Propone
vivir las 14 obras de misericordia
El tema de la Misericordia es un punto
central del pontificado del papa Francisco, el cual pasará a ser llamado el
Papa que impulsó la Misericordia, o el Papa de la Misericordia.
En su bula de convocatoria del Año Santo o Jubilar de la Misericordia, titulada “Misericordiae Vultus” (El rostro de la Misericordia), Francisco vuelve a pescar en la praxis de la vida cristiana y cita en concreto a las Obras de Misericordia, tanto corporales como espirituales (n. 15) y dice sin embudos: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo –convocado entre el 8 de diciembre próximo y el 20 de noviembre del año 2016—sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza (…) pues los pobres son “los privilegiados de la misericordia divina”.
El papa narra después la escena del Juicio Final contenida en el Evangelio de Mateo (Mt, 25, 31-46), donde aparece con toda claridad que solo se salvarán los que han sido misericordiosos y se condenarán los que no han obrado la misericordia, separándolos unos a la derecha y otros a la izquierda. Lo que habéis hecho a uno de mis pequeños “a Mí me lo habéis hecho”. Irán, pues al infierno, los que no obraron misericordia con los pobres y enfermos, los necesitados de comprensión y compasión, los que viven solos, los que no tienen que comer ni vestir, los inmigrantes, los muertos.
Son 14 las obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales, dice el Papa como decían los antiguos catecismos. Las corporales son, dice Francisco: “dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero (cfr. al inmigrante), asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos”. Y “no olvidemos las espirituales”, dice el papa: “dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas (cfr. asistir a los ancianos y a los enfermos especiales), rogar a Dios por los vivos y los difuntos”.
He ahí todo un panorama de vida. Y el papa ha dicho también: tan importante es el hacer como el ser, es decir “no basta con hacer obras de misericordia, sino que hay que ser misericordiosos con los demás” y cita a san Juan de la Cruz: “en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (Palabras de luz y amor, 57).
Algunos podrán decir que no hay “cautivos”, y sin embargo hay niños, hombres y mujeres esclavos en sus trabajos, en sus países, y esclavos de las drogas, del sexo, de las pasiones incontroladas. Hay niños y viejos abandonados. Niños en el seno de madres que no los dejarán nacer. Hay personas tristes que viven deprimidas sin que nadie las consuele.
El Jubileo de la Misericordia será un año de muchas gracias divinas, que el Señor esparcirá por todos los hombres, ya sean estos creyentes o no creyentes. Será un año que va a golpear duro contra el individualismo y el egocentrismo tan de moda en la sociedad actual. Será un año para que las mujeres y los hombres salgan de su ensimismamiento (de pensar en sí mismos) y volverse hacia los demás usando la misericordia, el perdón, la comprensión, la ternura. Porque en realidad, como dice una de las Bienaventuranzas que Jesús predicó en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia” (Mt, 5, 7).
Porque ¿cómo podremos alcanzar la misericordia de Dios si no somos nosotros misericordiosos con los demás hombres (niños, mujeres, hombres, ancianos)?
El año jubilar será un año de muchas gracias. Lo ha dicho el Papa. Lo que no dice, pero lo piensa, es que ojalá sirva no solo para los creyentes, sino también para remover los corazones de quienes asesinan por odio a la fe, de los terroristas, de los traficantes de droga, de los pederastas, de los corruptos y corruptores, entre otros grandes pecados enumerados por el papa Francisco de la época actual. Al efecto, en este Año Jubilar será una llamada de todos a una confesión profunda, y hasta se habilitarán confesores extraordinarios para perdón los grandes pecados que son reservados al Papa.
Autor: Salvador Aragonés. Fuente: Aleitea
En su bula de convocatoria del Año Santo o Jubilar de la Misericordia, titulada “Misericordiae Vultus” (El rostro de la Misericordia), Francisco vuelve a pescar en la praxis de la vida cristiana y cita en concreto a las Obras de Misericordia, tanto corporales como espirituales (n. 15) y dice sin embudos: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo –convocado entre el 8 de diciembre próximo y el 20 de noviembre del año 2016—sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza (…) pues los pobres son “los privilegiados de la misericordia divina”.
El papa narra después la escena del Juicio Final contenida en el Evangelio de Mateo (Mt, 25, 31-46), donde aparece con toda claridad que solo se salvarán los que han sido misericordiosos y se condenarán los que no han obrado la misericordia, separándolos unos a la derecha y otros a la izquierda. Lo que habéis hecho a uno de mis pequeños “a Mí me lo habéis hecho”. Irán, pues al infierno, los que no obraron misericordia con los pobres y enfermos, los necesitados de comprensión y compasión, los que viven solos, los que no tienen que comer ni vestir, los inmigrantes, los muertos.
Son 14 las obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales, dice el Papa como decían los antiguos catecismos. Las corporales son, dice Francisco: “dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero (cfr. al inmigrante), asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos”. Y “no olvidemos las espirituales”, dice el papa: “dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas (cfr. asistir a los ancianos y a los enfermos especiales), rogar a Dios por los vivos y los difuntos”.
He ahí todo un panorama de vida. Y el papa ha dicho también: tan importante es el hacer como el ser, es decir “no basta con hacer obras de misericordia, sino que hay que ser misericordiosos con los demás” y cita a san Juan de la Cruz: “en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (Palabras de luz y amor, 57).
Algunos podrán decir que no hay “cautivos”, y sin embargo hay niños, hombres y mujeres esclavos en sus trabajos, en sus países, y esclavos de las drogas, del sexo, de las pasiones incontroladas. Hay niños y viejos abandonados. Niños en el seno de madres que no los dejarán nacer. Hay personas tristes que viven deprimidas sin que nadie las consuele.
El Jubileo de la Misericordia será un año de muchas gracias divinas, que el Señor esparcirá por todos los hombres, ya sean estos creyentes o no creyentes. Será un año que va a golpear duro contra el individualismo y el egocentrismo tan de moda en la sociedad actual. Será un año para que las mujeres y los hombres salgan de su ensimismamiento (de pensar en sí mismos) y volverse hacia los demás usando la misericordia, el perdón, la comprensión, la ternura. Porque en realidad, como dice una de las Bienaventuranzas que Jesús predicó en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia” (Mt, 5, 7).
Porque ¿cómo podremos alcanzar la misericordia de Dios si no somos nosotros misericordiosos con los demás hombres (niños, mujeres, hombres, ancianos)?
El año jubilar será un año de muchas gracias. Lo ha dicho el Papa. Lo que no dice, pero lo piensa, es que ojalá sirva no solo para los creyentes, sino también para remover los corazones de quienes asesinan por odio a la fe, de los terroristas, de los traficantes de droga, de los pederastas, de los corruptos y corruptores, entre otros grandes pecados enumerados por el papa Francisco de la época actual. Al efecto, en este Año Jubilar será una llamada de todos a una confesión profunda, y hasta se habilitarán confesores extraordinarios para perdón los grandes pecados que son reservados al Papa.
Autor: Salvador Aragonés. Fuente: Aleitea
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