martes, 28 de mayo de 2013

Mucho bienestar impide seguir a Jesús, por el Papa Francisco

Dejar todo por el Reino

Jesús pide a un joven que dé todas sus riquezas a los pobres y le siga, pero este se va triste. El papa ha desarrollado la homilía partiendo del famoso episodio narrado en el evangelio de hoy. Sobre esto, ha subrayado que "las riquezas son un impedimento", que "no hacen fácil el camino hacia el Reino de Dios”. Además, advirtió, "Cada uno de nosotros tiene sus riquezas, todo el mundo." Siempre hay, dijo, una riqueza que “nos impide caminar cerca de Jesús".   

Todos –continuó--, “debemos hacer un examen de conciencia sobre las que son nuestras riquezas, porque nos impiden acercarnos a Jesús en el camino de la vida". El papa se refirió a dos "riquezas culturales": primero, la "cultura del bienestar, que nos hace poco valientes, nos hace perezosos, incluso nos vuelve egoístas". El bienestar "nos adormece, es una anestesia"



Encanto por lo temporal

También hay, agregó, "otra riqueza en nuestra cultura", una riqueza que nos "impide caminar cerca de Jesús: es el encanto por lo temporal". Nosotros –dijo, estamos "enamorados de lo temporal". Las "propuestas definitivas" que nos hace Jesús, "no nos gustan". En cambio lo temporal nos gusta, porque "tenemos miedo del tiempo de Dios" que es definitivo: 

"Él es el Señor del tiempo, nosotros somos los amos del momento. ¿Por qué? Porque en el momento que somos los amos: hasta aquí sigo al Señor, luego veré…». El encanto de lo temporal es una de esas riquezas. Tenemos que convertirnos en dueños del tiempo. Estas dos riquezas son las que en este momento nos impiden seguir adelante. Pienso en tantos, tantos hombres y mujeres que han dejado su tierra natal para ir como misioneros toda la vida: ¡esto es algo definitivo!" 

"Ante la invitación de Jesús, frente a estas dos riquezas culturales pensemos en los discípulos: estaban desconcertados. Nosotros también podemos estar desconcertados por este discurso de Jesús. Pidamos al Señor que nos dé el coraje para seguir adelante, despojándonos de esta cultura del bienestar, con la esperanza --al final del camino, donde Él nos espera-- puesta en el tiempo. No con la pequeña esperanza del momento, que ya no sirve". 

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

El silencio del alma

domingo, 26 de mayo de 2013

Comunidad de Amor

Según los científicos, el “Big Ban”, ese acontecimiento que dio inicio a todo lo que existe, tuvo lugar hace 13.75 billones de años… nuestro planeta, en cambio, es mucho más joven, habiéndose formado hace 4.5 billones de años… y nuestra fe nos enseña que antes de existir la Tierra… el Universo… y todo lo creado… antes de que hubiera nada… aún antes del tiempo… en el completo vacío de la eternidad… ya Dios era…


Dios, el Creador de todo y todos… el Amor perfecto, que se dona y entrega en toda su magnitud e infinitud, existe desde siempre… no te parece algo maravilloso…!?!

Cuando nos detenemos a pensar en ese insondable misterio… y descubrimos que la misma naturaleza de Dios, su ser más íntimo, es Amor… comprendemos que Él tiene que existir en comunidad… pues el Amor solamente sabe amar y ser amado… y ambas acciones requieren de otro, fuera de sí mismo, que sea objeto y origen del Amor…El Padre se desborda en amor… pero ese desbordar necesita, por naturaleza propia, Alguien que lo reciba… ese Alguien es el Hijo… quien recibe el amor del Padre y se lo devuelve, desbordándose a su vez.

Oración al Espíritu Santo

Creo en Ti, Dios Padre,
Creo en Ti, Dios Hijo,
Creo en Ti, Dios Espíritu Santo,
pero aumentad mi fe.


Espero en Ti, Dios Padre, Espero en Ti, Dios Hijo,
Espero en Ti Dios Espíritu Santo,
pero aumentad mi esperanza.


Te amo Dios Padre,
Te amo Dios Hijo, mi Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Te amo Dios Espíritu Santo,
pero aumentad mi amor.

