No deja de ser sorprendente y muy
significativo que una serie de teólogos considerados
"malditos" durante el largo invierno eclesial del postconcilio,
sean ahora no solo admiradores entusiastas del Papa Francisco, sino que se
hayan convertido en sus defensores frente a los que le atacan y acusan.
Estos teólogos y teólogas fueron
considerados sospechosos en sus doctrinas, algunos fueron excluidos de sus
cátedras, otros fueron censurados por sus escritos y tuvieron que defenderse de
los "monita" o advertencias que recibían de los responsables de sus Iglesias
locales y muchas veces de Roma. Su sufrimiento fue
grande, su silencio muy doloroso, pero actuaron con
"resistencia y sumisión" y permanecieron fieles a la Iglesia.
Sin pretender ser exhaustivo cito
alguno de los nombres que me son más conocidos y familiares: Hans Küng, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Eleazar
López, José Mª Castillo, Juan Masiá, José Antonio Pagola, Marciano Vidal,
Benjamín Forcano, Andrés Torres Queiruga, Juan José Tamayo y un
largo etcétera en el que habría que nombrar a teólogas como Ivone Gebara, Elisabeth Johnson y teólogos
anglosajones.
¿Qué ha pasado? Ninguno de ellos o
ellas se han retractado de sus opiniones, tal vez hayan matizado y clarificado
algunos malentendidos, pero no han cambiado de rumbo.
Lo que ha sucedido es que Francisco ha inaugurado un estilo nuevo de ejercer el Primado romano, no es teólogo profesional y no impone su propia teología, sino que es ante todo pastor, ha abierto las puertas de la Iglesia, desea una Iglesia que salga a la calle y huela a oveja, que no excluya sino que acoja y sea sacramento de misericordia, una Iglesia que sea dialogante, no autorreferencial, pobre y de los pobres, que viva la alegría del evangelio y crea en la novedad siempre sorpresiva del Espíritu. El clima eclesial ha cambiado en estos años, hay mayor libertad, se puede respirar mejor.
Lo que ha sucedido es que Francisco ha inaugurado un estilo nuevo de ejercer el Primado romano, no es teólogo profesional y no impone su propia teología, sino que es ante todo pastor, ha abierto las puertas de la Iglesia, desea una Iglesia que salga a la calle y huela a oveja, que no excluya sino que acoja y sea sacramento de misericordia, una Iglesia que sea dialogante, no autorreferencial, pobre y de los pobres, que viva la alegría del evangelio y crea en la novedad siempre sorpresiva del Espíritu. El clima eclesial ha cambiado en estos años, hay mayor libertad, se puede respirar mejor.
Y espontáneamente uno recuerda la
notable semejanza que existe entre esta situación y la de los años del
preconcilio cuando una serie de teólogos fueron censurados y acusados de defender
la llamada Nouvelle Théologie, pero que luego en tiempos de Juan XXIII fueron
los grandes teólogos del Vaticano II: Rahner, Congar, De Lubac,
Chenu, Daniélou e incluso Teilhard de Chardin ya fallecido pero
que inspiró en gran parte la Constitución sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo, Gaudium et spes.
Estos cambios, más allá de las anécdotas personales o históricas, desde una
mirada de fe, nos llevan a reconocer que la Iglesia, Pueblo de Dios peregrino
en la historia hacia el Reino, a pesar de sus errores, limitaciones y pecados,
está siempre animada y guiada por el Espíritu del Señor y que aunque, como la
luna, atraviese diferentes fases de oscuridad y de luz, nunca es abandonada por
el Señor Jesús, que es la luz de los pueblos, Lumen Gentium y la conduce "
desde las sombras y las apariencias a la verdad", como se lee en el
epitafio del beato cardenal Newman.
Y todo ello nos produce gran alegría
y esperanza de una nueva primavera pascual.
Y es un estímulo para que la teología siga siendo una instancia profética y de
frontera en la Iglesia de hoy.
(Víctor Codina sj)
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