El Papa Francisco presidió
este jueves la celebración del Corpus Christi en la basílica de San
Juan de Letrán, en la que llamó a los fieles a rechazar el falso pan que ofrece
el mundo a través de sus vanidades, como el poder y el orgullo, porque no
nutren y sacian el hambre de amor y eternidad como el pan que da el Señor a
través de la Eucaristía.
En su homilía, el Santo
Padre advirtió que el mundo ofrece alimentos “que aparentemente satisfacen
más”, pero que sin embargo son una tentación para permanecer en el pecado. En
ese sentido, afirmó que “vivir la experiencia de la fe significa dejarse nutrir
por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales,
sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su
Cuerpo”.
A continuación les
presentamos el texto completo de la homilía del Papa gracias a la traducción de
Radio Vaticana:
“El Señor, tu Dios… te
dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían”.
Estas palabras del
Deuteronomio hicieron referencia a la historia de Israel, que Dios los hizo
salir de Egipto, de la condición de esclavos, y por cuarenta años ha guiado en
el desierto hacia la tierra prometida.
Una vez establecido en
la tierra, el pueblo elegido logra una cierta autonomía, un cierto bienestar, y
corre el riesgo de olvidarse los tristes acontecimientos del pasado, superadas
gracias a la intervención de Dios y a su infinita bondad. Las Escrituras
exhortan a recordar, a hacer memoria de todo el camino hecho en el desierto, en
el tiempo de la necesidad, de la angustia.
La invitación es aquella
de retornar a lo esencial, a la experiencia de la total dependencia de Dios,
cuando la sobrevivencia fue confiada a su mano, para que el hombre comprendiera
que “no vive sólo de pan, sino… de todo lo que sale de la boca de Dios”.
Además del hambre
física, el hombre lleva en sí otra hambre, un hambre que no puede ser saciada
con el alimento ordinario. Es el hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Y el signo
del maná –como toda la experiencia del éxodo– contenía en sí también esta
dimensión: era figura de un alimento que satisface esta hambre profunda que hay
en el hombre.
Jesús nos dona este
alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es
el verdadero alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida
bajo la especie del vino. No es un simple alimento con el cual saciamos
nuestros cuerpos, como el maná. El Cuerpo de Cristo es el Pan de los últimos
tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la sustancia de este pan es
Amor.
En la Eucaristía se
comunica el amor del Señor por nosotros: un amor así grande que nos nutre con
Sí mismo; un amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y
necesitada de regenerar sus propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe
significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia no sobre
los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios,
su Palabra y su Cuerpo.
Si nos miramos entorno,
nos damos cuenta que hay tantos ofrecimientos de alimentos que no vienen del
Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero,
otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. ¡Pero el
alimento que nos nutre realmente y que sacia es solamente el que nos da el
Señor! El alimento que nos ofrece el Señor es diferente de los otros, y quizás
no parece así tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo.
Y así, soñamos otras
comidas, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas
que comían en Egipto, pero olvidaban que aquellas comidas las comían en la mesa
de la esclavitud. Ellos, en esos momentos de tentación, tenían memoria, pero
una memoria enferma, una memoria selectiva, una memoria esclava, no libre.
Cada uno de nosotros,
hoy puede preguntarse, ¿Y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En torno a qué mesa me
quiero nutrir? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer alimentos gustos, pero
en la esclavitud? ¿Cuál es mi memoria? ¿Aquella del Señor que me salva?, ¿O
aquella del ajo y de las cebollas de la esclavitud? ¿Con cuál memoria yo sacio
mi alma?
El Padre nos dice: “Te
he nutrido con maná que tú no conocías”. Recuperemos la memoria. Ésta es la
tarea: ¡Recuperemos la memoria!, y aprendamos a reconocer el pan falso que nos
ilusiona y corrompe, porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del
pecado.
Dentro de poco, en la
procesión, seguiremos a Jesús, realmente presente en la Eucaristía. La Hostia es nuestro maná, mediante el cual el Señor se nos dona a sí mismo. A Él nos
dirigimos con fe: Jesús, defiéndenos de las tentaciones del alimento mundano
que nos hace esclavos, purifica nuestra memoria, para que no quede prisionera
en la selectividad egoísta y mundana, pero sea memoria viva de tu presencia por
toda la historia de tu pueblo, memoria que se hace “memorial” de tu gesto de
amor redentor. Amén
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