Tras dos
sínodos, el Papa quiere pasar de la iglesia aduana a la
iglesia hospital de campaña. Con una palanca fundamental: la
integración misericordiosa. Ésa es, a mi juicio, la clave de la Amoris laetitia y
de la vida pastoral de Francisco, simbolizada en la Virgen Desatanudos.
Vestida de rojo, con manto
azul y rodeada de pequeños angelitos que parecen susurrarle soluciones. Porque
María, con rostro serio y preocupado, mira a sus manos, donde tiene una cinta
blanca llena de nudos y sostenida por dos querubines. A sus pies, la luna, la
serpiente diabólica y Adán y Eva, expulsados del paraíso. El pecado original,
raíz de todos los males y fuente de todos los nudos.
La Virgen Desatanudos la
descubrió en Alemania, en la década de los 80 el joven jesuita Bergoglio. Y se
quedó prendado de su simbolismo: una Virgen que desata los nudos de las
personas y de la humanidad entera. La gente lo entendería nada más verlo.
Con su exhortación
postsinodal, el papa quiere comenzar a desatar el nudo que
la familia actual plantea a la rígida concepción doctrinal de la iglesia. No se
trata de desatar de golpe y porrazo todos los nudos. Su dinámica, como la de
María, es discernir los problemas, examinarlos, abordarlos y ponerse en
proceso, para poder irlos solucionando poco a poco y con tiempo.
Es la dinámica del proceso.
O lo que nuestro Machado reflejó en sus versos: "Caminante no hay camino,
se hace camino al andar".
No hay soluciones mágicas ni recetas
milagrosas. No se cambia la
doctrina en lo que se refiere a los homosexuales o a los divorciados vueltos a
casar. Pero se abre un boquete pastoral en el cemento armado de los hasta ahora
intocables principios innegociables. Un boquete que, con el tiempo, se irá
ensanchando.
La iglesia cambia de actitud y de postura. Ya no
dice a todo que no de entrada. Abre horizontes, deja vías de salida, apunta a
la acogida de las familias heridas sin ocasionar más heridos entre los
rigoristas.
Se pone en marcha un
proceso. El proceso de la integración en las filas eclesiales de todos los
hasta ahora considerados irregulares. Se les abre los brazos y se les invita a
integrarse de pleno derecho. En cada caso, el obispo y el cura verán si se
restañan sus heridas con la comunión sacramental o no.
El Papa pasa de la iglesia del no a la del
abrazo en acto. Porque, como dice un cura
amigo mío, la ternura no tiene patas. Los creyentes somos sus patas. Es la
iglesia la encargada de "acompañar, discernir e integrar la
fragilidad", como dice Francisco en un bellísimo capítulo octavo de la
exhortación.
En resumen, por encima de
casuísticas, el Papa invita a la "lógica de la misericordia
pastoral", que es la del amor incondicional de Dios. Sin prisas y sin pausas. Sin caer en la
"estéril contraposición entre la ansiedad del cambio", que provocaría
conflictos y divisiones en el seno de la comunidad, y "la aplicación pura
y simple de normas abstractas".
Iniciar un nuevo camino sin
correr demasiado. Progresistas y conservadores tendrán que
acompasar el paso al de una iglesia con entrañas de
misericordia y con la "alegría del amor" del papa desatanudos.
(José
Manuel Vidal)
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