viernes, 31 de enero de 2014

Papa Francisco: ¿No tienes tentaciones? O eres un ángel o un poco tonto.



El pecado más grande hoy es que los hombres han perdido el sentido del pecado

Cuando disminuye la presencia de Dios entre los hombres, “se pierde el sentido del pecado” y puede suceder que hagamos pagar a los demás el precio de nuestra “mediocridad cristiana”. Lo ha afirmado Papa Francisco en la homilía de la Misa matutina en Santa Marta. Pidamos a Dios, ha exhortado el Papa, la gracia de que en nosotros no disminuya nunca la presencia de “su Reino”.

Un pecado grave, como por ejemplo el adulterio, denominado ahora como “un problema que resolver”. La elección que toma el rey David relatada en la Primera Lectura de hoy, se convierte en el espejo ante el cual Papa Francisco pone la conciencia de todo cristiano. David se enamora de Betsabé, mujer de Urías, un general suyo, la toma y manda al marido a primera línea de batalla, causándole la muerte, de hecho perpetra un asesinato. Sin embargo, el adulterio y el homicidio no le molestan mucho. “David se encuentra ante un gran pecado, pero él no lo siente así”, observa el Papa. “No se le ocurre pedir perdón. Lo que se le ocurre es: ‘¿cómo resuelvo esto?’”:

“A todos nos puede suceder esto. Todos somos pecadores y todos sentimos la tentación, la tentación es el pan nuestro de cada día. Si alguno de nosotros dijese: ‘Yo no tengo tentaciones’, o eres un querubín o eres un poco tonto, ¿no? Se entiende… la lucha es normal en la vida y el diablo no está tranquilo, él quiere ganar. Pero el problema, el problema más grave de esta lectura, no es tanto la tentación y el pecado contra el noveno mandamiento, sino la actuación de David. Y David no habla aquí de pecado, habla de un problema que tiene que resolver. ¡Esto es un signo! Cuando el Reino de Dios disminuye, cuando va a menos, uno de los signos es que se pierde el sentido del pecado”.

Cada día, al rezar el “Padrenuestro”, nosotros le pedimos a Dios: “Venga a nosotros tu Reino…”, lo que, explica Papa Francisco, quiere decir “crezca tu Reino”. Cuando se pierde el sentido del pecado, se pierde también “el sentido del Reino de Dios” y en su lugar, destaca el Papa, surge “una visión antropológica súper potente”, la del “yo lo puedo todo”.

“¡La potencia del hombre en lugar de la gloria de Dios! Este es el pan de cada día. Por esto la oración de todos los días a Dios ‘Venga tu Reino, aumente tu Reino’, porque la salvación no vendrá de nuestras astucias, de nuestra inteligencia en el llevar nuestros asuntos. La salvación vendrá de la gracia de Dios y del entrenamiento cotidiano que nosotros hacemos de esta gracia en la vida cristiana”.

“El pecado más grande de hoy es que los hombres han perdido el sentido del pecado”. Papa Francisco cita esta célebre frase de Pío XII y después centra su atención en Urías, el hombre inocente mandado a la muerte por la culpa de su rey. Urías, dice el Papa, se convierte en el símbolo de todas las víctimas de nuestra inconfesada soberbia.

“Yo os confieso, cuando veo estas injusticias, esta soberbia humana, también cuando veo el peligro de que a mí mismo me suceda esto, el peligro de perder el sentido del pecado, me hace bien pensar en los muchos Urías de la historia, en los muchos Urías que sufren nuestra mediocridad cristiana, cuando nosotros perdemos el sentido del pecado, cuando nosotros dejamos que el Reino de Dios caiga… Estos son los mártires de nuestros pecados no reconocidos. Nos hará bien rezar hoy por nosotros, para que el Señor nos regale todos los días no perder el sentido del pecado, para no perder el Reino de Dios. También llevar una flor espiritual a la tumba de estos Urías contemporáneos, que pagan la cuenta del banco de los seguros, de los cristianos que se sienten seguros”.
Fuente: Aleteia
 

TEN PIEDAD DE MI, OH DIOS, POR TU INMENSA TERNURA



Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, 
por tu inmensa ternura, borra mis faltas! 
¡Lávame totalmente de mi culpa 
y purifícame de mi pecado! 

Porque yo reconozco mis faltas 
y mi pecado está siempre ante mí. 
Contra ti, contra ti solo pequé 
e hice lo que es malo a tus ojos. 

Por eso, será justa tu sentencia 
y tu juicio será irreprochable; 
yo soy culpable desde que nací; 
pecador me concibió mi madre. 

Tú amas la sinceridad del corazón 
y me enseñas la sabiduría en mi interior. 
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio; 
lávame, y quedaré más blanco que la nieve. 

Anúnciame el gozo y la alegría: 
que se alegren los huesos quebrantados. 
Aparta tu vista de mis pecados 
y borra todas mis culpas. 

