Celebramos
hoy, 9 de agosto, la fiesta de una gran mujer, Edith Stein, Teresa Benedicta de
la Cruz, judía, carmelita y mártir. Su vida y escritos son de una riqueza
excepcional.
Quisiera destacar brevemente unos destellos de su vivencia
espiritual, en relación con la figura de Teresa de Jesús, de quien Edith quedó
profundamente fascinada al leer el Libro de la Vida.
Teresa y Edith vivieron tiempos convulsos, política, social y
religiosamente; sin embargo, fueron capaces de dejarse interpelar por los
acontecimientos, se implicaron de lleno en “hacer eso poquito que era en mí”
(CV 1, 1), en palabras de Teresa. A ella, este impulso interior la llevaría a
desgranar su vida por los caminos tortuosos y difíciles en su largo peregrinar
por la geografía española. Y Edith acompañó e hizo suyo el sufrimiento
del pueblo judío, al que pertenecía, hasta el punto de entregar su vida en el
campo de concentración de Auschwitz.
En una preciosa carta de Edith a una amiga le confiesa: “En el
tiempo inmediatamente anterior a mi conversión y después, durante un cierto
período, llegué a pensar que llevar una vida religiosa significaría dejar de
lado todo lo terreno y vivir teniendo el pensamiento única y exclusivamente en
cosas divinas. Pero, poco a poco, he comprendido que en este mundo se nos exige
otra cosa, y que incluso en la vida más contemplativa no debe cortarse la
relación con el mundo; creo, incluso, que cuanto más profundamente alguien está
metido en Dios, tanto más debe, en este sentido, “salir de sí mismo”, es decir,
adentrarse en el mundo para comunicarle la vida divina.” (A Calista Kopf. 12 de
febrero de 1928)
Significativo y alentador mensaje de Edith que invita a todo ser
humano a salir de uno mismo, vivir en actitud de “éxodo” para testimoniar el
amor de Dios. Esta “empatía” con los hombres y mujeres de su tiempo llevó a
Edith y a Teresa a ponerse en camino, dejarse guiar, dejarse recrear por Jesús,
quien se les iba revelando como la auténtica Verdad, Bondad y Amor.
Asimismo, quisiera destacar
un rasgo que caracterizó de forma extraordinaria la persona de Teresa al igual
que la de Edith. Son dos mujeres que, desbordadas por la gracia de Dios y
fiadas solo en Él, respiran agradecimiento. Viven la existencia como don, como
regalo que gratuitamente se recibe y gratuitamente se ofrece. En una carta de
Edith, escrita desde el Carmelo de Echt (Holanda) adonde tuvo que huir por la
persecución antisemita, dice: “Desde que estoy aquí mi actitud fundamental es
la gratitud. Gracias de que pueda estar aquí y de que la casa sea como es. Con
ello siempre está presente en mí que aquí no tenemos morada permanente. No
tengo otro anhelo sino que, en mí y a través de mí, se cumpla la voluntad de
Dios. Él sabe cuánto tiempo me dejará aquí y qué sucederá después. En tus manos encomiendo mi espíritu. Ahí todo está a buen recaudo. Así que
no necesito preocuparme de nada.” (A Petra Brüning. 16 abril de 1939).
También Teresa se sintió urgida a “cantar las misericordias del
Señor”, con profundo agradecimiento por cuanto el Señor le había regalado a lo
largo de su existencia.
Celebrar a Edith Stein es agradecer a Dios el don de su persona,
de una vida, que por haberla entregado por amor, alcanzó su plenitud.
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