La Cuaresma es tiempo propicio para pedir al Señor, «para cada
uno de nosotros y para toda la Iglesia», la «conversión a la misericordia de
Jesús». Demasiadas veces, en efecto, los cristianos «son especialistas en
cerrar las puertas a las personas» que, debilitados por la vida y por sus
errores, estarían, en cambio, dispuestas a recomenzar, «personas a las cuales
el Espíritu Santo mueve el corazón para seguir adelante».
La ley del amor está en el centro de la reflexión que el Papa
Francisco desarrolló, el martes 17 de marzo, por la mañana, en Santa Marta, a
partir de la liturgia del día. Una Palabra de Dios que parte de una imagen: «el
agua que cura». En la primera lectura el profeta Ezequiel (47, 1-9.12) habla,
en efecto, del agua que brota del templo, «un agua bendecida, el agua de Dios,
abundante como la gracia de Dios: abundante siempre». El Señor, en efecto,
explicó el Papa, es generoso «al dar su amor, al sanar nuestras llagas».
El agua está presente también en el Evangelio de san Juan (5,
1-16) donde se narra acerca de una piscina —«llamada en hebreo Betesda»—
caracterizada por «cinco soportales, bajo los cuales estaban echados muchos enfermos,
ciegos, cojos, paralíticos». En ese sitio, en efecto, «había una tradición»
según la cual «de vez en cuando bajaba del cielo un ángel» a mover las aguas, y
los enfermos «que se tiraban allí» en ese momento «quedaban curados».
Por ello, explicó el Pontífice, «había tanta gente». Y, así, se
encontraba también en ese sitio «un hombre que estaba enfermo desde hacía
treinta y ocho años». Estaba allí esperando, y a él Jesús le preguntó:
«¿Quieres quedar sano?». El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me
meta en la piscina cuando se remueve el agua, cuando viene el ángel. Para
cuando llego yo, otro se se me ha adelantado». Es decir, quien se presenta a
Jesús es «un hombre derrotado» que «había perdido la esperanza». Enfermo, pero
—destacó el Papa Francisco— «no sólo paralítico»: está enfermo de «otra
enfermedad muy mala», la acedia.
«Es la acedia la que hacía que estuviese triste, que sea
perezoso», destacó. Otra persona, en efecto, hubiese «buscado el camino para
llegar a tiempo, como el ciego en Jericó, que gritaba, gritaba, y querían
hacerle callar y gritaba más fuerte: encontró el camino». Pero él, postrado por
la enfermedad desde hacía treinta y ocho años, «no tenía ganas de curarse», no
tenía «fuerza». Al mismo tiempo, tenía «amargura en el alma: “Pero el otro
llega antes que yo y a mí me dejan a un lado”». Y tenía «también un poco de
resentimiento». Era «de verdad un alma triste, derrotada, derrotada por la
vida».
«Jesús tiene misericordia» de este hombre y lo invita:
«Levántate. Levántate, acabemos esta historia; toma tu camilla y echa a andar».
El Papa Francisco describió la siguiente escena: «Y al momento el hombre quedó
sano, tomó su camilla y echó a andar. Pero estaba tan enfermo que no lograba
creer y tal vez caminaba un poco dudoso con su camilla sobre los hombros». A
este punto entraron en juego otros personajes: «Era sábado, ¿qué encontró ese
hombre? A los doctores de la ley», quienes le preguntaron: «¿Por qué llevas
esto? No se puede, hoy es sábado». Y el hombre responde: «¿Sabes? Estoy
curado». Y añadió: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu
camilla”».
Sucede, por lo tanto, un hecho extraño: «esta gente en lugar de
alegrarse, de decir: “¡Qué bien! ¡Felicidades!”», se pregunta: «¿Quién es este
hombre?». Los doctores comienzan «una investigación» y discuten: «Veamos lo que
sucedió aquí, pero la ley... Debemos custodiar la ley». El hombre, por su
parte, sigue caminando con su camilla, «pero un poco triste». Comentó el Papa:
«Soy malo, pero algunas veces pienso qué hubiese sucedido si este hombre
hubiese dado un buen cheque a esos doctores. Hubiesen dicho: “Sigue adelante,
sí, sí, por esta vez sigue adelante”».
Continuando con la lectura del Evangelio, tenemos a Jesús que
«encuentra a este hombre más tarde y le dijo: “Mira, has quedado sano, pero no
vuelvas atrás —es decir, no peques más— para que no te suceda algo peor. Sigue
adelante, sigue caminando hacia adelante”». Y el hombre fue a los doctores de
la ley para decir: «La persona, el hombre que me curó se llama Jesús. Es Aquel».
Y se lee: «Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en
sábado». De nuevo comentó el Papa Francisco: «Porque hacía el bien también el
sábado, y no se podía hacer».
Esta historia, dijo el Papa actualizando su reflexión, «se repite
muchas veces en la vida: un hombre —una mujer— que se siente enfermo en el
alma, triste, que cometió muchos errores en la vida, en un cierto momento
percibe que las aguas se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo; u oye
una palabra». Y reacciona: «Yo quisiera ir». Así, «se arma de valor y va». Pero
ese hombre «cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las
puertas cerradas». Tal vez escucha que le dicen: «Tú no puedes, no, tú no
puedes; tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a la misa
del domingo, pero quédate allí, no hagas nada más». Sucede de este modo que «lo
que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, los cristianos con
psicología de doctores de la ley lo destruyen».
El Pontífice dijo estar disgustado por esto, porque, destacó, la
Iglesia «es la casa de Jesús y Jesús acoge, pero no sólo acoge: va a al
encuentro de la gente», así como «fue a buscar» a ese hombre. «Y si la gente
está herida —se preguntó—, ¿qué hace Jesús?, ¿la reprende diciéndole: por qué
está herida? No, va y la carga sobre los hombros». Esto, afirmó el Papa, «se
llama misericordia». Precisamente de esto habla Dios cuando «reprende a su
pueblo: “Misericordia quiero, no sacrificios”».
Como es costumbre, el Pontífice concluyó la reflexión sugiriendo
un compromiso para la vida cotidiana: «Estamos en Cuaresma, tenemos que
convertirnos». Alguien, dijo, podría reconocer: «Padre, hay tantos pecadores
por la calle: los que roban, los que están en los campos nómadas... —por decir
algo— y nosotros despreciamos a esta gente». Pero a este se le debe decir: «¿Y
tú quién eres? ¿Y tú quién eres, que cierras la puerta de tu corazón a un
hombre, a una mujer, que tiene ganas de mejorar, de volver al pueblo de Dios,
porque el Espíritu Santo ha obrado en su corazón?». Incluso hoy hay cristianos
que se comportan como los doctores de la ley y «hacen lo mismo que habían hecho
con Jesús», objetando: «Pero este, este dice una herejía, esto no se puede
hacer, esto va contra la disciplina de la Iglesia, esto va contra la ley». Y
así cierran las puertas a muchas personas. Por ello, concluyó el Papa, «pidamos
hoy al Señor» la «conversión a la misericordia de Jesús»: sólo así «la ley
estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros
mismos».
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