miércoles, 11 de noviembre de 2015

La convivialidad generada por la familia y ensanchada en la Eucaristía puede construir puentes de acogida y caridad

“La bellísima virtud de la convivialidad nos enseña a compartir, con alegría, los bienes de la vida, cuyo símbolo más evidente es la familia reunida entorno a la mesa doméstica, donde se comparte no sólo la comida, sino también los afectos, los acontecimientos alegres y tristes” dijo el Sucesor de Pedro. Una virtud que es experiencia fundamental en la vida de cada persona y “un termómetro seguro” para medir la salud de las relaciones familiares. “Una familia que no come unida o que mientras come no dialoga, mira la televisión, o cada uno está con su telefonito o con su pequeño aparato, es una familia ‘poco familiar’. ¡Yo diría que es una familia ‘automática’!”

Hablando de la especial vocación a la convivialidad de los cristianos, el Papa señaló que Jesús “no desdeñaba comer con sus amigos” y que “representaba el Reino de Dios como un banquete alegre”. Fue precisamente en el contexto de una cena donde el Señor entregó a los discípulos su testamento espiritual e instituyó la Eucaristía, en cuya celebración, la familia, “se abre a la gracia de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras, según el corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por la salvación de todos”. Participando en la Eucaristía la familia “se purifica de la tentación de cerrarse en sí misma”, y así, la Eucaristía de una Iglesia de familias se vuelve una “escuela de inclusión humana”. “No hay pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados que la convivialidad eucarística de las familias no pueda nutrir, proteger y recibir”.

Apelando a la memoria de las virtudes familiares, el pontífice recordó los milagros que pueden suceder cuando una madre ensancha su atención hacia los hijos de los demás,  y por lo tanto, reiteró la necesidad de recuperar la convivialidad: “Sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo cuyos padres están listos para moverse para proteger a los hijos de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, a los que están felices y orgullosos de proteger”.

Asimismo llamó la atención sobre la vergüenza de la exclusión insensata que se genera en los países ricos en los cuales se induce primero a gastar por una nutrición excesiva, y luego, para remediar el exceso. “Un negocio insensato que distrae la atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma, mientras tantos hermanos y hermanas nuestros quedan afuera de la mesa”.
En sus saludos finales, el Papa invitó a rezar para que cada familia “participando en la Eucaristía”, se abra al amor de Dios y del prójimo especialmente para con quienes carecen de pan y de afecto. “Que el próximo Jubileo de la Misericordia nos haga ver la belleza del compartir”.

(GM – RV)

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