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, 
y renueva la firmeza de mi espíritu.

jueves, 30 de enero de 2014

Papa Francisco: “No se entiende un cristiano sin Iglesia”

“No se entiende un cristiano sin Iglesia”: lo ha afirmado esta mañana Papa Francisco durante la Misa presidida en Santa Marta. El Pontífice ha indicado tres pilares del sentido de la pertenencia eclesial: la humildad, la fidelidad y la oración por la Iglesia.
 

La homilía del Papa ha comenzado por la figura del rey David, como se presenta en las lecturas del día: un hombre que habla con el Señor como un hijo habla con el padre y aunque reciba un “no” a sus peticiones, lo acepta con alegría. David, observa el Papa Francisco, tenía “un sentimiento fuerte de pertenencia al pueblo de Dios”. Y esto, prosiguió, nos cuestiona sobre cuál es nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia, nuestro sentir con la Iglesia y en la Iglesia.
 
“El cristiano no es un bautizado que recibe el Bautismo y después va por su camino. El primer fruto del Bautismo es el hacerte pertenecer a la Iglesia, al Pueblo de Dios. No se entiende un cristiano sin Iglesia. Y por esto el gran Pablo VI decía que era una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia; estar con Cristo al margen de la Iglesia. No se puede. Es un dicotomía absurda. El mensaje evangélico nosotros lo recibimos en la Iglesia y nuestra santidad la vivimos en la Iglesia, nuestro camino en la Iglesia. Lo demás es una fantasía, o como él decía: una dicotomía absurda”.
 
El “sensus ecclesiae”, afirmó, es “el mismo sentir, pensar, querer, dentro de la Iglesia”. Hay “tres pilares de esta pertenencia, de este sentir con la Iglesia. El primero es la humildad”, con la conciencia de estar “insertos en una comunidad como una gracia grande”.
 
Una persona que no es humilde, no puede sentir con la Iglesia, sentirá lo que a ella o a él le gusta. Y esta humildad se ve en David: ‘¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa?’ Con esa conciencia de que la historia de salvación no comenzó con él y no terminará cuando muera. No, es toda una historia de salvación: yo vengo, el Señor te toma, te hace ir hacia delante y después te llama y la historia continua. La historia de la Iglesia comenzó antes que nosotros y continuará después de nosotros: Humildad: somos una pequeña parte de un gran pueblo, que va por el camino del Señor”.

 
El segundo pilar es la fidelidad “que va vinculada a la obediencia”:
 
“Fidelidad a la Iglesia; fidelidad a su enseñanza; fidelidad al Credo; fidelidad a la doctrina, custodiar esa doctrina. Humildad y fidelidad. También Pablo VI nos recordaba que nosotros recibimos el mensaje como un don y debemos transmitirlo como un don, pero no como una cosa nuestra: es un recibido que damos. Y ser fieles en esta transmisión, ser fieles. Porque nosotros hemos recibido y debemos dar un Evangelio que no es nuestro, que es de Jesús, y no debemos, decía Él, convertirnos en dueños del Evangelio, señores de la doctrina recibida para utilizarla a nuestro placer”.
 

El tercer pilar, dijo el Papa, es un servicio particular: “rezar por la Iglesia”. “¿Cómo va nuestra oración por la Iglesia? Pregunta Papa Francisco, ¿Rezamos por la Iglesia? En la Misa todos los días sí, pero ¿en nuestra casa no? ¿Cuándo rezamos?” Rezar por toda la Iglesia, en todas las partes del mundo. “Que el Señor, concluyó el Papa, nos ayude a ir por este camino para profundizar en nuestra pertenencia a la Iglesia y en nuestro sentir con la Iglesia”.
 

sources: Radio Vaticano

miércoles, 29 de enero de 2014

EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN. PAPA FRANCISCO


En esta tercera catequesis sobre los sacramentos, nos centramos en la confirmación, que debe ser entendida en continuidad con el Bautismo, al que está vinculada de manera inseparable. Estos dos sacramentos, junto con la Eucaristía, constituyen un único evento salvador que se llama: la "iniciación cristiana", en el que somos insertados en Cristo Jesús muerto y resucitado, y nos convertimos en nuevas criaturas y miembros de la Iglesia. Es por ello que en su origen estos tres sacramentos se celebraban en un solo momento, al final del camino catecumenal, que era por lo general en la Vigilia de Pascua. Así venía sellado el camino de formación y de progresiva inserción en la comunidad cristiana que podía durar unos cuantos años. Se hacía paso a paso, ¿no?, para llegar al Bautismo, después a la Confirmación y a la Eucaristía.

Comúnmente hablamos del sacramento de la "Confirmación", una palabra que significa " unción". Y, de hecho, a través del óleo, llamado "sagrado crisma" venimos formados, en la potencia del Espíritu, a Jesucristo, que es el único verdadero "ungido ", el " Mesías", el Santo de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio como Jesús lee aquello de Isaías, lo vemos más adelante, es el ungido: "yo soy enviado y ungido para esta misión."


