lunes, 2 de mayo de 2016

"La misericordia evangélica se compadece del que padece y es crítica con el inmisericorde"



Con "Amoris Laetitia", el Papa "asume la tradición cristiana y critica el poder del fuerte"


"Cristo ya no juzga sino por amor, que es la clave de la gracia en el cristianismo"


El Cristo de la misericordia comparece en el Evangelio compadeciéndose de la gente, según la atinada versión de la Vulgata: misereor super turbas (Marcos, 8,2). Jesús aparece conmovido y turbado por la turba que le sigue, y que lleva tres días sin comer. La misericordia evangélica es aquí compasión activa, pero también crítica o discernidora. En efecto, Jesús se compadece de los que padecen y no de los impasibles, tiene misericordia de la gente y su miseria, y no del inmisericorde, así como perdona al pecador y no al que se autojustifica.
La misericordia evangélica se compadece del que padece y es crítica con el inmisericorde. Se trata de una misericordia crítica o discernidora, la cual no destruye la naturaleza de la justicia (humana), sino que la perfecciona. Podemos afirmar con san Pablo que la justicia es propia de la ley que procede del Antiguo Testamento, y se asienta en el Estado de derecho. Pero en medio de ella, la Iglesia cristiana representa la gracia y la misericordia, siquiera crítica y no acrítica. Por eso Jesús se compadece de la gente que padece, pero critica a los fariseos por meros leguleyos.
El Papa Francisco ha asumido la tradición cristiana de la misericordia crítica, cuando se apiada de la debilidad del débil y critica el poder del fuerte o poderoso. La clave está en que amar consiste en potenciar la impotencia y depotenciar el poder, así pues en abajar el poder y elevar al impotente, como dice el Magnificat. O como lo expresa el filósofo germano-coreano B.C.Han, amar es ser capaz de no ser capaz, o sea, de abajarse al otro. Por eso la misericordia del Papa franciscano no es populista sino encarnatoria, y no pertenece a la casuística jesuítica sino al personalismo cristiano frente al impersonalismo pagano. Pues la persona no es una mera máscara, sino un rostro personal.
El Cristo del Juicio Final de Miguel Ángel simboliza espléndidamente el amor de misericordia, compasión y perdón de Jesús en el Evangelio. En efecto, este Cristo que se dispone a enjuiciar y condenar, he aquí que detiene su gesto judicial, el cual queda contenido ante la visión a su izquierda del joven rubiáceo: el cual representa al discípulo amado y evangelista del amor, el apóstol Juan. Ahora el Cristo ya no juzga sino por amor, que es la clave de la gracia en el cristianismo. Pero el amor no es la verdad pura, purista o puritana, sino la verdad-sentido, el sentido encarnado o humanado, la entraña misericordiosa del cristianismo.
(Andrés Ortiz-Osés).

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