Puede
parecer una invitación algo sarcástica la propuesta que hoy nos hace la
Palabra, si tenemos en cuenta el ambiente de inseguridad, violencia y miedo que
se está extendiendo en la sociedad a causa del terrorismo.
Y sin
embargo, es el momento más oportuno para elevar la voz esperanzada como
ofrecimiento, o pequeña semilla, parábola que anime, testimonio de fe.
Acabo de llegar de Jerusalén, donde he peregrinado, como cada año, con
un buen grupo de amigos, y uno de los días, al rayar el alba, nos echamos a las
calles entonando el cántico de los peregrinos: “¡Qué alegría cuando me
dijeron!”, e inundando las bóvedas de las calles enclaustradas con el deseo de
paz para todos los habitantes de la Ciudad Santa: “Desead la paz a Jerusalén,
haya paz dentro de tus muros”. Y sentíamos que ese canto era nuestra pequeña
contribución contra el ambiente violento.
El
profeta Baruc nos ofrece su visión: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto
y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da”. Y el
salmista se hace eco, en la memoria de la acción providente que realizó Dios
con su pueblo: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la
boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”.
Da
alegría traer a la memoria a tantas personas de buena voluntad que en medio de
noticias terribles permanecen serenas. San Pablo testimonia: “Siempre que rezo
por todos vosotros, lo hago con gran alegría”, expresión que nos permite el
gozo interior por la certeza de que hay muchos que, de manera discreta, anónima
y humilde hacen posible la convivencia social y familiar, que nos permite, al
orar, sentir la comunión con quienes son motivo de esperanza.
El
Evangelio de San Lucas nos brinda la mayor razón de alegría cuando nos
adelanta: “Todos verán la salvación de Dios”. A las puertas del Año de la
Misericordia, tiempo de gracia, las lecturas de este domingo nos anticipan la
acogida gozosa al ofrecimiento que el papa Francisco nos hace a los creyentes,
a la vez que nos invita a convertirnos en mediadores de paz, de alegría, de
perdón, de misericordia, con lo que se difundirá la razón de cantar, y de
sentir, a pesar de todo, la esperanza.
Podemos
sumarnos a los que se dejan contagiar por el pesimismo o, por el contrario, a
quienes se atreven, en medio de la dificultad, a anticipar tiempos de bonanza,
porque se convierten ellos mismos en sembradores de paz.
Ángel Moreno de Buenafuente
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