El encuentro y el diálogo para construir el mañana y
reconstruir los vínculos sociales dañados por la falta de comunicación y de
respeto a lo mínimo necesario para una convivencia saludable. De aquí partió el
discurso del Papa Francisco dirigido al mundo del trabajo, penúltima cita de
este viaje apostólico, que se llevó a cabo en el Colegio de Bachilleres del
Estado de Chihuahua.
Dirigiéndose a las diversas organizaciones de trabajadores,
representantes de cámaras y gremios empresariales, el Obispo de Roma les
recordó la responsabilidad que los une, es decir, aquella de buscar generar
espacios de trabajo digno y útil para la sociedad y en particular, para los
jóvenes. De hecho, señaló que la desocupación genera pobreza, y esta última se
convierte en “terreno fértil para el narcotráfico y la violencia”.
Aunque la mentalidad reinante propugna la mayor cantidad de
ganancias posibles, “a cualquier tipo de costo y de manera inmediata”, recordó
que la mejor inversión es aquella que se realiza en “la gente, en las personas,
en sus familias”, en “crear oportunidades”. Y afirmando que el flujo del
capital no puede determinar el flujo y la vida de las personas, advirtió que
“Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días”.
También indicó la importancia de la Doctrina Social de la Iglesia,
cuya pretensión es la de velar por la integridad de las personas y de las
estructuras sociales, y exhortó a luchar para que el trabajo sea una instancia
de humanización y de futuro.
“¿Qué mundo queremos dejarles a nuestros hijos?”. Concluyendo el
discurso el Papa preguntó si desean dejar a los hijos de la tierra mexicana
como legado el mundo de la explotación, de los salarios insuficientes, del
acoso laboral, o aquel del “trabajo digno, el techo decoroso y la tierra
para trabajar”, y, con la conciencia de que lo planteado por él mismo no es
fácil, subrayó que peor es la falta de negociación y de valoración, porque “el
lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, sino que están al
servicio del bien común”.
A todos, el Sucesor de Pedro invitó a soñar y a construir el
México que sus hijos se merecen, es decir, “el México que sabe reconocer en el
otro la dignidad del hijo de Dios”.
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