Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de este domingo narra los
inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y aldeas de Galilea.
Su
misión no parte de Jerusalén, es decir del centro religioso, social y político,
sino de una zona periférica, despreciada por los judíos más observantes, con
motivo de la presencia en aquella región de diversas poblaciones; por ello el
profeta Isaías la indica como “Galilea de los gentiles” (Is 8, 23).
Es una tierra de
frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas diferentes por
raza, cultura y religión. Galilea se convierte así en el lugar simbólico para
la apertura del Evangelio a todos los pueblos.
Desde este punto de vista,
Galilea se parece al mundo de hoy: comprendida por diversas culturas, necesidad
de confrontación y de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en
una “Galilea de los gentiles”, y en este tipo de contexto podemos asustarnos y
ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más
protegidos.
Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia no está reservada a una
parte de la humanidad, hay que comunicarla a todos. Es un buen anuncio
destinado a cuantos lo esperan, pero también a quienes, tal vez, ya no esperan,
y ni siquiera tienen la fuerza de buscar y de pedir.
Partiendo de
Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluido de la salvación de Dios, más
bien, que Dios prefiere partir desde la periferia, de los últimos, para
alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es
decir la misericordia del Padre. “Cada cristiano y cada comunidad discernirá
cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar
este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las
periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 20).
Jesús comienza su
misión no sólo desde un lugar descentrado, sino también a partir de hombres que
se dirían “de bajo perfil”. Para elegir a sus primeros discípulos y futuros
apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas y doctores de la Ley,
sino a las personas humildes y sencillas, que se preparan con empeño a la
llegada del Reino de Dios.
Jesús va a llamarlos allí donde trabajan, en la
ribera del lago: son pescadores. Los llama, y ellos lo siguen inmediatamente.
Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura
extraordinaria y fascinante.
Queridos amigos y
amigas, ¡el Señor llama también hoy! Pasa por los caminos de nuestra vida
cotidiana; también hoy, en este momento, aquí, el Señor, pasa por la plaza. Nos
llama a ir con Él, a trabajar con Él por el Reino de Dios, en las “Galileas” de
nuestros tiempos. Cada uno de ustedes piense: el Señor pasa hoy, el Señor me
mira, ¡me está mirando! ¿Qué me dice el Señor?
Y si alguno de
ustedes oye que el Señor le dice: “sígueme”, sea valiente, vaya con Él; Él no
decepciona jamás. ¡Dejemos alcanzarnos por su mirada, por su voz, y sigámoslo!
“Para que la alegría del Evangelio llegue hasta a los confines de la tierra y
ninguna periferia se prive de su luz” (Ibíd., 288)
(Traducción de Griselda Mutual – RV).
(Traducción de Griselda Mutual – RV).
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