El relato de «la pesca milagrosa» en el lago de Galilea fue muy
popular entre los primeros cristianos. Varios evangelistas recogen el episodio,
pero solo Lucas culmina
la narración con una escena conmovedora que tiene por protagonista a Simón
Pedro, discípulo creyente y pecador al mismo tiempo.
Pedro es un hombre de fe, seducido por Jesús. Sus palabras
tienen para él más fuerza que su propia experiencia. Pedro sabe que nadie se
pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo si no ha capturado nada por la
noche. Pero se lo ha dicho Jesús y Pedro confía totalmente en él: «Apoyado en tu palabra, echaré las redes».
Pedro es, al mismo tiempo, un hombre de corazón sincero.
Sorprendido por la enorme pesca obtenida, «se arroja a los pies de Jesús» y con
una espontaneidad admirable le dice: «Apártate de mí,
que soy pecador». Pedro reconoce, ante todos, su pecado y su
absoluta indignidad para convivir de cerca con Jesús.
Jesús no se asusta de tener junto a sí a un discípulo
pecador. Al contrario, si se siente pecador, Pedro podrá comprender mejor su
mensaje de perdón para todos y su acogida a pecadores e indeseables. «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres».
Jesús le quita el miedo a ser un discípulo pecador y lo asocia a su misión de
reunir y convocar a hombres y mujeres de toda condición a entrar en el proyecto
salvador de Dios.
¿Por qué la Iglesia se resiste tanto a reconocer sus
pecados y confesar su necesidad de conversión? La Iglesia es de Jesucristo,
pero ella no es Jesucristo. A nadie puede extrañar que en ella haya pecado. La
Iglesia es «santa» porque vive animada por el Espíritu Santo de Jesús, pero es
«pecadora» porque no pocas veces se resiste a ese Espíritu y se aleja del
evangelio. El pecado está en los creyentes y en las instituciones; en la
jerarquía y en el pueblo de Dios; en los pastores y en las comunidades
cristianas. Todos necesitamos
conversión.
Es muy grave habituarnos a ocultar la verdad pues nos
impide comprometernos en una dinámica de conversión y renovación. Por otra
parte, ¿no es
más evangélica una Iglesia frágil y vulnerable que tiene el coraje de reconocer
su pecado, que una institución empeñada inútilmente en ocultar
al mundo sus miserias? ¿No son más creíbles nuestras comunidades cuando
colaboran con Cristo en la tarea evangelizadora, reconociendo humildemente sus
pecados y comprometiéndose a una vida cada vez más evangélica? ¿No tenemos
mucho que aprender también hoy del gran apóstol Pedro reconociendo su pecado a
los pies de Jesús?
José Antonio Pagola
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