Dios habla de muchas
maneras. Una puede pasar casi inadvertida, como si fuese un susurro suave y
discreto.
¿Cuándo
ocurre eso? Cuando en lo íntimo de la conciencia escucho una voz tranquila y
constante que me invita a dejar comportamientos dañinos para escoger el camino
del Evangelio.
Esa
voz no amenaza, no interrumpe, no se impone. Aparece y desaparece como una
señal amable, como una invitación respetuosa.
De
esta manera, Dios pone ante los ojos de mi alma un camino nuevo. Camino de
esperanza, de fe, de amor, de alegría. Camino de renuncia: Cristo lo pide todo,
porque antes lo ha dado todo.
Un
susurro divino ha llegado a mi existencia. Puedo seguir como si nada hubiera
ocurrido, pero también reconozco que Dios lo merece todo.
La
invitación ha quedado sobre la mesa de mi corazón. Dios espera, sin prisas, con
el anhelo de un Padre que suplica la respuesta de uno de sus hijos.
Si
me atrinchero en mis problemas, si me sumerjo en mis planes personales, si me
excuso bajo el escudo de mi personalidad, no se producirá el milagro. Dios
llorará, en silencio, ante mi dureza y mi apatía.
En
cambio, si acojo ese susurro, hoy será el día del gran cambio. Acoger la
invitación de Dios me lanzará a un horizonte nuevo, me hará saltar hacia el
misterio de la fe, me ayudará a romper con el egoísmo, empezaré la aventura del
amor.
P. Fernando Pasual
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