Gloria al Padre,
Gloria al Hijo,
Gloria al Espíritu Santo,
Gloria a la Santísima e indivisa Trinidad,
como era en el principio, ahora y siempre,
por todos los siglos de los siglos. Amen.

jueves, 23 de mayo de 2013

La Santísima Trinidad

1. Jesús se va, pero se queda

  • Los discípulos no entienden las palabras de Jesús: se va, pero seguirá con ellos. Lo que quiere manifestarles Jesús es su nueva presencia en la comunidad.
  • Los discípulos interpretan la ausencia de Jesús como abandono, quedando ellos en soledad. 
  • Jesús desaparece físicamente al morir, pero quedará con ellos siempre de un modo nuevo, más profundo y más interior. Esto se realiza cuando Jesús les trasmite su mismo Espíritu, que es también el Espíritu del Padre.
  • Cuando venga el Espíritu de la verdad, los iluminará para que puedan entender la verdad completa (v. 13).

2. El Espíritu, memoria viva de Jesús

  • El Espíritu, la presencia íntima del Padre y del Hijo en el corazón de los creyentes, es quien iluminará para entender la verdad. El Espíritu es la memoria, siempre actual, de la Palabra y de los gestos de Jesús.
  • Si los discípulos se dejan guiar por el Espíritu, la Verdad y el Amor, sabrán interpretar el porqué de tantos sucesos, agradables o desagradables, que experimentarán en su vida.
  • El Espíritu dará a los discípulos la capacidad de experimentar la Verdad y el Amor del Padre, manifestado en el Hijo.
  • El Espíritu hará que los discípulos transformen su vida, pensamiento y acción, al estilo de Jesús, para que sean glorificados junto con Él.
  • El Espíritu es el maestro interior de la Verdad y del Amor. Nadie puede considerarse poseedor de la verdad absoluta. Esto sería atentar con la Verdad plena, propia del Espíritu.


3. Creer en la Trinidad es creer en el Amor


  • La Trinidad es el misterio íntimo del mismo Dios. El Padre conoce y se relaciona con el Hijo. Y así engendran al Espíritu, que es la expresión del Amor entre las tres personas divinas.
  • Ese mismo Amor intra-trinitario ha sido trasplantado a nosotros: Dios ha derramado su amor en nuestros corazones (Rom 5, 5; segunda lectura de hoy).
  • Nuestro Dios no es alguien lejano a nuestra condición humana. Se metió dentro de nosotros. "Es más íntimo que nuestra propia intimidad" (San Agustín).
  • Al celebrar la solemnidad de la Trinidad, afirmamos que el ser de Dios es el Amor. Y celebramos la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios-Comunidad.
  • Celebrar la Trinidad es entender nuestras relaciones humanas como un acto permanente de comunión para crear comunidad con los hermanos.

miércoles, 22 de mayo de 2013

El Papa Francisco: abrirse a las sorpresas de Dios

“La novedad  nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida... Y esto nos sucede también con Dios... nos resulta difícil abandonarnos a Él... dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados... para abrirnos a los suyos. 

Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. 

No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”. 

 En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo.... Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia... la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá... de la doctrina y de la Comunidad eclesial, y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo”. 

Como último punto, el Papa ha observado que “los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio... . El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga... Es el Espíritu Paráclito, el “Consolador”, que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo”.

domingo, 19 de mayo de 2013

Oración al Espíritu Santo de San Agustín

Respira en mí

Respira en mí
Oh Espíritu Santo
para que mis pensamientos
puedan ser todos santos. 

Actúa en mí
Oh Espíritu Santo
para que mi trabajo, también
Pueda ser santo. 

Atrae mi corazón
Oh Espíritu Santo
para que sólo ame
lo que es santo. 

Fortaléceme
Oh Espíritu Santo
para que defienda
todo lo que es Santo. 

