Estos eran dos discípulos de Jesús, los cuales, tras su muerte y
pasado el sábado, dejan Jerusalén y regresan, tristes y abatidos, hacia su
aldea, llamada precisamente Emaús. A lo largo del camino Jesús resucitado se
les acercó, pero ellos no lo reconocieron. Viéndoles así tristes, les ayudó
primero a comprender que la pasión y la muerte del Mesías estaban previstas en
el designio de Dios y anunciadas en las Sagradas Escrituras; y así vuelve a
encender un fuego de esperanza en sus corazones.
Entonces, los dos discípulos percibieron una extraordinaria
atracción hacia ese hombre misterioso, y lo invitaron a permanecer con ellos
esa tarde. Jesús aceptó y entró con ellos en la casa. Y cuando, estando en la
mesa, bendijo el pan y lo partió, ellos lo reconocieron, pero Él desapareció de
su vista, dejándolos llenos de estupor. Tras ser iluminados por la Palabra,
habían reconocido a Jesús resucitado al partir el pan, nuevo signo de su
presencia. E inmediatamente sintieron la necesidad de regresar a Jerusalén,
para referir a los demás discípulos esta experiencia, que habían encontrado a
Jesús vivo y lo habían reconocido en ese gesto de la fracción del pan.
El camino de Emaús se convierte así en símbolo de nuestro camino
de fe: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el
encuentro con el Señor. También nosotros llegamos a menudo a la misa dominical
con nuestras preocupaciones, nuestras dificultades y desilusiones... La vida a
veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia nuestro «Emaús», dando la
espalda al proyecto de Dios. Nos alejamos de Dios. Pero nos acoge la Liturgia
de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y vuelve a encender en nuestros
corazones el calor de la fe y de la esperanza, y en la Comunión nos da fuerza.
Palabra de Dios, Eucaristía. Leer cada día un pasaje del Evangelio. Recordadlo
bien: leer cada día un pasaje del Evangelio, y los domingos ir a recibir la
comunión, recibir a Jesús. Así sucedió con los discípulos de Emaús: acogieron
la Palabra; compartieron la fracción del pan, y, de tristes y derrotados como
se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre, queridos hermanos y hermanas, la
Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría. Recordadlo bien. Cuando
estés triste, toma la Palabra de Dios. Cuando estés decaído, toma la Palabra de
Dios y ve a la misa del domingo a recibir la comunión, a participar del
misterio de Jesús. Palabra de Dios, Eucaristía: nos llenan de alegría.
Por intercesión de María santísima, recemos a fin de que cada
cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente
en la misa dominical, redescubra la gracia del encuentro transformador con el
Señor, con el Señor resucitado, que está siempre con nosotros. Siempre hay una
Palabra de Dios que nos da la orientación después de nuestras dispersiones; y a
través de nuestros cansancios y decepciones hay siempre un Pan partido que nos
hace ir adelante en el camino.
Papa Francisco
Papa Francisco

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