La xenofobia o miedo al
diferente del que viene huyendo de las guerras y de las miserias humanas más
horrorosas va a salir reforzada con la monstruosidad ocurrida en París. Por eso
mismo, es necesario reflexionar en cristiano acudiendo a la raíz,
haciendo preguntas que exigen respuestas que algunos nos quieren hurtar, y más
concretamente, el de por qué llegan semejantes oleadas de cientos de miles huyendo
del hambre, de los pogromos y las guerras. A esta pregunta directa le añado la
del por qué de estos atentados aterradores contra la población indefensa, que
solo buscan materializar un enorme odio desestabilizador a más no poder.
Cundo la pobreza se
globaliza y sus causas no son naturales sino fruto de una calculada mal
distribución de la riqueza, como demuestran al menos las conclusiones de
los premios Nobel de Economía Amartya Sen (1998) y Angus Deaton (2015), y
existen soluciones estructurales eficaces y posibles de aplicar, según otro
Nobel de Economía (1881) llamado James Tobin, el problema si se ningunea
sistemáticamente, tiene responsables más allá de los terroristas causantes
directos de tanto dolor y horror.
La pobreza es una forma de
esclavitud cuando existe la incapacidad en seres humanos para satisfacer sus
necesidades más básicas, de nutrición, salud o vivienda, o educación,
participación social y desarrollo. Sin la creación de las condiciones para que
cada individuo pueda acceder a la libertad de disponer de su vida al menos a
nivel de su propia subsistencia, los países pobres tienen vedado el
espacio para crear políticas que fomenten su propia producción de alimentación. Para
esto es preciso modificar las políticas impuestas sobre el control de las
materias primas como si fueran un arma arrojadiza más de poder económico.
Por culpa
de la especulación que ha convertido a la alimentación en una inversión
especulativa más, los precios son altos y fluctúan por intereses financieros,
no necesariamente económicos. Estamos en un sector para nada liberalizado, más
bien sobreprotegido, subvencionado y manipulado en el sentido de que no hay un
mercado realmente libre para los productos del Tercer Mundo en manos de esos
inversores especulativos transnacionales que impiden con su codicia mercados
libres a los que acceder los países más necesitados.
En otras palabras, el
desarrollo debe conjugar eficiencia económica, equidad social y la preservación
medioambiental tomando en serio a la economía como ciencia social.
Solo así se logra una visión universal e integral, que se reafirme en la
necesidad de límites al crecimiento insostenible pensando en el verdadero
desarrollo de los seres humanos. Pero este tipo de cosas, han sido ninguneadas
en los grandes foros de los gurús de la economía, una y otra vez, imponiendo
sátrapas en los países a esquilmar.
Nadie feliz en su patria
viene a Europa en oleadas de cientos de miles de personas, ni da rienda suelta
al odio tratando de imponer su locura de muerte. ¿De dónde salen estas mentes
desequilibradas? ¿Quién les arma y protege? ¿Qué papel juegan los paraísos
fiscales en propiciar los medios? La Unión Europea quiere arreglar la
inmigración desbordante pagando a los países de origen "cuatro
perras" para que allí se conviertan los gobiernos en cancerberos de sus
compatriotas que quieran arriesgarse a venir a un mundo mejor. Pero continúa
siendo tabú poner encima de la mesa soluciones estructurales en aquellos países
donde campa la miseria más absoluta, las dictaduras más feroces y a veces con
connivencias con países como España, con lazos incluso de amistad con la
satrapía saudí. Si saqueamos las materias primas de los pobres para
nuestro consumismo desaforado, la desesperación les conduce hasta nuestros
felpudos, donde existe un buen nivel de vida. Si las grandes
multinacionales controlan todo lo que huele a dinero, las consecuencias en
forma de millones desheredados es un hecho; y de ahí, solo con que algunos
quieran romper la injustísima distribución de los recursos naturales y
alimentarios, convertidos en fanáticos del horror, era cuestión de tiempo.
Pero lo peor, es que los
análisis sobre estas escaladas terroristas (Estado Islámico, etc.) que leo y
oigo, parecen más de lo mismo, excepción hecha del papa Francisco y unos pocos
como él: huida hacia adelante con la tentación de devolver el
daño (¿a quién?) o peor, cediendo a la tentación de rebajarnos a esos niveles
de odio para responder con similares injusticias contra quienes seguramente,
nada tengan que ver con estas matanzas en el corazón de Europa.
Gabriel María Otalora
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