«¿Nos avergonzamos de los escándalos en la Iglesia?». Es un profundo examen
de conciencia el que propuso el Papa Francisco el jueves 16 de enero, por la
mañana, durante la homilía de la misa celebrada en la capilla de la Casa de
Santa Marta. Un examen de conciencia que se dirige a la raíz de las razones de
los «muchos escándalos» que dijo no querer «mencionar en particular» porque
«todos sabemos donde están».
Y precisamente a causa de los escándalos no se da al pueblo de Dios «el pan
de la vida» sino «un alimento envenenado». Los escándalos —explicó una vez más
el Papa— tuvieron lugar porque « la Palabra de Dios era
algo raro en esos hombres, en esas mujeres» que los realizaron, aprovechando su
«posición de poder y comodidad en la Iglesia» sin tener,
sin embargo, ninguna relación con «la Palabra de Dios». Porque, puntualizó, no
sirve para nada decir «yo llevo una medalla» o «yo llevo la cruz» si no se
tiene «una relación viva con Dios y con la Palabra de Dios».
Además, algunos de estos escándalos —indicó una vez más el Papa— hicieron
justamente también «pagar mucho dinero».
La reflexión del Pontífice se inspiró en la oración del salmo responsorial
—el número 43— proclamado en la liturgia del día. Una oración que se refiere a
lo relatado en la primera lectura: la derrota de Israel. Se habla de ello en el
primer libro de Samuel (4- 1,11). Recita el salmo citado por el Papa: «Ahora,
en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales, Señor, con nuestras
tropas; nos haces retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario nos saquea».
Es con estas palabras, dijo el Pontífice, que «reza el justo de Israel después
de las muchas derrotas que tuvo en su historia».
Derrotas que suscitan algunas preguntas: «¿Por qué el Señor dejó así a
Israel, en manos de los filisteos? ¿Abandonó el Señor a su pueblo? ¿Ocultó su
rostro?». El Papa precisó que la pregunta de fondo es: «¿Por qué el Señor
abandonó a su pueblo en esa lucha contra los enemigos? Pero los enemigos no
sólo del pueblo, sino del Señor». Enemigos que «odiaban a Dios», que «eran
paganos».
«La clave para buscar una respuesta» a esta pregunta decisiva el Pontífice
la indicó en algunos versículos de la liturgia del día anterior: «En aquellos
días era rara la Palabra del Señor» (1 Samuel 3, 1). «En medio de su pueblo —explicó nuevamente refiriéndose a la Escritura— no estaba la Palabra del Señor, a tal punto que el
joven Samuel no comprendía» quién le llamaba. El pueblo, por lo tanto, «vivía
sin la Palabra del Señor. Se había alejado de Él». El
anciano sacerdote Elí era «débil» y «sus hijos, mencionados dos veces aquí»,
eran «corruptos: asustaban al pueblo y lo apaleaban». Así «sin la Palabra de Dios, sin la fuerza de Dios» dejaban espacio al
«clericalismo» y a la «corrupción clerical».
En este contexto, sin embargo, prosiguió el Papa, el pueblo se «da cuenta»
de que estaba «lejos de Dios y dice: “vayamos a buscar el arca”». Pero llevan
«el arca al campamento» como si fuese la expresión de una magia: de este modo
no se disponían a la búsqueda del Señor sino de «una cosa que es mágica». Y con
el arca «se sienten seguros».
Por su parte, «los filisteos comprendieron el peligro», sobre todo, tras
oír «el eco de ese alarido» que suscitó la llegada del arca al campamento de
Israel y se preguntaron qué significaba. «Se enteraron —continuó— que había
llegado a su campo el arca del Señor». Se lee, en efecto, en el libro de
Samuel: «Los filisteos se sintieron atemorizados y dijeron: “Dios ha venido al
campamento”». Por lo tanto, los filisteos pensaban que habían ido a buscar a
Dios y que Él estaba realmente presente en su campamento. En cambio, el pueblo
de Israel no se había dado cuenta de que con el arca no había «entrado la
vida».
Y la Escritura relata luego detalladamente las dos
derrotas contra los filisteos: en la primera murieron cerca de cuatro mil; en
la segunda, treinta mil. Además, «el arca de Dios fue tomada por los filisteos
y los dos hijos de Elí, Jofní y Pinjás, murieron».
«Este pasaje de la Escritura —destacó el Papa— nos hace
pensar» en «cómo es nuestra relación con Dios, con la Palabra de Dios. ¿Es una relación formal, o una relación lejana? La Palabra de Dios entra en nuestro corazón, cambia nuestro corazón, ¿tiene
este poder, o no?». ¿O bien «es una relación formal, todo bien, pero el corazón
está cerrado a esa Palabra?».
Una serie de preguntas —precisó el Pontífice— que «nos lleva a pensar en
tantas derrotas de la Iglesia. En tantas derrotas del
pueblo de Dios». Derrotas debidas «sencillamente» al hecho de que el pueblo «no
percibe al Señor, no busca al Señor, no se deja buscar por el Señor». Luego, al
verificarse la tragedia se dirige al Señor para preguntar: «pero Señor, ¿qué
pasó?». Se lee en el salmo 43: «Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los
gentiles, nos hacen muecas las naciones» (vv. 14-15). Y es lo que nos lleva,
destacó el Papa Francisco, a «pensar en los escándalos de la Iglesia: ¿pero nos avergonzamos?». Y añadió: «Muchos escándalos que yo
no quiero mencionar en particular, pero todos los conocemos. Sabemos donde
están». Algunos «escándalos —dijo— hicieron pagar mucho dinero. Está bien...».
Y fue en este punto que habló sin medios términos de «vergüenza de la Iglesia» por esos escándalos que suenan como muchas «derrotas de
sacerdotes, obispos y laicos».
La cuestión, continuó el Pontífice, es que « la Palabra de Dios en
esos escándalos era poco común. En esos hombres, en esas mujeres, la Palabra de Dios era rara. No tenían relación con Dios. Tenían una
posición en la Iglesia, una posición de poder,
incluso de comodidad». Pero «no la Palabra de Dios», eso no. Y «de nada
sirve decir “pero yo llevo una medalla, yo llevo la cruz: como aquellos que
llevaban el arca, sin una relación viva con Dios y con la Palabra de Dios». Recordando las palabras de Jesús respecto a los
escándalos repitió que de ellos «derivó toda una decadencia del pueblo de Dios,
hasta la debilidad, la corrupción de los sacerdotes».
El Papa Francisco concluyó la homilía con dos pensamientos: la Palabra de Dios y el pueblo de Dios. En cuanto al primero propuso un
examen de conciencia: «¿Está viva la Palabra de Dios en
nuestro corazón? ¿Cambia nuestra vida o es como el arca que va y viene» o «el
evangeliario muy bonito» pero «no entra en el corazón?». En cuanto al pueblo de
Dios se centró en el mal que le ocasionan los escándalos: «Pobre gente —dijo—,
pobre gente. No damos de comer el pan de la vida. No damos de comer la verdad.
Muchas veces damos de comer un alimento envenenado».
Fuente: http://www.osservatoreromano.va/es
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