Los evangelios permiten seguir paso a paso el itinerario espiritual de
san Pedro. El punto de partida es la llamada que le hace Jesús. Acontece en un
día cualquiera, mientras Pedro está dedicado a sus labores de pescador. Jesús
se encuentra a orillas del lago de Genesaret y la multitud lo rodea para
escucharlo.
El número
de oyentes implica un problema práctico. El Maestro ve dos barcas varadas en la
ribera; los pescadores han bajado y lavan las redes. Él entonces pide permiso
para subir a la barca de Simón y le ruega que la aleje un poco de tierra.
Sentándose en esa cátedra improvisada, se pone a enseñar a la muchedumbre desde
la barca. Así, la barca de Pedro se convierte en la cátedra de Jesús.
Cuando
acaba de hablar, dice a Simón: "Rema mar adentro, y echad vuestras redes
para pescar". Simón responde: "Maestro, hemos estado bregando toda la
noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes".
Jesús era
carpintero, no experto en pesca, y a pesar de ello Simón el pescador se fía de
este Rabino, que no le da respuestas sino que lo invita a fiarse de Él. Ante la
pesca milagrosa reacciona con asombro y temor: "Aléjate de mí, Señor, que
soy un hombre pecador". Jesús responde invitándolo a la confianza y a
abrirse a un proyecto que supera todas sus perspectivas: "No temas. Desde
ahora serás pescador de hombres".
Pedro no
podía imaginar entonces que un día llegaría a Roma y sería aquí "pescador
de hombres" para el Señor. Acepta esa llamada sorprendente a dejarse
implicar en esta gran aventura. Es generoso, reconoce sus limitaciones, pero
cree en el que lo llama y sigue el sueño de su corazón. Dice sí, un sí valiente
y generoso, y se convierte en discípulo de Jesús.
Pedro
vivió otro momento significativo en su camino espiritual cerca de Cesarea de
Filipo, cuando Jesús planteó a sus discípulos una pregunta precisa:
"¿Quién dicen los hombres que soy yo?"... Es Pedro quien contesta en
nombre de los demás: "Tú eres el Cristo" (Mc 8, 29), es decir, el
Mesías...
Con todo,
Pedro no había entendido aún el contenido profundo de la misión mesiánica de
Jesús, el nuevo sentido de la palabra Mesías. Lo demuestra poco después, dando
a entender que el Mesías que buscaba en sus sueños es muy diferente del
verdadero proyecto de Dios. Ante el anuncio de la pasión se escandaliza y
protesta, provocando la dura reacción de Jesús (cf. Mc 8, 32-33).
Pedro
quiere un Mesías "hombre divino", que realice las expectativas de la
gente imponiendo a todos su poder. También nosotros deseamos que el Señor
imponga su poder y transforme inmediatamente el mundo. Pero Jesús se presenta
como el "Dios humano", el siervo de Dios, que trastorna las
expectativas de la muchedumbre siguiendo el camino de la humildad y el
sufrimiento.
Es la
gran alternativa, que también nosotros debemos aprender siempre de nuevo:
privilegiar nuestras expectativas, rechazando a Jesús, o acoger a Jesús en la
verdad de su misión y renunciar a nuestras expectativas demasiado humanas.
(...)
Pedro
aprende así lo que significa en realidad seguir a Jesús... "Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque
quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por
el Evangelio, la salvará" (Mc 8, 34-35).
Es la ley
exigente del seguimiento: hay que saber renunciar, si es necesario, al mundo
entero para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la
presencia de Dios en el mundo. Aunque le cuesta, Pedro acoge la invitación y
prosigue su camino tras las huellas del Maestro.
Me parece
que estas diversas conversiones de san Pedro y toda su figura constituyen un
gran consuelo y una gran enseñanza para nosotros. También nosotros tenemos
deseo de Dios, también nosotros queremos ser generosos, pero también nosotros
esperamos que Dios actúe con fuerza en el mundo y transforme inmediatamente el
mundo según nuestras ideas, según las necesidades que vemos nosotros.
Dios
elige otro camino. Dios elige el camino de la transformación de los corazones
con el sufrimiento y la humildad. Y nosotros, como Pedro, debemos convertirnos
siempre de nuevo. Debemos seguir a Jesús y no ponernos por delante. Es Él quien
nos muestra el camino.
Así,
Pedro nos dice: tú piensas que tienes la receta y que debes transformar el
cristianismo, pero es el Señor quien conoce el camino. Es el Señor quien me
dice a mí, quien te dice a ti: sígueme. Y debemos tener la valentía y la
humildad de seguir a Jesús, porque Él es el camino, la verdad y la vida.
(Benedicto
XVI, catequesis del 17 de mayo de 2006)
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