El término "Confirmación" nos recuerda que este Sacramento confiere un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; completa nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de su cruz (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1303). Y por esta razón es importante tener cuidado de que nuestros niños, nuestros muchachos tengan este sacramento. Todos nos preocupamos de que estén bautizados y esto es bueno, ¿eh? Pero tal vez no tengamos tanto cuidado de que reciban la Confirmación: quedan a mitad de camino y no reciben el Espíritu Santo, ¡eh!, ¡que es muy importante en la vida cristiana, porque nos da la fuerza para seguir adelante! Pensemos un poco, cada uno de nosotros: ¿estamos, de verdad, preocupados de que nuestros niños y muchachos reciban la Confirmación? Es importante esto: es importante. Y si ustedes tienen niños o muchachos en casa que todavía no la han recibido y tienen la edad suficiente para recibirla, hagan todo lo posible para acabar esta iniciación cristiana para que ellos reciban la fuerza del Espíritu Santo. ¡Es importante!

Por supuesto, es importante ofrecer a los que reciben la Confirmación una buena preparación, que debe tener como objetivo conducirlos a una adhesión personal a la fe en Cristo y despertar en ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia.

La Confirmación, como todo Sacramento, no es obra de los hombres, sino de Dios, que cuida de nuestras vidas para moldearnos a la imagen de su Hijo, para que podamos amar como Él. Y hace esto infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a toda la persona y durante toda la vida, como se refleja en los siete dones que la Tradición, a la luz de la Sagrada Escritura, siempre ha evidenciado. De estos siete dones… no quiero preguntarles si se acuerdan de los siete dones, no. Tal vez muchos lo dirán, pero no es necesario, no. Todos dirán es éste, ése, este otro... pero no lo hagan. Yo los digo en su nombre, ¿eh? ¿Cuáles son los dones? La Sabiduría, el Intelecto, el Consejo, la Fortaleza, la Ciencia, la Piedad y Temor de Dios. Y estos dones se nos han dado precisamente con el Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación. A estos dones tengo la intención de dedicar las catequesis que seguirán a las de los Sacramentos.

Cuando acogemos al Espíritu Santo en nuestros corazones, y lo dejamos actuar, Cristo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través de nosotros, será Él -oigan bien esto, ¿eh?, a través de nosotros será el mismo Cristo quien orará, perdonará, infundirá esperanza y consuelo, servirá a los hermanos, estará cerca de los necesitados y de los últimos, creará comunión y sembrará la paz. ¡Piensen en lo importante que es esto: que es a través del Espíritu Santo, que viene Cristo para hacer todo esto en medio de nosotros y para nosotros! Por esta razón, es importante que los niños y jóvenes reciban este Sacramento.

¡Queridos hermanos y hermanas, recordemos que hemos recibido la Confirmación, todos nosotros! Recordémoslo ante todo para dar las gracias al Señor por este don y luego para pedirle que nos ayude a vivir como verdaderos cristianos, a caminar con alegría según el Espíritu Santo que nos fue dado. ¡Está visto, que estos últimos miércoles, a mitad de la audiencia, nos bendicen desde el Cielo: pero, ustedes son valientes, adelante!

(ER RV)

martes, 28 de enero de 2014

Papa Francisco: ¿Gritas cuando hay gol y no eres capaz de alabar al Señor?

La oración de alabanza nos hace fecundos. Es lo que ha afirmado el Papa Francisco en la Misa de esta mañana en la Casa Santa Marta. El Papa, comentando la danza alegre de David por el Señor de la que habla la Primera Lectura, destacó que, si nos cerramos en la formalidad, nuestra oración se convierte en algo frío y estéril.
 

“David bailaba con todas sus fuerzas ante el Señor”. El Papa Francisco ha desarrollado su homilía partiendo de esta imagen alegre, relatada en el Segundo Libro de Samuel. Todo el Pueblo de Dios, recordó, estaba de fiesta porque el Arca de la Alianza volvía a casa. La oración de alabanza de David, prosiguió, “lo llevó a salir de toda compostura y a danzar delante del Señor” con “todas sus fuerzas”. Esta, comentó, “¡era exactamente la oración de alabanza!”. Papa Francisco confesó que, leyendo esta cita, “pensó enseguida” en Sara después de haber dado luz a Isaac: “¡El Señor me hizo bailar de alegría!”. Esta anciana, como el joven David, evidenció, “ha bailado de alegría” ante el Señor. “Para nosotros, observó, es fácil entender la oración para pedir una cosa al Señor, también para agradecer al Señor”. También entendemos bien “la oración de adoración”, dijo, “no es tan difícil”. Pero la oración de alabanza “la dejamos de lado, no nos sale tan espontánea”.

