sábado, 9 de enero de 2016

COMENTARIO DE BENEDICTO XVI AL EVANGELIO DE HOY:San Marcos 6, 45-52

“Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de hoy, encontramos a Jesús que, retirándose al monte, ora durante toda la noche. El Señor, alejándose tanto de la gente como de los discípulos, manifiesta 
su intimidad con el Padre y la necesidad de orar a solas, apartado de los tumultos del mundo. 
Ahora bien, este alejarse no se debe entender como desinterés respecto de las personas o como abandonar a los Apóstoles. Más aún, como narra san Mateo, hizo que los discípulos subieran a la barca para que se adelantaran a la otra orilla, a fin de encontrarse de nuevo con ellos.
Mientras tanto, la barca iba lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario, y he aquí que se les acercó Jesús andando sobre el mar; los discípulos se asustaron y, creyendo que era un fantasma, gritaron de miedo, no lo reconocieron, no comprendieron que se trataba del Señor. Pero Jesús los tranquiliza: «¡Tranquilícense, soy yo, no tengan miedo!». 
 Es un episodio, en el que los Padres de la Iglesia descubrieron una gran riqueza de significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del mundo visible; la tempestad indica toda clase de tribulaciones y dificultades que oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles
Jesús quiere educar a sus discípulos a soportar con valentía las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquél que se reveló al profeta Elías en el monte Horeb en el «susurro de una brisa suave» (1 R 19, 12)
 (En el evangelio de Mateo), el pasaje continúa con el gesto del apóstol Pedro, el cual, movido por un impulso de amor al Maestro, le pidió que le hiciera salir a su encuentro, caminando sobre las aguas. «Pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor, sálvame!”» (Mt 14, 30). (…) 
Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta la duda, cuando no fija su mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando interiormente de Él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la vida. 
 Lo mismo nos sucede a nosotros: si sólo nos miramos a nosotros mismos, dependeremos de los vientos y no podremos ya pasar por las tempestades, por las aguas de la vida.
Queridos amigos, la experiencia del profeta Elías, que oyó el paso de Dios, y las dudas de fe del apóstol Pedro nos hacen comprender que el Señor, antes aún de que lo busquemos y lo invoquemos, sale Él mismo a nuestro encuentro, baja el cielo para tendernos la mano y llevarnos a su altura; sólo espera que nos fiemos totalmente de Él, que tomemos realmente su mano

Invoquemos a la Virgen María, modelo de abandono total en Dios, para que, en medio de tantas preocupaciones, problemas y dificultades que agitan el mar de nuestra vida, resuene en el corazón la palabra tranquilizadora de Jesús, que nos dice también a nosotros: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» y aumente nuestra fe en Él”.
Benedicto XVI, Ángelus del 7 de agosto de 2011

Fuente: News.va

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