“Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de hoy, encontramos a Jesús que, retirándose al monte, ora durante toda la noche. El Señor, alejándose tanto de la gente como de los discípulos, manifiesta su intimidad con el Padre y la necesidad de orar a solas, apartado de los tumultos del mundo.
En el Evangelio de hoy, encontramos a Jesús que, retirándose al monte, ora durante toda la noche. El Señor, alejándose tanto de la gente como de los discípulos, manifiesta su intimidad con el Padre y la necesidad de orar a solas, apartado de los tumultos del mundo.
Ahora bien, este alejarse no se debe entender como
desinterés respecto de las personas o como abandonar a los Apóstoles. Más aún,
como narra san Mateo, hizo que los discípulos subieran a la barca para que se
adelantaran a la otra orilla, a fin de encontrarse de nuevo con ellos.
Mientras tanto, la barca iba lejos de tierra,
sacudida por las olas, porque el viento era contrario, y he aquí que se les
acercó Jesús andando sobre el mar; los discípulos se asustaron y, creyendo que
era un fantasma, gritaron de miedo, no lo reconocieron, no comprendieron que se
trataba del Señor. Pero Jesús los tranquiliza: «¡Tranquilícense, soy yo, no
tengan miedo!».
Es un
episodio, en el que los Padres de la Iglesia descubrieron una gran riqueza de
significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del mundo
visible; la tempestad indica toda clase de tribulaciones y dificultades que
oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre
Cristo y guiada por los Apóstoles
Jesús quiere educar a sus discípulos a soportar con
valentía las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquél que se reveló
al profeta Elías en el monte Horeb en el «susurro de una brisa suave» (1 R 19,
12)
(En el evangelio
de Mateo), el pasaje continúa con el gesto del apóstol Pedro, el cual, movido
por un impulso de amor al Maestro, le pidió que le hiciera salir a su
encuentro, caminando sobre las aguas. «Pero, al sentir la fuerza del viento, le
entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor, sálvame!”» (Mt 14, 30). (…)
Pedro camina sobre las aguas no por su propia
fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta la duda,
cuando no fija su mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando no
se fía plenamente de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando
interiormente de Él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la
vida.
Lo mismo nos
sucede a nosotros: si sólo nos miramos a nosotros mismos, dependeremos de los
vientos y no podremos ya pasar por las tempestades, por las aguas de la vida.
Queridos amigos, la experiencia del profeta Elías,
que oyó el paso de Dios, y las dudas de fe del apóstol Pedro nos hacen
comprender que el Señor, antes aún de que lo busquemos y lo invoquemos, sale Él
mismo a nuestro encuentro, baja el cielo para tendernos la mano y llevarnos a
su altura; sólo espera que nos fiemos totalmente de Él, que tomemos realmente
su mano
Invoquemos a la Virgen María, modelo de abandono
total en Dios, para que, en medio de tantas preocupaciones, problemas y
dificultades que agitan el mar de nuestra vida, resuene en el corazón la
palabra tranquilizadora de Jesús, que nos dice también a nosotros: «¡Ánimo, soy
yo, no tengáis miedo!» y aumente nuestra fe en Él”.
Benedicto XVI, Ángelus del 7 de agosto de 2011
Fuente: News.va
Benedicto XVI, Ángelus del 7 de agosto de 2011
Fuente: News.va
No hay comentarios:
Publicar un comentario