“Queridos hermanos y hermanas. La parábola del rico Epulón y del pobre
Lázaro presenta dos modos de vivir que se contraponen. El rico disfruta de una
vida de lujo y derroche; en cambio, Lázaro está a su puerta en la más absoluta
indigencia, y es una llamada constante a la conversión del opulento, que este
no acoge”.
Si
excluimos al pobre, excluimos a Dios. En la
catequesis impartida en italiano, el pontífice nota un particular en la
parábola: el rico no tiene nombre, mientras el nombre del pobre se repite cinco
veces. Lázaro significa “Dios ayuda”, dice Francisco, e indica que al excluir a
Lázaro, el rico no está considerando ni al Señor ni a su Ley:
“La situación se invirtió para ambos después de la muerte. El rico fue
condenado a los tormentos del infierno, no por sus riquezas, sino por no compadecerse
del pobre. En su desgracia, pidió ayuda a Abrahán, con quien estaba Lázaro.
Pero su petición no pudo ser acogida, porque la puerta que separaba al rico del
pobre en esta vida se había transformado después de la muerte en un gran
abismo”.
He aquí
la clave de lectura. Porque
bienes y males fueron distribuidos de modo de compensar la injusticia terrena,
aquella puerta que separaba al rico del pobre en la tierra, después de la
muerte se convierte en “un abismo”, explicó Francisco, al señalar que es el
mismo Abrahán quien da la clave de lectura en la parábola, cuando declara
imposible atender el pedido del hombre rico. “Mientras ambos estaban con vida,
había posibilidad de salvación” afirma el Papa, a la vez que indica que la
parábola nos pone claramente en guardia: “la misericordia de Dios está unida a
la nuestra con el prójimo”. “Si yo no abro las puertas de mi corazón al pobre,
esa puerta, permanece cerrada también para Dios. Y esto es terrible”.
“Esta parábola -continuó diciendo en nuestro idioma- ,nos enseña que la
misericordia de Dios con nosotros está estrechamente unida a la nuestra con el
prójimo; cuando falta nuestra misericordia con los demás, la de Dios no
puede entrar en nuestro corazón cerrado. Dios quiere que lo amemos a través de
aquellos que encontramos en nuestro camino”.
Para
convertirnos no tenemos que esperar eventos prodigiosos. Concluyendo la catequesis en italiano, el
Obispo de Roma hace referencia al final de la parábola, cuando el rico piensa
en sus hermanos y pide a Abrahán que Lázaro regrese al mundo para advertirlos,
y a aquello que Abrahán les responde: “tienen a Moisés y a los profetas, que
los escuchen”. “Para convertirnos no debemos esperar eventos prodigiosos sino
abrir el corazón a la Palabra de Dios, que nos llama a amar a Dios y al
prójimo”. “Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir a los pobres que
encontramos en el camino, porque en ellos viene a nuestro encuentro el mismo
Jesús”.
Por
último, en la conclusión de la catequesis impartida en nuestro idioma, el Santo
Padre nos invitó a todos “a no perder la oportunidad, que se presenta
constantemente, de abrir la puerta del corazón al pobre y necesitado, y a
reconocer en ellos el rostro misericordioso de Dios”.
(Griselda
Mutual - Radio Vaticana)
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