Esta
frase del libro de la vida de Santa Teresa nos ayuda a comprender lo que es la
oración. Ella encuentra en Toledo a un Padre dominico conocido que no ve desde
hace mucho tiempo. Le cuenta bajo secreto de confesión todo lo que le pasa a su
alma y las penas sufridas por la reforma del Carmelo.
El religioso la escucha, la consuela y le pide
que no deje de pedir por él. Teresa, agradecida, confía al Señor el alma de
este sacerdote. Ella va al lugar a donde solía orar y allí se queda "muy
recogida, con un estilo "abovado" que muchas veces, sin saber lo que
digo, trato". Y añade: "que es el amor que habla" (Libro
de la Vida, 34, 8).
Orar es dejar que hable el amor. ¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos
que el amor hable! Sino que preferimos que hable sólo nuestra razón o nuestra
mera capacidad humana de entender las cosas. Muchas veces reprimimos el amor
como si fuera muestra de debilidad como si también en la oración tuviéramos que
demostrar los fuertes e inteligentes que somos. Sin embargo la oración, sin
dejar impedirnos usar nuestro entendimiento, es el momento explayar el corazón,
y de dejar que el Amor divino nos inunde y nos queme con sus rayos. En una
sociedad más racionalista y secularizada, nos da vergüenza de liberar la parte
más noble de nosotros mismos, nuestra capacidad de amar y ser amados. Y vivimos
como mutilados, no respirando a pleno pulmón, caminando sólo al ritmo que nos
permite nuestras convenciones humanas o nuestro miedo de amar demasiado.

Cuando aprendamos el lenguaje del amor que nos
enseña el Espíritu Santo, lenguaje hecho de sencillez y espontaneidad, que
cualquiera que tenga un corazón puede aprender, entonces comprenderemos que la
oración no es sino un ejercicio de amor, es una expresión de amor, es un grito
de amor, es una súplica de amor.
La mística Teresa continua
diciendo que el Amor que Dios tiene al alma hace que ésta se olvide de sí y
"le parece está en Él". Nada la separa de Él. La sencillez del amor
logra el mejor estado de unión. Entonces el alma orante "habla
desatinos". Comienza a usar el lenguaje más elevado y puro, el lenguaje
del amor, porque, como diría San Juan de la Cruz, "ya sólo en amar es mi
ejercicio" (Cántico Espiritual, 95).
Autor: P.
Pedro Barrajón
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