Querido Hermano: La beatificación
de monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, que fue Pastor de esa
querida Arquidiócesis, es motivo de gran alegría para los salvadoreños y para
cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia. Monseñor
Romero, queconstruyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la
fe con su vida entregada hasta el extremo.
El Señor nunca abandona a su
pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades.
Él ve la opresión, oye los gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda
para librarlos de la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y
espaciosa, que “mana leche y miel” (cf. Ex 3, 7-8). Igual que un día eligió a
Moisés para que, en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores
según su corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño (cf. Jer 3,
15).
En ese hermoso país
centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su
Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los
hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil
convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su
rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia.
Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y
marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo
Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse
plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas.
En este día de fiesta para la
Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos
gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el
sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo
orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad
cristiana.
La voz del nuevo Beato sigue
resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, con vocación de hermanos
entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna
división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus
últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A
esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el
mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de
reconciliación para la sociedad.
Monseñor Romero nos invita a la
cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es
necesario renunciar a “la violencia de la espada, la del odio”, y vivir “la
violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace
cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles
entre nosotros”.
Él supo ver y experimentó en su
propia carne “el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo
para que alcance a los demás”. Y, con corazón de padre, se preocupó de “las
mayorías pobres”, pidiendo a los poderosos que convirtiesen “las armas en hoces
para el trabajo”.
Quienes tengan a Monseñor Romero
como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e
intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para
construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más
equitativo y digno.
Es momento favorable para una
verdadera y propia reconciliación nacional ante losdesafíos que hoy se
afrontan. El Papa participa de sus esperanzas, se une a sus oraciones
para que florezca la semilla del martirio y se afiancen por los verdaderos
senderos a los hijos e hijas de esa Nación, que se precia de llevar el nombre
del divino Salvador del mundo.
Querido hermano, te pido, por
favor, que reces y hagas rezar por mí, a la vez que imparto la Bendición Apostólica
a todos los que se unen de diversas maneras a la celebración del nuevo Beato.
Fraternamente, Francisco -
Vaticano, 23 de mayo de 2015.
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