“El
lema de nosotros, los jesuitas, “Iesus Hominum Salvator” - dijo- nos recuerda
constantemente una realidad que nunca debemos olvidar: la centralidad de Cristo
para cada uno de nosotros y para toda la Compañía que precisamente San Ignacio
quiso que se llamase “de Jesús” para indicar el punto de referencia... Y esto
nos lleva a nosotros, los jesuitas y a toda la Compañía a ser “descentrados”, a
tener siempre delante a “Cristo siempre mayor”... Cristo es nuestra vida.
A la centralidad de Cristo corresponde también la centralidad de la
Iglesia: son dos fuegos que no se pueden separar: yo no puedo seguir a Cristo
si no en la Iglesia y con la Iglesia. Y también en este caso, nosotros los
jesuitas y toda la Compañía, estamos por decirlo así “desplazados”, estamos al
servicio de Cristo y de la Iglesia... Ser hombres radicados y fundados en la
Iglesia: así nos quiere Jesús.
No puede haber caminos paralelos o aislados. Sí,
caminos de búsqueda, caminos creativos, sí, es importante; ir hacia las
periferias... pero siempre en comunidad con la Iglesia, con esta pertenencia
que nos da el valor para ir hacia adelante”.
El Pontífice continuó subrayando
que el camino para vivir esta centralidad doble es “dejarse conquistar por
Cristo. Yo busco a Jesús y lo sirvo porque Él me ha buscado en primer lugar...
En español - precisó- hay una palabra que es muy descriptiva: “Él nos
primerea”. Es siempre el primero... Ser conquistado por Dios para ofrecer a
este Rey toda nuestra persona y nuestra fatiga... imitarlo en el soportar incluso
injurias, desprecio, pobreza”. “Dejarse conquistar por Cristo significa estar
siempre tendidos hacia quién tengo enfrente, hacia la meta de Cristo”.
El Santo Padre señaló luego
cómo siempre en el ocaso de su existencia, "cuando un jesuita termina su
vida" le vienen a la mente dos imágenes; la de san Francisco Javier,
mirando a China, y la del padre Arrupe, en su última conversación en el campo
de refugiados. "Dos imágenes -aseguró- que a todos nos hará bien observar
y recordar. Pedir la gracia que nuestro ocaso sea como el de ellos".
Finalizando su homilía en la Iglesia romana del Gesù, el Papa Francisco animó a
los congregados a pedir a la Virgen que "nos haga sentir vergüenza por ser
inadecuados para el tesoro que nos ha sido confiado, para vivir la humildad
ante Dios. Que acompañe nuestro camino la intercesión paternal de San Ignacio y
de todos los santos jesuitas, que siguen enseñándonos cómo hacer todo, con
humildad, ad maiorem Dei gloriam".
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