Las palabras del Señor nos
advierten que, en medio de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay
una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos,
no residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva; hacia ella
tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no
cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así
podremos un día llegar a término.
Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre,
sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas
al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo
hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este
caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una
criatura al Creador. Le dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que
la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición
de esclavo para así ser alimentado por los esclavos, y ello no por necesidad,
sino por condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia el permitir
ser alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de sentir hambre y sed.
[...]No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Por lo demás, tú, Marta —dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios—, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?
Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguro que los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
De los
sermones de san Agustín, obispo (Sermón 103,1-2. 6: PL 38, 613. 615)
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