Estos eran dos discípulos de Jesús, los cuales, tras su muerte y
pasado el sábado, dejan Jerusalén y regresan, tristes y abatidos, hacia su
aldea, llamada precisamente Emaús. A lo largo del camino Jesús resucitado se
les acercó, pero ellos no lo reconocieron. Viéndoles así tristes, les ayudó
primero a comprender que la pasión y la muerte del Mesías estaban previstas en
el designio de Dios y anunciadas en las Sagradas Escrituras; y así vuelve a
encender un fuego de esperanza en sus corazones.
Entonces, los dos discípulos percibieron una extraordinaria
atracción hacia ese hombre misterioso, y lo invitaron a permanecer con ellos
esa tarde. Jesús aceptó y entró con ellos en la casa. Y cuando, estando en la
mesa, bendijo el pan y lo partió, ellos lo reconocieron, pero Él desapareció de
su vista, dejándolos llenos de estupor. Tras ser iluminados por la Palabra,
habían reconocido a Jesús resucitado al partir el pan, nuevo signo de su
presencia. E inmediatamente sintieron la necesidad de regresar a Jerusalén,
para referir a los demás discípulos esta experiencia, que habían encontrado a
Jesús vivo y lo habían reconocido en ese gesto de la fracción del pan.
Por intercesión de María santísima, recemos a fin de que cada
cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente
en la misa dominical, redescubra la gracia del encuentro transformador con el
Señor, con el Señor resucitado, que está siempre con nosotros. Siempre hay una
Palabra de Dios que nos da la orientación después de nuestras dispersiones; y a
través de nuestros cansancios y decepciones hay siempre un Pan partido que nos
hace ir adelante en el camino.
Papa Francisco
Papa Francisco
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