viernes, 17 de mayo de 2013

Dios Espíritu Santo


Dentro de dos días celebraremos la gran fiesta de Pentecostés… y nos gozaremos con la maravillosa noticia de que Dios ha cumplido su Promesa, enviando el Espíritu Santo sobre su Iglesia… pero, ¿conocemos realmente quién es el Espíritu Santo…? Hoy les dejo esta pequeña catequesis del Padre Ángel Peña, de su libro “Experiencias de Dios”…

El Espíritu Santo es el Espíritu de amor. Es la personificación del amor del Padre y del Hijo, de los cuales procede. San Pablo dice que: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Romanos 5,5). Esto quiere decir que no podemos tener amor en el alma sin el Espíritu Santo. No puede haber santidad sin el Espíritu Santo, como lo decía san Basilio en el siglo IV. Sin el poder del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús no hubieran sido capaces de predicar. 

 Estaban reunidos en el Cenáculo unas 120 personas con las puertas y ventanas cerradas por miedo a los judíos. El día de Pentecostés quedaron todos llenos el Espíritu Santo y recibieron una fortaleza y una claridad tan grande sobre las verdades de la fe que ese mismo día salieron a predicar, sin temor a la muerte, y convirtieron a tres mil personas.

El poder del Espíritu Santo es el poder del amor que transforma las vidas de quienes están perdidos en la oscuridad de la ignorancia, de la tristeza o de la desesperación. Sin el Espíritu Santo, nuestra vida estaría triste, sin luz, sin sentido. Sin el Espíritu, la Iglesia estaría vacía, sin poder y sin vida. El Evangelio sería letra muerta, incomprensible, fuente de división. El Espíritu Santo se encuentra en el origen y término de todas las obras buenas de todos los hombres.
Jesús, como hombre, también necesitó el poder del Espíritu Santo. Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo (Lucas 1,35). Estaba lleno del Espíritu Santo (Lucas 4,1). A veces, actuaba impulsado por el Espíritu Santo (Lucas 1,14). Fue llevado por el Espíritu Santo al desierto (Lucas 4,1). Ungido por el Espíritu Santo pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo (Hechos 10,38). Y con frecuencia, se sentía inundado de la alegría del Espíritu Santo (Lucas 10,21).

Por eso, si Jesús necesitó el Espíritu Santo, nosotros también lo necesitamos para ser santos y crecer cada día más en el amor a Dios Padre, nuestro papá. Y también para amar todo lo que es de Jesús, pues el Espíritu Santo nos da un amor especial para la madre de Jesús, la Virgen María; para la Iglesia de Jesús, nuestra Iglesia católica; para el representante de Jesús en la tierra, el Papa; para la palabra de Jesús, escrita en los Evangelios; para todos los hermanos de Jesús, que son todos los hombres. Y, muy en especial, nos da un amor grande y sublime para Jesús presente como Dios y hombre en la Eucaristía.
Por todo ello, digamos día y noche sin cansarnos jamás: Ven, Espíritu Santo, y lléname de tu amor y de tu felicidad. Así podremos comprender que el Reino de Dios es justicia, alegría y paz en el Espíritu Santo (Romanos 14,17).
De "Tengo sed de Ti"

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