Guárdame pues
Oh Espíritu Santo
para que yo siempre
pueda ser santo.
(S. Agustín)
 

viernes, 17 de mayo de 2013

Dios Espíritu Santo


Dentro de dos días celebraremos la gran fiesta de Pentecostés… y nos gozaremos con la maravillosa noticia de que Dios ha cumplido su Promesa, enviando el Espíritu Santo sobre su Iglesia… pero, ¿conocemos realmente quién es el Espíritu Santo…? Hoy les dejo esta pequeña catequesis del Padre Ángel Peña, de su libro “Experiencias de Dios”…

El Espíritu Santo es el Espíritu de amor. Es la personificación del amor del Padre y del Hijo, de los cuales procede. San Pablo dice que: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Romanos 5,5). Esto quiere decir que no podemos tener amor en el alma sin el Espíritu Santo. No puede haber santidad sin el Espíritu Santo, como lo decía san Basilio en el siglo IV. Sin el poder del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús no hubieran sido capaces de predicar. 

 Estaban reunidos en el Cenáculo unas 120 personas con las puertas y ventanas cerradas por miedo a los judíos. El día de Pentecostés quedaron todos llenos el Espíritu Santo y recibieron una fortaleza y una claridad tan grande sobre las verdades de la fe que ese mismo día salieron a predicar, sin temor a la muerte, y convirtieron a tres mil personas.

El poder del Espíritu Santo es el poder del amor que transforma las vidas de quienes están perdidos en la oscuridad de la ignorancia, de la tristeza o de la desesperación. Sin el Espíritu Santo, nuestra vida estaría triste, sin luz, sin sentido. Sin el Espíritu, la Iglesia estaría vacía, sin poder y sin vida. El Evangelio sería letra muerta, incomprensible, fuente de división. El Espíritu Santo se encuentra en el origen y término de todas las obras buenas de todos los hombres.
Jesús, como hombre, también necesitó el poder del Espíritu Santo. Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo (Lucas 1,35). Estaba lleno del Espíritu Santo (Lucas 4,1). A veces, actuaba impulsado por el Espíritu Santo (Lucas 1,14). Fue llevado por el Espíritu Santo al desierto (Lucas 4,1). Ungido por el Espíritu Santo pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo (Hechos 10,38). Y con frecuencia, se sentía inundado de la alegría del Espíritu Santo (Lucas 10,21).

Por eso, si Jesús necesitó el Espíritu Santo, nosotros también lo necesitamos para ser santos y crecer cada día más en el amor a Dios Padre, nuestro papá. Y también para amar todo lo que es de Jesús, pues el Espíritu Santo nos da un amor especial para la madre de Jesús, la Virgen María; para la Iglesia de Jesús, nuestra Iglesia católica; para el representante de Jesús en la tierra, el Papa; para la palabra de Jesús, escrita en los Evangelios; para todos los hermanos de Jesús, que son todos los hombres. Y, muy en especial, nos da un amor grande y sublime para Jesús presente como Dios y hombre en la Eucaristía.
Por todo ello, digamos día y noche sin cansarnos jamás: Ven, Espíritu Santo, y lléname de tu amor y de tu felicidad. Así podremos comprender que el Reino de Dios es justicia, alegría y paz en el Espíritu Santo (Romanos 14,17).
De "Tengo sed de Ti"

martes, 14 de mayo de 2013

Pentecostés. Ven, Espíritu de Dios

GEMIDOS DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO


Dios, Nuestro Señor, es tan amoroso con todos nosotros que nos ha dado la conciencia. Esa voz de Dios que nos habla internamente. Ahí donde nada más estás tú y Dios, ahí es donde el Espíritu Santo te hablará. Sus llamadas amorosas no son con gritos, sino con suavidad. Se necesita que haya silencio para que podamos oírlo. Pero, nuestro mundo de hoy hace tanto ruido que no nos permitimos escuchar esa voz de Dios. Dejemos que Dios nos hable. Escuchemos sus gemidos de amor por nosotros. Esforcémonos por escucharle..


Leamos la Secuencia de la Misa de Pentecostés, que nos dice:

Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el Cielo tu luz, para iluminarnos.
Ven ya, padre de los pobres,
luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones.
Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo.
Eres pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto.
Ven luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran.
Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina.
Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas.
Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas.
Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza tus siete sagrados dones.
Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.


Esta hermosa oración ha sido rezada por la Iglesia durante cientos de años. Ahí vemos la dulzura de Dios que, por medio del Espíritu Santo, inunda a las almas. Escuchemos una y otra vez esas hermosas palabras que decimos del Espíritu Santo, ese dulce huésped de nuestra alma. 

