Lucas tiene interés en precisar con detalle los nombres de los personajes que
controlan en aquel momento las diferentes esferas del poder político y
religioso. Ellos son quienes lo planifican y dirigen todo. Sin
embargo, el acontecimiento decisivo de Jesucristo se prepara y acontece fuera
de su ámbito de influencia y poder, sin que ellos se enteren ni decidan nada.
Así aparece siempre lo esencial en el mundo y en nuestras
vidas. Así penetra en la historia humana la gracia y la salvación de Dios. Lo esencial no está en manos de los poderosos. Lucas
dice escuetamente que «la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no
en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.
En ninguna parte se puede escuchar mejor que en el
desierto la llamada de Dios a cambiar el mundo. El desierto es el territorio de la verdad. El lugar donde se vive de lo
esencial. No hay sitio para lo superfluo. No se puede vivir
acumulando cosas sin necesidad. No es posible el lujo ni la ostentación. Lo
decisivo es buscar el camino acertado para orientar la vida.
Por eso, algunos profetas añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida más
sencilla y mejor enraizada en lo esencial, una vida todavía sin
distorsionar por tantas infidelidades a Dios y tantas injusticias con el
pueblo. En este marco del desierto, el Bautista anuncia el símbolo grandioso
del «Bautismo», punto de partida de conversión, purificación, perdón e inicio
de vida nueva.
¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume
en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas
están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la
llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a
nuestro mundo. Dios está siempre
cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para
acogerlo encarnado en Jesús.
Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y
fundamentales: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos;
enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para
recuperar un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautizos de
nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».
José Antonio Pagola
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