“’Pero Padre, esto es para los de la Renovación en el Espíritu, no para todos los cristianos!’. No, ¡la oración de alabanza es una oración cristiana para todos nosotros! En la Misa, todos los días, cuando cantamos el Santo… Esta es una oración de alabanza: alabamos al Señor por su grandeza, ¡por qué es grande! Y le decimos cosas bellas, porque a nosotros nos gusta que sea así. ‘Pero Padre, yo no soy capaz… yo debo…’ ¿Eres capaz de gritar cuando tu equipo marca un gol y no eres capaz de cantar alabanzas al Señor? ¿De salir un poco de los formalismos para cantar esto? ¡Alabar al Señor es totalmente gratis! No pedimos, no agradecemos: ¡alabamos!”.

Debemos rezar “con todo el corazón”, prosiguió: “Es un acto también de justicia, ¡por qué Él es grande! ¡Es nuestro Dios!”. David, recordó, “era muy feliz porque volvía el arca, volvía el Señor: también su cuerpo rezaba con esa danza”.

“Una buena pregunta que nos podemos plantear hoy: ‘¿Cómo va mi oración de alabanza? ¿Sé alabar al Señor? ¿Sé alabar al Señor o cuándo rezo el Gloria o rezo el Sanctus lo hago solo con la boca y no con todo el corazón?’ ¿Qué me dice la danza de David? ¿Y Sara, bailando de alegría? Cuando David entra en la ciudad comienza otra cosa: ¡una fiesta!”.

“La alegría de la fe, ha afirmado, nos lleva a la alegría de la fiesta. La fiesta de la familia”. El Papa ha recordador que cuando David entra en el palacio, la hija del rey Saúl, Mikal, lo reprende y le pregunta si no se avergüenza por haber bailado de esa manera delante de todos. Él, que es el rey. Mikal “despreció a David”.

“Yo me pregunto ¿cuántas veces despreciamos en nuestro corazón a personas buenas, personas buenas que alaban al Señor, como se les ocurre, de forma espontánea, porque no son cultos, no siguen los comportamientos formales? Pero, ¡desprecio! Y dice la Biblia que Mikal quedó estéril por este motivo ¡para el resto de su vida! ¿Qué quiere decir la Palabra de Dios aquí? ¡Que la alegría, que la oración de alabanza nos hace fecundos! Sara bailaba en el momento grande de su fecundidad ¡a los noventa años! La fecundidad que nos da la alabanza al Señor, la gratuidad de alabar al Señor.

El hombre o la mujer que alaba al Señor, que reza alabando al Señor, que cuando reza el Gloria se alegra de decirlo, que cuando canta el Sanctus en la Misa se alegra de cantarlo, es un hombre o una mujer fecundos”.

Sin embargo, advirtió, “los que se encierran en la formalidad de una oración fría, medida, pueden terminar como Mikal: en la esterilidad de su formalidad”. El Papa ha invitado, por tanto, a imaginar a David que danza “con todas sus fuerzas ante el Señor y pensemos lo bello que puede ser hacer la oración de alabanza”. Nos hará bien, concluyó, repetir las palabras del Salmo 23 que hemos rezado hoy: “Alzaos puertas, alzad los dinteles para que entre el Rey de la gloria. El Señor, el fuerte, el valiente, Él es el rey de la gloria!”.

sources: Radio Vaticano

Oración de Santo Tomás de Aquino


Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra. 

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma. 

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento ¡Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros. 