Lo nombramos Padre de los pobres, pues Él es quien se identifica con ellos, con los que más necesitan, con los que tienen hambre y sed de Dios. Por eso, Santa Teresa decía: "quien a Dios tiene, nada le falta". Ahí estaba presente el Espíritu Santo.

Luz que penetra las almas: ¡Cuántas veces vivimos en la oscuridad del pecado, de la angustia y de la tristeza! Parece que nunca se va a hacer de día. Sin embargo, si pedimos a Dios que, por medio del Espíritu Santo nos ilumine, pronto las tinieblas de nuestro corazón se llenarán de esa luz amorosa de Dios.

Dador de todos los dones: Todos los dones que pueda recibir una persona, un alma, son originados por el Espíritu Santo quien, con el fuego de su amor, piensa personalmente en cada uno de nosotros.

Fuente de todo consuelo. ¡Cuántas veces parece que estamos inconsolables porque todo lo humano está en nuestra contra! 
 
Dificultades con los miembros de la familia, los hijos, el cónyuge; en el trabajo, en la sociedad. Nada, parece, que nos puede consolar. Sin embargo, ahí está Dios quien, por medio del Espíritu Santo está en espera para consolarnos.

Amable huésped del alma. Sí, ese es el Espíritu Santo, ese amable, dulce y tierno visitante de nuestra alma, que habita en ella si nosotros se lo permitimos. Pero, nuestro egoísmo lo expulsa cada vez que optamos por el pecado. Dulce huésped, ¡quédate conmigo! No permitas que nada me separe de ti.

Paz en las horas de duelo. ¿Quién será quien nos levante el corazón cuando el dolor es fuerte? Ahí está el dulce huésped del alma, buscando consolar y dar paz en los momentos de duelo. Pero, ¿por qué no queremos escucharle?, ¿por qué nos hacemos sordos a su voz? Cuando el alma está atribulada, cansada, fatigada, ahí se presenta quien es pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto. ¡Sí! Ahí está el Espíritu Santo quien ha de confortar en todo momento.

Así podríamos ir hablando del Espíritu Santo, escuchando las palabras de esta oración que la Iglesia durante cientos de años ha recitado.

Sin embargo, esta maravillosa realidad del Espíritu Santo es muy poco conocida. Por algo se suele afirmar que el Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma. Dediquemos un tiempo para conversar amorosa e íntimamente con el Espíritu Santo, amable y dulce huésped del alma.

Recordemos algunas palabras que la Iglesia, por medio del Credo, nos dice sobre el Espíritu Santo. Recordemos que es el Señor y dador de vida. Por medio de Él, Dios vivifica al mundo, nos comunica la vida y lo santifica todo.
Los siete dones del Espíritu Santo son: 
1. Sabiduría
2. Inteligencia
3. Consejo
4. Fortaleza
5. Ciencia
6. Piedad
7. Santo Temor de Dios

Los frutos del Espíritu Santo nos ayudan a saborear la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
1. Caridad
2. Gozo
3. Paz
4. Paciencia
5. Generosidad
6. Bondad
7. Benignidad
8. Mansedumbre
9. Fidelidad
10. Modestia
11. Continencia
12. Castidad

El pecado mortal es el peor enemigo del Espíritu Santo, pues si lo cometemos expulsamos de nuestra alma a su dulce huésped.

No tengamos miedo de ser testigos de Dios en la sociedad, pues si contamos con el Espíritu Santo, toda dificultad será vencida, todo cansancio refrescado y cada tristeza consolada.

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la Tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. 
Amén.

Fuente: Catholic.net

viernes, 10 de mayo de 2013

LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO


Queridos hermanos y hermanas:
Cuarenta días después de la Resurrección —según el libro de los Hechos de los Apóstoles—, Jesús sube al cielo, es decir, vuelve al Padre, que lo había enviado al mundo. 

La Ascensión del Señor marca el cumplimiento de la salvación iniciada con la Encarnación. Después de haber instruido por última vez a sus discípulos, Jesús sube al cielo (cf. Mc 16, 19). Él entretanto «no se separó de nuestra condición» (cf. Prefacio); de hecho, en su humanidad asumió consigo a los hombres en la intimidad del Padre y así reveló el destino final de nuestra peregrinación terrena. 

