Rodrigo
Miranda, sacerdote en Siria, pide al Papa que sea más claro con el apoyo a los
cristianos en Alepo «porque la caridad empieza por casa»
El sacerdote chileno Rodrigo
Miranda llegó a Alepo, la capital de Siria, en marzo de 2011, nueve meses antes
de que comenzara la guerra que se ha cobrado ya 470.000 muertos y ha dejado 12
millones de desplazados y refugiados. Licenciado en Bellas Artes y especialista
en la cultura árabe, el padre Rodrigo asegura que aprendió a ser sacerdote en
Siria en medio del sufrimiento de una minoría cristiana que ha pasado en los
últimos cinco años del 10 al 2% de la población. Miembro del Instituto Verbo
Encarnado, este sacerdote ha sido responsable de la pastoral de la catedral
latina de Alepo hasta que tuvo que abandonar el país a finales de 2014.
¿Qué
tipo de guerra hay en Siria?
Es una oposición al Gobierno de
Bashar al-Ásad compuesta por muchos grupos de sirios –entre ellos Al Qaeda– y
que tratan de derrocar al presidente. Por lo tanto, no es una guerra civil. En
realidad es una extensión del conflicto de Irak.
En
este contexto, ¿cuál es la situación de los cristianos?
Son el blanco de los grupos de
la oposición, no solo del Daesh. Pero no son las únicas víctimas. A nosotros
nos llega la información de que los cristianos apoyan al Bashar al-Ásad, pero
esto en realidad tiene que ver con la elección de las comunidades cristianas
por la protección y también por no permitir la aplicación de la ley islámica,
ya que esto significaría que los cristianos fueran tratados como han sido
tratados históricamente. Es decir, que deben convertirse al islam o pagar el
«jizya» (impuesto) para ser tratados como infieles admitidos dentro de la
comunidad islámica. Por lo tanto, el trato siempre será malo.
¿Cómo
es la Iglesia en Alepo?
Sigue siendo una Iglesia muy
fervorosa, muy devota, con mucha actividad. Nosotros, los de rito latino, somos
la minoría dentro de la minoría.
¿Cómo
es la vida de los cristianos?
Desde el inicio de la guerra ha
sido muy dura. Ahora mi comunidad lleva cinco meses sin agua ni electricidad.
Se han ido buscando soluciones para sobrevivir pero hay momentos muy
dramáticos. Además los barrios cristianos han sido destruidos.
Y,
¿antes de la guerra?
Los fines de semana teníamos en
la misa entre 250 y 300 personas, ahora debemos tener 15. A las iglesias del
centro de la ciudad acude más gente porque están más protegidas. Al ser una
minoría todos nos conocemos. Uno conoce por nombre y apellido las personas que
han sido asesinadas.
¿Cómo
se transmite el Evangelio en medio de tanto dolor? ¿Cómo se habla de esperanza?
En todos los años que estuve en
Siria no escuché a ninguna persona quejarse contra Dios. Lo contrario.
Agradecen a Dios por cada día. Cuando te cuentan las historias más escabrosas
siempre terminan diciendo: «Pero gracias a Dios estamos vivos, podemos venir a
la Iglesia». Los cristianos de Oriente Medio tienen un temple distinto. Cada
vez que hay un bombardeo, se llena la Iglesia. No veo rostros tristes aunque
eso no signifique que no sufran.
¿Cómo
les ayuda la Iglesia?
La Iglesia católica en sus
diferentes ritos es la que ha sostenido la ayuda. No solo en lo material sino
también a la hora ofrecer esperanza. Sobre todo porque los cristianos de Irak y
Siria se sienten abandonados. Obviamente ellos no esperan mucho de la comunidad
internacional, pero tampoco de la Iglesia Occidental. Tanto acento puesto a la
crisis de refugiados cuando ellos son asesinados en la ciudad…
El
Papa ha llamado la atención sobre el conflicto en varias ocasiones…
Gracias a Dios ha habido varias
intervenciones pero a mí me gustaría que fuera más claro porque la caridad
comienza por casa. Cuando en nuestras parroquias están siendo asesinados
literalmente nuestros cristianos y piden la ayuda de la Iglesia de afuera y
simplemente no se les ayuda entonces se mira con desazón lo que hace la Iglesia
en Occidente. Por eso a mí me gustaría que fuese una cosa más clara de ayuda
concreta. Lo digo porque es lo que yo percibo de los cristianos en Alepo.
¿Qué
mensaje dan a la Iglesia estos cristianos?
Su testimonio es un antídoto al
mundo mediocre y decadente de nuestras sociedades. Nos hacen despertar a las
cosas esenciales e importantes de la vida. Nos invitan a preguntarnos en qué
estamos perdiendo la vida o qué estamos haciendo para ganarla. En Occidente uno
tiene que hacer toda una pastoral hollywoodense para atraer a los jóvenes a la
parroquia. En Alepo muchas veces se sentaban a hablar de qué pasaría si
entraran a sus barrios a asesinarlos. Me preguntaban: «Padre, ¿es cierto que
uno tendría que dar la vida por Cristo?». Esos eran sus temas de conversación.
Yo aprendí a ser sacerdote en Siria.
Laura Daniele/AB
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