¡Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


En presencia de la grandeza. Memoria de Santo Tomás de Aquino

Querido padre Tomás:
¡Cómo me encanta Santo Tomás de Aquino! Él era tan grande de cuerpo como de espíritu. En otras palabras, ¡era bien gordo! Algunos dicen que soy el Santa Claus de las Filipinas. Realmente no sé si por mi sonrisa, mi carcajada o mi peso. De cualquier forma, si yo soy el Santa Claus de las Filipinas, entonces Santo Tomás fue el Santa Claus de Italia.
Los historiadores cuentan que un carpintero tuvo que cortar un pedazo de la mesa para que él pudiera entrar. Era tan grande que tenía dificultad al sentarse a comer porque no había a suficiente espacio entre la mesa y el banco. En todo caso, creo que deberíamos nombrarlo patrono de todos los que vivimos a dieta tratando de adelgazar.
Algunos se preguntan qué diría Santo Tomás si pudiera volver y visitar nuestros seminarios. Él fue la mente más brillante en la historia de la Iglesia. Durante siglos su teología y filosofía escolástica se enseñó en todos nuestros seminarios. Ahora su nombre ni siquiera se menciona.
Si volviera, creo que no le importaría que lo hayan olvidado. El mismo Santo Tomás, hace muchos años, lo dijo bien claro. Antes de morir expresó que había aprendido más sobre Jesús en una hora santa ante el Santísimo Sacramento, que en todos los libros que había leído. Descubrió más sobre Su Amor estando en Su Presencia Real, que en todo lo que había escrito. Y todo lo que se había escrito y dicho era tan insignificante como la paja, en comparación con el valor de un solo encuentro personal con Jesús en el Santísimo Sacramento.
La teología es el estudio de Dios. La oración ante el Santísimo Sacramento nos da el conocimiento de Dios mismo. La primera es el estudio académico del amor. La segunda, es la cálida experiencia del Amor Personificado. La una es un libro acerca de la persona, mientras que la otra es esa persona diciéndonos directamente todo sobre sí misma.
Hay una universidad en Houston, Texas, que enseña filosofía y teología Tomística. Está regentada por los religiosos de la regla de San Basilio y se llama Universidad de Santo Tomás. En Texas también hay un hombre muy famoso que es una leyenda del golf y que jugó en las décadas de los 30, 40 y 50. Algunos dicen que es el mejor golfista que haya vivido. Su nombre es Ben Hogan. Una noche, cuando Ben Hogan regresaba de un campeonato de golf, tuvo un terrible accidente automovilístico. Chocó de frente contra otro auto y casi muere. Los médicos dijeron que nunca volvería a caminar. Pero debido a su gran determinación, no solo aprendió a caminar nuevamente sino que siguió ganando cuatro campeonatos abiertos en los Estados Unidos y otras tres competencias mayores.
Tengo un amigo norteamericano que creció en Texas. Desde que era adolescente en los años 50, ha estado jugando golf. Ben Hogan era su héroe. Durante su vida había leído todos los libros sobre Ben Hogan, su vida, su época, y todo su material de instrucción.
Finalmente un día ocurrió lo que anhelaba. Este amigo mío estaba en Fort Worth, Texas, en un viaje de negocios y lo invitaron a almorzar al Colonial Country Club. ¡Allí conoció a Ben Hogan en persona!
Esto sucedió en junio de 1991, casi cuarenta años después que mi amigo había oído hablar por primera vez de Ben Hogan. Ahora él estaba sentado junto al “Maestro” mismo escuchando cada palabra, totalmente impresionado de estar en presencia de la grandeza.
Mi amigo casi no podía esperar para contarles a todos sus amigos como también a los que no lo eran. No importaba, con cualquiera que él hablara enseguida le comentaba emocionado que había conocido a Ben Hogan. Amigos o extraños, daba igual. Les decía que por espacio de 45 minutos él había hablado con Ben Hogan en persona.
Y nosotros, ¡¿no deberíamos sentirnos igualmente emocionados de poder estar con el mismo Jesús en el Santísimo Sacramento?! Piensa en esto, Tomás. ¿No era de esto de lo que hablaba el Doctor Angélico? Mi amigo había leído y oído todo sobre Ben Hogan, pero eso no se podía comparar con un solo momento en su compañía.
¿No deberíamos estar totalmente asombrados de estar en la Presencia de la Grandeza en cada instante que pasamos ante el Santísimo Sacramento? Él es el Maestro, el Señor, el Creador del Universo.
Santo Tomás, en su teología, explica por qué la valoración de la Sagrada Eucaristía ha disminuido y por qué tomamos a la ligera la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento. El santo escolástico habla de la relación inseparable entre consumir y adorar. Entre comunión de la Sagrada Eucaristía y adoración del Santísimo Sacramento. Añade que “si no adoramos lo que consumimos perdemos de vista el valor y la apreciación de lo que estamos consumiendo”.
En otras palabras, la Eucaristía no es una cosa sino una persona. A menos que reservemos tiempo para mantener una relación personal con Jesús en el Santísimo Sacramento, perderemos de vista la amorosa persona de Jesús en el Santísimo Sacramento y la Sagrada Eucaristía perderá su valor ante nuestros ojos.
Santo Tomás pasaba hora tras hora en profunda adoración del Santísimo Sacramento. Por su amor al Santísimo Sacramento se le llama el Doctor Angélico. Su amor por Jesús en la Eucaristía fue lo que le inspiró a componer los himnos para la Bendición como Tantum Ergo Sacramentum.
El tema de estos himnos es la capacidad de nuestra fe de ir más allá de los sentidos y alcanzar a comprender la realidad de la presencia de Dios en el Santísimo Sacramento.
En Santo Tomás es donde estudié filosofía y teología. Por esta razón, él es uno de mis santos patronos.
Oremos, querido Tomás, para que cada sacerdote esté lleno del mismo amor por la Sagrada Eucaristía como lo estuvo Santo Tomás de Aquino. Que todo sacerdote pueda estar tan emocionado ante el Santísimo Sacramento, Jesús en persona con nosotros, como mi amigo de Texas estuvo cuando conoció a Ben Hogan en persona. Podríamos convertir el mundo entero al catolicismo si estalláramos de entusiasmo, diciéndoles a todos que ¡Jesús está realmente aquí en persona!
Fraternalmente tuyo en
Su Amor Eucarístico,

Monseñor Pepe
De Tengo Sed de Ti

lunes, 27 de enero de 2014

LLAMAMIENTO DEL PAPA POR LA PAZ EN UCRANIA


Ayer, tras rezar el Ángelus el pensamiento del Papa Francisco se dirigió a la violencia que está sacudiendo Ucrania:

“Estoy cercano con la oración a Ucrania, en particular a cuantos han perdido la vida en estos días y a sus familias. ¡Deseo que se desarrolle un diálogo constructivo entre las instituciones y la sociedad civil y, evitando todo recurso a acciones violentas, prevalezcan en el corazón de cada uno el espíritu de paz y la búsqueda del bien común!”

