San Pablo, para celebrar la dicha de la salvación recuperada, dice: Lo
mismo que por Adán entró la muerte en el mundo, de la misma forma, por Cristo
la salvación fue establecida en el mundo; y en otro lugar: El primer hombre,
hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.
Y añade: Nosotros, que somos imagen del hombre
terreno, o sea, del hombre viejo y de su pecado, seremos también imagen del
hombre celestial, esto es, del perdonado, redimido, restaurado; y, en Cristo,
alcanzaremos la salvación del hombre renovado, como dice el mismo apóstol:
Primero, Cristo, es decir, el autor de la resurrección y de la vida; después
los de Cristo, o sea, los que, por haber vivido imitando su santidad, tienen la
firme esperanza de la resurrección futura y de poseer, con Cristo, el reino
prometido, como dice el mismo Señor en el evangelio: Quien me siga no perecerá,
sino que pasará de la muerte a la vida. Por ello podemos decir que la pasión
del Salvador es la salvación de la vida de los hombres.
Para esto quiso el Señor morir por nosotros, para
que, creyendo en Él, llegáramos a vivir eternamente. Quiso ser, por un tiempo,
lo que somos nosotros, para que nosotros, participando de la eternidad
prometida, viviéramos con Él eternamente. Ésta es la gracia de estos sagrados
misterios, éste el don de la Pascua, éste el contenido de la fiesta anhelada
durante todo el año, éste el comienzo de los bienes futuros.
De una homilía pascual de un autor antiguo
(Sermón 35, 6-9: PL 17 [edición 1879], 696-697)
Fuente: News.va
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