Del mismo modo que por nosotros bajó del cielo y por nosotros sufrió y murió en la cruz, así también por nosotros resucitó y subió a Dios, que por lo tanto ya no está lejano. 

San León Magno explica que con este misterio «no solamente se proclama la inmortalidad del alma, sino también la de la carne. De hecho, hoy no solamente se nos confirma como poseedores del paraíso, sino que también penetramos en Cristo en las alturas del cielo» (De Ascensione Domini, Tractatus 73, 2.4: ccl 138 a, 451.453). Por esto, los discípulos cuando vieron al Maestro elevarse de la tierra y subir hacia lo alto, no experimentaron desconsuelo, como se podría pensar; más aún, sino una gran alegría, y se sintieron impulsados a proclamar la victoria de Cristo sobre la muerte (cf. Mc 16, 20). Y el Señor resucitado obraba con ellos, distribuyendo a cada uno un carisma propio. Lo escribe también san Pablo: «Ha dado dones a los hombres... Ha constituido a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y doctores... para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos... a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 8.11-13).
Queridos amigos, la Ascensión nos dice que en Cristo nuestra humanidad es llevada a la altura de Dios; así, cada vez que rezamos, la tierra se une al cielo. Y como el incienso, al quemarse, hace subir hacia lo alto su humo, así cuando elevamos al Señor nuestra oración confiada en Cristo, esta atraviesa los cielos y llega a Dios mismo, que la escucha y acoge.

En la célebre obra de san Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, leemos que «para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos» (Libro III, cap. 44, 2, Roma 1991, 335).
Supliquemos, por último, a la Virgen María para que nos ayude a contemplar los bienes celestiales, que el Señor nos promete, y a ser testigos cada vez más creíbles de su Resurrección, de la verdadera vida.
Benedicto XVI
 

jueves, 9 de mayo de 2013

Volveré a veros y nadie os quitará vuestra alegría

Jesús cuando, dirigiéndose a sus discípulos, afirma: "volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría". Son palabras que indican una propuesta rebosante de felicidad sin fin, del gozo de ser colmados por el amor divino para siempre. 

Plantearse el futuro definitivo que nos espera a cada uno de nosotros da sentido pleno a la existencia, porque orienta el proyecto de vida hacia horizontes no limitados y pasajeros, sino amplios y profundos, que llevan a amar el mundo, que tanto ha amado Dios, a dedicarse a su desarrollo, pero siempre con la libertad y el gozo que nacen de la fe y de la esperanza. 

Son horizontes que ayudan a no absolutizar la realidad terrena, sintiendo que Dios nos prepara un horizonte más grande, y a repetir con san Agustín: "Deseamos juntos la patria celeste, suspiramos por la patria celeste, sintámonos peregrinos aquí abajo." Queridos jóvenes, os invito a no olvidar esta perspectiva en vuestro proyecto de vida: estamos llamados a la eternidad. Dios nos ha creado para estar con Él, para siempre. Esto os ayudará a dar un sentido pleno a vuestras opciones y a dar calidad a vuestra existencia. Benedicto XVI, Mensaje para la XXV Jornada Mundial de la Juventud, 2010

Cuando muere un familiar o un amigo, sentimos una enorme tristeza, un vacío insufrible. Dejamos de verlo. Se crea en la familia, en el lugar de trabajo, en el club de amigos, un hueco que no sabemos cómo ocupar. El o ella ya no están con nosotros. Y aunque le necesitemos, ya no lo vemos...

Algo parecido pasó con Cristo. Murió. Los discípulos se quedaron "fuera de combate". El mundo, la sociedad, la prensa, los orgullosos y egoístas, celebraron fiesta. Pero Cristo resucitó. Lo vieron pocos, muy pocos, y se llenaron de alegría. Todos los cristianos deberíamos vivir en esa alegría: Cristo ha resucitado, y está presente entre nosotros.

Cuando nos detenemos en el frenesí de cada día y entramos en una iglesia, allí lo podemos encontrar. El "mundo" no se da cuenta de esto, pues todos tienen mucho que hacer, y les falta tiempo para abrir los ojos de la fe y encontrarse con Cristo. Pero Él está allí. Te espera, y me espera...