En la imagen (de Sergei Supinsky / AFP/Getty Images), un sacerdote ordotoxo intenta evitar el choque entre la policía y los manifestantes en el centro de Kiev, la capital de Ucrania. Escenas como ésta se repiten desde hace días: los sacerdotes, con gran riesgo de sus personas, se interponen tratando de evitar la violencia. Oremos por estos hermanos nuestros.
De News.va

Le llaman el “Papa de las sorpresas” Pero sus decisiones no deberían sorprender… ¿o es que nadie se lee el Evangelio?


El hombre de la memoria de hierro. Capaz de recordar que los fundamentos de la aventura cristiana en el mundo nacen en los brazos ardientes de un encuentro, ese con el Resucitado
en la mañana de la primera Pascua cristiana: sin esos brazos, el fuego de la Gracia cede el puesto a las cenizas de la desgracia, quizás disfrazada de Evangelio. La de Cristo, por tanto, es la única amistad que los hombres de todo tiempo pueden vanagloriarse de poseer. Todas las demás – decantadas en las formas más extravagantes, el célebre “amigo del amigo” – son malas imitaciones de esa única amistad reconocida por los Evangelios. Una amistad que trae sorpresa, quizás incluso cierta vergüenza. La sorpresa de algo inesperado, de un cambio de trayectoria, de un cambio que tenga como objetivo el único fin por el que vale la pena cambiar: hacer de manera que el pasado pueda ser contado un día a los que vengan detrás. Lo sabe bien el 
papa Francisco: definirlo como el hombre de las sorpresas es banalizar su persona, caracterizarlo como un conquistador de masas es quizás reírnos de su intento incansable de enganchar el mundo a Cristo, exaltarlo demasiado es no conocer que su grandeza tiene lugar en la impopularidad evangélica.

Y sin embargo, a él le gusta a menudo hablar de sorpresa: “Dios es siempre una sorpresa, y por tanto nunca sabes dónde y cómo lo encuentras, no eres tu el que fija los tiempos ni los lugares del encuentro”. Una sorpresa leída también en su doble vertiente: “me has dado una sorpresa”, porque cuando Cristo se acerca es siempre en vista de confiarse al hombre. Y en su otro significado: “me has sorprendido”, porque si bien es verdad que el cristianismo nace de un encuentro, también es verdad que de ese encuentro nosotros no decidimos los tiempos ni tampoco podemos tomar la iniciativa. Y si el Dios de las sorpresas no está en el centro, la Iglesia se desorienta. Podrá también organizar sorpresas, pero le faltará el ingrediente necesario para no leerlas como farsas: la imposibilidad de prever. Y, en consecuencia, la grandeza de quien acepta dejarse sorprender. De dejarse amar, más que de amar.
 
Le llaman el “Papa de las sorpresas”, y sin embargo es tan previsible en sus decisiones que dan ganas de decir a algunos: “¿pero habéis leído alguna vez el Evangelio?” Se sorprenden – hasta conmoverse – cuando habla de periferia:¿no es quizás cierto que desde las primeras palabras de la Escritura, cuando Dios decide cambiar el mundo, parte siempre de la periferia? Llama a pescadores y cobradores de impuestos, mujeres de mala vida y usureros, endereza a los cojos y a los paralíticos. Da la vuelta a la historia con un puñado de pescadores y un contable traidor: por no hablar de su entrada en el Paraíso llevando del brazo a un delincuente. Otros se sorprenden porque los cardenales se eligen en base a la proximidad a los pobres más que a las sedes cardenalicias y a las amistades interesadas: ¿no es cierto acaso que Dios elige lo débil del mundo para confundir a los fuertes? A las ambiciones de los hijos de Zebedeo – esponsorizadas por la inquietud de su madre – declaró abiertamente que prefería la otra cara de la historia: la que no es considerada, la olvidada, la despreciada. Las historias de periferia.
 
Le llaman el “Papa de las sorpresas". Pero después se enfadan si las sorpresas que da al mundo no se corresponden con su voluntad. Desde que el mundo existe, sin embargo, la sorpresa es bonita si es inesperada, impredecible, inimaginable. Las demás se parecen a los regalos de cumpleaños “pilotados”: “por favor, por lo menos finge sorprenderte cuando lo abres”. Ha existido también ese tiempo en la Iglesia: ciertas sorpresas tenían poco de sorprendente, aunque iban a la moda. Se hacían sorpresas unos a otros: es decir, se compartía la apatía del descontento. Esta vez parece la vez buena: la única sorpresa es Cristo. Y los primeros birretes cardenalicios han ido derechos a la periferia, allí donde late fuerte el corazón de Cristo.
 
