miércoles, 11 de noviembre de 2015

Francisco de Borja y Teresa de Jesús: memoria de un encuentro crucial

El 28 de octubre de 1510, nacía en Gandía Francisco de Borja, una de las personalidades más llamativas y populares de su tiempo. Valgan estos datos de su ascendencia para ilustrar su relevancia social, aunque fuera por vía ilegítima: su padre era nieto del papa Alejandro VI, y su madre, nieta de Fernando el Católico.
El duque de Gandía fue persona de confianza del emperador Carlos V y del Papa Paulo III. Intervino en la batalla de Provenza, y allí en sus brazos murió el poeta Garcilaso de la Vega.
El 1 de mayo de 1539 fallecía la emperatriz Isabel. Acompañando el cadáver desde Toledo hasta Granada, después de 18 días de viaje, como caballerizo mayor suyo, le correspondía abrir el ataúd para identificar el cadáver. La tradición cuenta que, profundamente impactado, exclamó “¡No serviré nunca más a un señor que se pueda morir!”.
Tras la muerte de su esposa Leonor de Castro, en 1546, hizo Ejercicios Espirituales y decidió entrar en la naciente Compañía de Jesús. Ignacio de Loyola, desde Roma, lo aceptó, pero le pidió secreto: “El mundo no tiene orejas para oír tal estampido” –afirmó. Borja debía primero dejar establecidos a sus hijos y doctorarse en la futura Universidad de Gandía, la primera de la Compañía. El papa Paulo III lo autorizó a hacer su profesión como jesuita “secreto”, y así lo hizo el 1 de febrero de 1548.
Teresa y Borja cara a cara: «Yo quedé muy consolada»
En varias ocasiones visitó Francisco de Borja la ciudad de Ávila. La primera de la que tenemos noticia fue en 1531, cuando él era solo un joven de veintiún años, como mayordomo y caballerizo de la emperatriz Isabel, que acudía a pasar el verano a la ciudad de los Caballeros. El futuro Felipe II, que tenía solo cuatro años, mudaría sus ropas infantiles por el traje de hombre en esos días.
Una segunda visita tuvo lugar más de veinte años después. Desvinculado ya de sus obligaciones en la Corte y ordenado sacerdote en mayo de 1551, acude de nuevo a Ávila en 1554, a fin de establecer un Colegio de la Compañía en esa ciudad. Afirma Doris Moreno:
«Para la Compañía en España, tan contestada y bajo sospecha, la admisión de un grande de España entre sus filas era, al mismo tiempo, «síntoma» de «nobleza» de la orden acogedora y baluarte frente a los ataques. El arzobispo Silíceo afirmaba en 1554 que la Compañía paseaba por España a Francisco de Borja como cabeza de lobo. Según Covarrubias en su Tesoro, la expresión se refiere a la «ocasión que uno toma para aprovecharse, como el que mata a un lobo, que llevando la cabeza por los lugares de la comarca le dan todos algo, cada uno como puede, en gratificación del bien que ha hecho en matar un animal dañino y pernicioso». Correas en su Refranero quizás es más claro al añadir: «que es el achaque de pedir para sí; a estos les dan algo la gente rica y los que tienen ganados». Así era: la Compañía hizo de Francisco de Borja su estandarte en España aprovechando su posición y prestigio, ahora revestido de santidad»¹.
Bustamante, amigo y secretario de Borja, escribía a Ignacio de Loyola relatando así su llegada a la ciudad de Ávila, el 23 de mayo de 1554, víspera de la fiesta del Corpus Christi:
«Toda aquella ciudad, así el clero como el pueblo y los caballeros, se alegraron mucho con la venida de su Reverencia, la cual estaban esperando días había».
Pero no es esta la ocasión en que Teresa y Borja se entrevistan, aunque algunos biógrafos han querido ver en esta visita ese primer encuentro. La santa narra en el Libro de la Vida que, al comienzo de establecerse los jesuitas en Ávila, en 1554, ella los admiraba pero no se atrevía a tratar con ellos:
«Ya tenía noticia de algunos, porque habían venido aquí los de la Compañía de Jesús, a quien yo sin conocer a ninguno era muy aficionada, de sólo saber el modo que llevaban de vida y oración; mas no me hallaba digna de hablarlos ni fuerte para obedecerlos, que esto me hacía más temer, porque tratar con ellos y ser la que era hacíaseme cosa recia» (V 23,3)
Pudo ser el “caballero santo”, Francisco de Salcedo, cuyo cuñado, Hernandálvarez, fue de los primeros jesuitas abulenses y uno de los fundadores del Colegio de san Gil, quien la pusiera en contacto con la Compañía. También cabe mencionar la influencia de doña Guiomar de Ulloa, buena amiga suya, en cuya casa se hospedó la santa por tres años (1555-1558), la cual era vecina de San Gil y se confesaba con los jesuitas. “Hízome confesar a su confesor” –afirma la santa, refiriéndose al P. Prádanos, su segundo confesor de la Compañía, tras Diego de Cetina. Vinculada ya a los jesuitas, es su confesor quien le pone en contacto con el Comisario de la Compañía para la Península Ibérica. Su fama de hombre espiritual estaba bien justificada, por su vida y por sus escritos. Quizá sea el tema de la oración aquel al que Borja dedicó más atención en su enseñanza espiritual. A Teresa, Cetina le había aconsejado que resistiera los efluvios místicos, por temor a que fuera ella misma quien estuviera provocando esos efectos, o por evitar que se asiera a ellos. Borja rectifica:
«Díjome que era espíritu de Dios […]. Como quien iba bien adelante, dio la medicina y consejo, que hace mucho en esto la experiencia. Dijo que era yerro resistir ya más. Yo quedé muy consolada, y el caballero también holgábase mucho que dijese era de Dios, y siempre me ayudaba y daba avisos en lo que podía, que era mucho» (V 24, 3).
Teresa afirma en una Cuenta de conciencia en la que hace repaso de sus confesores: “al Padre Francisco, que fue duque de Gandía, trató dos veces” (R 4,3). Desconocemos si se refiere a que tuvo dos entrevistas con Borja en esa ocasión, o si hubo otro encuentro posterior.
La santa invocará la palabra de autoridad de Borja en Camino de perfección, inicialmente manteniendo el anonimato de este: «Es gran merced esta a quien el Señor la hace, porque vida activa y contemplativa es junta. […] Yo sé de una persona que la ponía el Señor aquí muchas veces, y no se sabía entender, y preguntólo a un gran contemplativo, y dijo que era muy posible, que a él le acaecía» (CV 35, 1).
Sin embargo, en el códice de Toledo, que preparó para la imprenta, anotó a quién se refería: «que era el P. Francisco, de la Compañía de Jesús, que había sido duque de Gandía, y lo sabía bien por experiencia».
Teresa alude también a él en la Relación 5, sobre el mismo tema, la posibilidad de vivir contemplativamente en medio de una gran actividad: «En fin, andan juntas Marta y María. Yo pregunté al Padre Francisco si sería engaño esto, porque me traía boba, y me dijo que muchas veces acaecía».
Según testimonios, ambos mantuvieron la relación de forma epistolar. Isabel de santo Domingo, priora en 1595 del Carmelo de Zaragoza, declara así en los procesos de canonización:
«Sabe que con el dicho padre General de la Compañía de Jesús, dicha Madre conservó hasta su muerte el trato y comunicación que tenían por cartas. Sábelo por haber visto muchas cartas y también por habérselo oído decir a la Madre (BMC, t.19, 78)».
Desgraciadamente, no nos ha llegado ninguna de estas cartas.
Un cuadro de Segrelles
No abundan las representaciones pictóricas que recojan el encuentro entre estos dos santos. Sí lo hace un lienzo del pintor de Albaida (Valencia), José Segrelles, que forma parte del retablo de la capilla del Sagrario en el palacio ducal de Gandía: Santa Teresa de Jesús consulta a san Francisco de Borja. El retablo fue realizado en 1956. Teresa de Jesús aparece extrañamente escribiendo durante la entrevista, como en actitud de plasmar la palabra que el santo le está transmitiendo, mientras Borja aparece sentado, en la cátedra que su autoridad espiritual le otorgaba, reconocida, como hemos visto, por la propia santa.
Rafael García Mahíques, de la Universidad de Valencia, comenta la obra en un estudio que lleva por título «El concepto icónico de san Francisco de Borja elaborado por los jesuitas a partir de la adquisición del Palacio Ducal de Gandía»².
Este autor señala el carácter “barroco” del cuadro, en tanto que se trata de una interpretación “absolutamente conceptual” de la relación de Borja con la santa. Se puede hablar de una manipulación de lo que las fuentes literarias relatan acerca de lo sucedido entre ambos. Y ello se lleva a cabo porque se busca un efecto concreto en el cuadro:
«En la figura de Cristo sosteniendo el santo cáliz –según la forma de la reliquia de la catedral de Valencia– con la sagrada hostia que, como un espectro, se interpone entre ambas personalidades sin que estas ni siquiera se percaten, radica la clave de dicha manipulación. Se trata, en todo caso, de querer asimilar la experiencia mística de estos dos santos del siglo xvi –tema específico sobre el que trató la relación entre ambos–, a la contemplación del misterio eucarístico. En ninguna de las fuentes literarias se nos informa de que el misterio de la eucaristía es la base sobre la que estos dos santos, que aparecen en conversación, experimenten el espíritu de Dios».
Hace años, el P. Silverio de santa Teresa, a propósito de la relación entre la santa y Francisco de Borja, se lamentaba en estos términos: «los biógrafos de la Madre y del Santo General no han dado a las relaciones que mediaron entre ellos la excepcional importancia que tienen»³.

Valga esta aportación para subrayar esa importancia y desear que siga ahondándose en su estudio.

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