En el corazón
de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las
palabras de Cristo y por la invocación de Espíritu Santo, se convierten en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa
haciendo, en memoria de El, hasta su retomo glorioso, lo que El hizo la víspera
de su pasión: “Tomó pan...”, “tomó el cáliz lleno de vino...”. Al convertirse
misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del
vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el
ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104, 13-15),
fruto “del trabajo del hombre”, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”,
dones del Creador La Iglesia ve en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote,
que “ofreció pan y vino” (Gn 14, 18), una prefiguración de su propia ofrenda
(cf MR, Canon Romano 95).
En la Antigua
Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de
la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva
significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada
año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El
recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la
Palabra de Dios (Dt 8, 3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra
prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El “cáliz de
bendición” (1 Co 10, 16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a
la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica
del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un
sentido nuevo y definitivo a la bendición
del pan y del cáliz.
Los milagros
de la multiplicación de los panes, cuando el
Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus
discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este
único pan de su Eucaristía (cf Mt 14, l3- 21; 15, 32-29). El signo del agua convertida
en vino en Caná (cf Jn 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta
el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,
25) convertido en sangre de Cristo.
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