Artículo tomado del blog Sulla Strada di Emmaus

domingo, 26 de enero de 2014

Que la alegría del Evangelio llegue hasta a los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz: el Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de este domingo narra los inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y aldeas de Galilea. 

Su misión no parte de Jerusalén, es decir del centro religioso, social y político, sino de una zona periférica, despreciada por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en aquella región de diversas poblaciones; por ello el profeta Isaías la indica como “Galilea de los gentiles” (Is 8, 23).
 

Es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas diferentes por raza, cultura y religión. Galilea se convierte así en el lugar simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos. 

Desde este punto de vista, Galilea se parece al mundo de hoy: comprendida por diversas culturas, necesidad de confrontación y de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una “Galilea de los gentiles”, y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos. 

Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia no está reservada a una parte de la humanidad, hay que comunicarla a todos. Es un buen anuncio destinado a cuantos lo esperan, pero también a quienes, tal vez, ya no esperan, y ni siquiera tienen la fuerza de buscar y de pedir.
 

Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluido de la salvación de Dios, más bien, que Dios prefiere partir desde la periferia, de los últimos, para alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es decir la misericordia del Padre. “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 20).
 

Jesús comienza su misión no sólo desde un lugar descentrado, sino también a partir de hombres que se dirían “de bajo perfil”. Para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas y doctores de la Ley, sino a las personas humildes y sencillas, que se preparan con empeño a la llegada del Reino de Dios. 

Jesús va a llamarlos allí donde trabajan, en la ribera del lago: son pescadores. Los llama, y ellos lo siguen inmediatamente. Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
 


Queridos amigos y amigas, ¡el Señor llama también hoy! Pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana; también hoy, en este momento, aquí, el Señor, pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el Reino de Dios, en las “Galileas” de nuestros tiempos. Cada uno de ustedes piense: el Señor pasa hoy, el Señor me mira, ¡me está mirando! ¿Qué me dice el Señor?
 

Y si alguno de ustedes oye que el Señor le dice: “sígueme”, sea valiente, vaya con Él; Él no decepciona jamás. ¡Dejemos alcanzarnos por su mirada, por su voz, y sigámoslo! “Para que la alegría del Evangelio llegue hasta a los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz” (Ibíd., 288)
(Traducción de Griselda Mutual – RV).

Dios, como a Pablo, te invita a la conversión

Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la "Conversión de san Pablo" (...) En el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana.

La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, "creyó en el Evangelio". En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.

En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir.

Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús "se ha entregado a sí mismo por mí", muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor. 

Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. "Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús" (Fil 3,12).

Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente.

La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: "Ut unum sint". 
Fragmento de las palabras dSS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión de San Pablo 25 enero 2009.
Fuente: Catholic.net

Para un examen de conciencia, por el Papa Francisco

«¿Nos avergonzamos de los escándalos en la Iglesia?». Es un profundo examen de conciencia el que propuso el Papa Francisco el jueves 16 de enero, por la mañana, durante la homilía de la misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Un examen de conciencia que se dirige a la raíz de las razones de los «muchos escándalos» que dijo no querer «mencionar en particular» porque «todos sabemos donde están».

