Desde hace tiempo, sobre todo a causa del miedo generado por las guerras en
Oriente Medio y los atentados perpetrados por los grupos fundamentalistas que
han golpeado incluso a los países de Occidente, las peregrinaciones a Tierra
Santa han disminuido drásticamente. Se estima que, solo desde Italia, en el
último año han caído más del 40 por ciento. A pesar de alguna tímida señal de
reanudación, el temor a acercarse a esta Tierra bendita sigue siendo grande.
Sabiendo interpretar la voz de las distintas comunidades cristianas que viven
en Israel y Palestina, quisiera deciros: «No abandonéis a la Tierra Santa". No
existe motivo razonable para no organizar una peregrinación a los Santos
Lugares. La seguridad en los santuarios y en las zonas frecuentadas por los
peregrinos está garantizada, y nosotros, los cristianos, necesitamos más que
nunca de la presencia y apoyo de los peregrinos que se acercan hasta aquí en
oración de todas las partes del mundo.
Vivir como cristianos en Tierra Santa significa tener una vocación
particular y universal. Aquí la Iglesia latina se compone esencialmente de tres
grupos: las comunidades de cristianos árabes locales, el antiguo grupo de
palestinos que representan la presencia cristiana tradicional en estos lugares;
la quehilá de lengua hebrea, una iglesia nueva, en fermento, que aglutina con
sus propias especificidades a evangelistas, judíos mesiánicos y católicos y que
celebra la liturgia en lengua hebrea; la comunidad internacional, que comprende
a muchos trabajadores extranjeros, sobre todo filipinos, hispanoamericanos e
indios, que residen establemente en Tierra Santa, y algunos otros grupos de
distinta procedencia que, por múltiples razones y distintos motivos,
transcurren aquí períodos más o menos largos. Junto a la Iglesia latina viven y
operan otras importantes realidades cristianas, entre las que destaca la
Iglesia greco-ortodoxa, la Iglesia armenia y la copta. Incluso dentro del mundo
católico existen grupos con ritos distintos del latino.
Jerusalén y los Santos Lugares cristianos han sido hasta hoy un signo
fundamental de la fe, testimonio de la vida, muerte y resurrección de Jesús
que, precisamente aquí, realmente se han cumplido. Todos los cristianos,
incluso los más alejados, miran a Tierra Santa para encontrar en estos signos
sus propias raíces y el sentido auténtico de su misión en todo el mundo. En
Tierra Santa se puede leer la vida de Jesús, escuela de Evangelio. Aquí se
puede aprender a mirar, escuchar, meditar y saborear el silencio para alcanzar
el significado profundo y misterioso de su paso. El ambiente que enmarca su estancia
entre nosotros evoca lugares, costumbres, colores y perfumes; los mismos que
Jesús conoció cuando se reveló al mundo.
En Tierra Santa los cristianos han sido siempre minoría, una presencia
exigua pero de corazón ardiente, y jamás han desaparecido. Están llamados a dar
un alto testimonio de fe, a ser una presencia viva, enamorada de su propia
historia y de sus propias ideas, a no temer los cambios y los encuentros con la
diversidad, sino a estar abiertos, serenos, libres, positivos y, al mismo
tiempo, claros, enraizados en su propio sentido de identidad y pertenencia,
caminando hacia el futuro, activos en la custodia de los Santos Lugares, que
son depositarios de la tradición y la memoria de toda la cristiandad.
Precisamente para salvaguardar esta presencia (y si es posible reforzarla)
invito una vez más a todas las diócesis, parroquias y movimientos a no
abandonarnos, es más, a trabajar para que la peregrinación a Tierra Santa sea
un testimonio de paz y diálogo. Estoy convencido de que este llamamiento será
acogido por muchos fieles que aman Tierra Santa, y que pronto por las calles
que Jesús recorrió pueda nuevamente crecer la presencia de quien se pone en
camino para encontrarse con Aquél que vino para nuestra salvación.
Fray Pierbattista Pizzaballa
- Custodio de Tierra Santa
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