“La bellísima virtud de la convivialidad nos enseña a compartir,
con alegría, los bienes de la vida, cuyo símbolo más evidente es la familia
reunida entorno a la mesa doméstica, donde se comparte no sólo la comida, sino
también los afectos, los acontecimientos alegres y tristes” dijo el Sucesor de
Pedro. Una virtud que es experiencia fundamental en la vida de cada persona y
“un termómetro seguro” para medir la salud de las relaciones familiares. “Una
familia que no come unida o que mientras come no dialoga, mira la televisión, o
cada uno está con su telefonito o con su pequeño aparato, es una familia ‘poco
familiar’. ¡Yo diría que es una familia ‘automática’!”
Hablando de la especial vocación a la convivialidad de los
cristianos, el
Papa señaló que Jesús “no desdeñaba comer con sus amigos” y que “representaba
el Reino de Dios como un banquete alegre”. Fue precisamente en el contexto de
una cena donde el Señor entregó a los discípulos su testamento espiritual e
instituyó la Eucaristía, en cuya celebración, la familia, “se abre a la gracia
de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras, según el
corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por la salvación
de todos”. Participando en la Eucaristía la familia “se purifica de la tentación
de cerrarse en sí misma”, y así, la Eucaristía de una Iglesia de familias se
vuelve una “escuela de inclusión humana”. “No hay pequeños, huérfanos, débiles,
indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados que la
convivialidad eucarística de las familias no pueda nutrir, proteger y recibir”.
Apelando a la memoria de las virtudes familiares,
el pontífice recordó los milagros que pueden suceder cuando una madre ensancha
su atención hacia los hijos de los demás, y por lo tanto, reiteró la
necesidad de recuperar la convivialidad: “Sabemos bien la fuerza que adquiere
un pueblo cuyos padres están listos para moverse para proteger a los hijos de
todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, a los que están
felices y orgullosos de proteger”.
Asimismo llamó la atención sobre la vergüenza de la exclusión
insensata que se genera en los países ricos en los cuales se induce primero a
gastar por una nutrición excesiva, y luego, para remediar el exceso. “Un
negocio insensato que distrae la atención del hambre verdadera, del cuerpo y
del alma, mientras tantos hermanos y hermanas nuestros quedan afuera de la
mesa”.
En sus saludos finales, el Papa invitó a rezar para que cada
familia “participando en la Eucaristía”, se abra al amor de Dios y del prójimo
especialmente para con quienes carecen de pan y de afecto. “Que el próximo
Jubileo de la Misericordia nos haga ver la belleza del compartir”.
(GM – RV)
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