Y precisamente a causa de los escándalos no se da al pueblo de Dios «el pan de la vida» sino «un alimento envenenado». Los escándalos —explicó una vez más el Papa— tuvieron lugar porque « la Palabra de Dios era algo raro en esos hombres, en esas mujeres» que los realizaron, aprovechando su «posición de poder y comodidad en la Iglesia» sin tener, sin embargo, ninguna relación con «la Palabra de Dios». Porque, puntualizó, no sirve para nada decir «yo llevo una medalla» o «yo llevo la cruz» si no se tiene «una relación viva con Dios y con la Palabra de Dios». Además, algunos de estos escándalos —indicó una vez más el Papa— hicieron justamente también «pagar mucho dinero».
La reflexión del Pontífice se inspiró en la oración del salmo responsorial —el número 43— proclamado en la liturgia del día. Una oración que se refiere a lo relatado en la primera lectura: la derrota de Israel. Se habla de ello en el primer libro de Samuel (4- 1,11). Recita el salmo citado por el Papa: «Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales, Señor, con nuestras tropas; nos haces retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario nos saquea». Es con estas palabras, dijo el Pontífice, que «reza el justo de Israel después de las muchas derrotas que tuvo en su historia».
Derrotas que suscitan algunas preguntas: «¿Por qué el Señor dejó así a Israel, en manos de los filisteos? ¿Abandonó el Señor a su pueblo? ¿Ocultó su rostro?». El Papa precisó que la pregunta de fondo es: «¿Por qué el Señor abandonó a su pueblo en esa lucha contra los enemigos? Pero los enemigos no sólo del pueblo, sino del Señor». Enemigos que «odiaban a Dios», que «eran paganos».
«La clave para buscar una respuesta» a esta pregunta decisiva el Pontífice la indicó en algunos versículos de la liturgia del día anterior: «En aquellos días era rara la Palabra del Señor» (1 Samuel 3, 1). «En medio de su pueblo —explicó nuevamente refiriéndose a la Escritura— no estaba la Palabra del Señor, a tal punto que el joven Samuel no comprendía» quién le llamaba. El pueblo, por lo tanto, «vivía sin la Palabra del Señor. Se había alejado de Él». El anciano sacerdote Elí era «débil» y «sus hijos, mencionados dos veces aquí», eran «corruptos: asustaban al pueblo y lo apaleaban». Así «sin la Palabra de Dios, sin la fuerza de Dios» dejaban espacio al «clericalismo» y a la «corrupción clerical».
En este contexto, sin embargo, prosiguió el Papa, el pueblo se «da cuenta» de que estaba «lejos de Dios y dice: “vayamos a buscar el arca”». Pero llevan «el arca al campamento» como si fuese la expresión de una magia: de este modo no se disponían a la búsqueda del Señor sino de «una cosa que es mágica». Y con el arca «se sienten seguros».
Por su parte, «los filisteos comprendieron el peligro», sobre todo, tras oír «el eco de ese alarido» que suscitó la llegada del arca al campamento de Israel y se preguntaron qué significaba. «Se enteraron —continuó— que había llegado a su campo el arca del Señor». Se lee, en efecto, en el libro de Samuel: «Los filisteos se sintieron atemorizados y dijeron: “Dios ha venido al campamento”». Por lo tanto, los filisteos pensaban que habían ido a buscar a Dios y que Él estaba realmente presente en su campamento. En cambio, el pueblo de Israel no se había dado cuenta de que con el arca no había «entrado la vida».
Y la Escritura relata luego detalladamente las dos derrotas contra los filisteos: en la primera murieron cerca de cuatro mil; en la segunda, treinta mil. Además, «el arca de Dios fue tomada por los filisteos y los dos hijos de Elí, Jofní y Pinjás, murieron».
«Este pasaje de la Escritura —destacó el Papa— nos hace pensar» en «cómo es nuestra relación con Dios, con la Palabra de Dios. ¿Es una relación formal, o una relación lejana? La Palabra de Dios entra en nuestro corazón, cambia nuestro corazón, ¿tiene este poder, o no?». ¿O bien «es una relación formal, todo bien, pero el corazón está cerrado a esa Palabra?».
Una serie de preguntas —precisó el Pontífice— que «nos lleva a pensar en tantas derrotas de la Iglesia. En tantas derrotas del pueblo de Dios». Derrotas debidas «sencillamente» al hecho de que el pueblo «no percibe al Señor, no busca al Señor, no se deja buscar por el Señor». Luego, al verificarse la tragedia se dirige al Señor para preguntar: «pero Señor, ¿qué pasó?». Se lee en el salmo 43: «Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones» (vv. 14-15). Y es lo que nos lleva, destacó el Papa Francisco, a «pensar en los escándalos de la Iglesia: ¿pero nos avergonzamos?». Y añadió: «Muchos escándalos que yo no quiero mencionar en particular, pero todos los conocemos. Sabemos donde están». Algunos «escándalos —dijo— hicieron pagar mucho dinero. Está bien...». Y fue en este punto que habló sin medios términos de «vergüenza de la Iglesia» por esos escándalos que suenan como muchas «derrotas de sacerdotes, obispos y laicos».
La cuestión, continuó el Pontífice, es que « la Palabra de Dios en esos escándalos era poco común. En esos hombres, en esas mujeres, la Palabra de Dios era rara. No tenían relación con Dios. Tenían una posición en la Iglesia, una posición de poder, incluso de comodidad». Pero «no la Palabra de Dios», eso no. Y «de nada sirve decir “pero yo llevo una medalla, yo llevo la cruz: como aquellos que llevaban el arca, sin una relación viva con Dios y con la Palabra de Dios». Recordando las palabras de Jesús respecto a los escándalos repitió que de ellos «derivó toda una decadencia del pueblo de Dios, hasta la debilidad, la corrupción de los sacerdotes».

El Papa Francisco concluyó la homilía con dos pensamientos: la Palabra de Dios y el pueblo de Dios. En cuanto al primero propuso un examen de conciencia: «¿Está viva la Palabra de Dios en nuestro corazón? ¿Cambia nuestra vida o es como el arca que va y viene» o «el evangeliario muy bonito» pero «no entra en el corazón?». En cuanto al pueblo de Dios se centró en el mal que le ocasionan los escándalos: «Pobre gente —dijo—, pobre gente. No damos de comer el pan de la vida. No damos de comer la verdad. Muchas veces damos de comer un alimento envenenado».
Fuente: http://www.osservatoreromano.va/es

Jesús llama a los primeros apóstoles. Evangelio según San Mateo 4,12-23.


Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí,para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:

¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.

Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.

Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. 
Fuente: News. va