Matylda Getter, que salvó a 500 niños y 250 ancianos del gueto de Varosvia; y el sacerdote Stanislaw Ruszala, de Markowa, en recuerdo del matrimonio de Józef y Wiktoria Ulma, que junto con sus siete hijos fueron asesinados por los nazis por ayudar a judíos. Su causa de canonización se abrió en 2003.
María Martínez López
Alfa y Omega
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