P,Fernando Pascual

sábado, 4 de mayo de 2013

TENER CONFIANZA EN DIOS


Para un cristiano la esencia de la confianza en Dios es contemplar en Jesucristo al Mesías, al Hijo de Dios que viene a salvarnos, que viene a guiarnos, que viene a enseñarnos, convirtiéndose así en "camino, verdad y vida".
En esta confianza en Dios entra también la Iglesia, divina y humana, instrumento de salvación y certeza de los bienes futuros. Y entra también la Persona del Papa, Vicario de Cristo, Maestro de nuestra fe y Pastor de nuestros corazones. 

Fiarse de Dios es, pues, entregarse a Dios sin condiciones, sin exigencias, sin reticencias, en la certeza de que él es lo mejor que tenemos, El único que no nos puede fallar, la Verdad que nos puede guiar en la confusión de la vida. Fiarse de Dios es poner a su servicio nuestra inteligencia y nuestra libertad sin pedirle pruebas. Fiarse de Dios es creer de veras en el que tanto nos ama.

Y es que al cristiano de hoy le siguen alentando aquellas palabras de Jesús: Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Ante esta realidad, vamos a reflexionar qué implica para nosotros, hombres, este fiarnos de Cristo y las dificultades que encontramos a veces para ello.

Fiarnos de Dios para nosotros es, ante todo, doblegar nuestra mente con la humildad ante el que nos supera plenamente. Los hombres de hoy le damos excesiva importancia a nuestra razón. Exigimos que la razón sea la norma de la verdad. No somos conscientes de cómo nuestra razón puede estar tocada por el subjetivismo o el relativismo. Al vivir en un mundo tremendamente pragmático y empírico queremos que todo pase por la razón, incluso Dios. No somos conscientes de que Dios nos supera absolutamente y que, por tanto, no puede caber su infinitud en nuestra finitud. Sería como querer meter el mar en una pequeña charca. Por eso, una de las realidades que en la vida cotidiana embellece más a la razón es reconocer su propia pequeñez y sus limitaciones.

Precisamente en la fe puede encontrar la razón las certezas, las seguridades, el conocimiento que por sí misma no puede alcanzar. La humildad de la razón se llama lucha contra el racionalismo, el orgullo y la vanidad; y se manifiesta en la sencillez, en la conciencia de sus propias limitaciones y en la paz del que se fía en alguien que es más grande que ella, porque la ha creado.

Fiarnos de Dios para nosotros es, también, aprender a ver su amor y su presencia en las circunstancias de la vida, tanto favorables como adversas; es poner más nuestra confianza en él que en nuestros esfuerzos; es esperarlo más todo de él que de los demás. Es confiar en su Providencia que no permite que se nos caiga un pelo de la cabeza sin su consentimiento. Muchas veces los cristianos damos la impresión de que, confiando en Él, tenemos miedo a que Dios se distraiga, no se entere, no nos eche una mano. Y tendríamos que hacer ver a los demás que la confianza en Dios está muy encima de nuestras seguridades personales. Da mucha paz al corazón del hombre que lucha todos los días por sacar un hogar adelante, por educar a los hijos, por mantenerse en el camino correcto la certeza de un Dios Padre que le acompaña, que siente con él, que le protege. Esta certeza es la confianza auténtica.

Fiarnos de Dios para nosotros es, finalmente, erradicar de cara al futuro esa ansiedad que nos lleva con frecuencia a olvidarnos de Dios y a poner nuestro corazón y nuestras fuerzas en objetivos que consideramos fundamentales para nuestra vida. A veces constatamos que el corazón es prisionero de la ansiedad, que vivimos desasosegados, que no tenemos tiempo para pensar en las verdades esenciales de la vida. No se trata de vivir el reto del futuro con inconsciencia+, sino más bien de encontrar respuestas para este futuro en el Corazón de Dios, no dejando de luchar al mismo tiempo por lo inmediato. El problema se agudiza cuando el futuro nos atormenta como si todo dependiera de uno mismo o de las circunstancias. Un cristiano no puede vivir en esa dinámica. Para algo nos fiamos de Dios, sabiendo al mismo tiempo que Dios nos apremia, nos exige, nos anima a luchar. Todo esto se podría aplicar al campo de la propia santidad, de la familia, de la vida profesional, de los retos personales.?

Extraído de un artículo de P Juan Ferrán