sábado, 4 de mayo de 2013

TENER CONFIANZA EN DIOS


Para un cristiano la esencia de la confianza en Dios es contemplar en Jesucristo al Mesías, al Hijo de Dios que viene a salvarnos, que viene a guiarnos, que viene a enseñarnos, convirtiéndose así en "camino, verdad y vida".
En esta confianza en Dios entra también la Iglesia, divina y humana, instrumento de salvación y certeza de los bienes futuros. Y entra también la Persona del Papa, Vicario de Cristo, Maestro de nuestra fe y Pastor de nuestros corazones. 

Fiarse de Dios es, pues, entregarse a Dios sin condiciones, sin exigencias, sin reticencias, en la certeza de que él es lo mejor que tenemos, El único que no nos puede fallar, la Verdad que nos puede guiar en la confusión de la vida. Fiarse de Dios es poner a su servicio nuestra inteligencia y nuestra libertad sin pedirle pruebas. Fiarse de Dios es creer de veras en el que tanto nos ama.

Y es que al cristiano de hoy le siguen alentando aquellas palabras de Jesús: Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Ante esta realidad, vamos a reflexionar qué implica para nosotros, hombres, este fiarnos de Cristo y las dificultades que encontramos a veces para ello.

Fiarnos de Dios para nosotros es, ante todo, doblegar nuestra mente con la humildad ante el que nos supera plenamente. Los hombres de hoy le damos excesiva importancia a nuestra razón. Exigimos que la razón sea la norma de la verdad. No somos conscientes de cómo nuestra razón puede estar tocada por el subjetivismo o el relativismo. Al vivir en un mundo tremendamente pragmático y empírico queremos que todo pase por la razón, incluso Dios. No somos conscientes de que Dios nos supera absolutamente y que, por tanto, no puede caber su infinitud en nuestra finitud. Sería como querer meter el mar en una pequeña charca. Por eso, una de las realidades que en la vida cotidiana embellece más a la razón es reconocer su propia pequeñez y sus limitaciones.

Precisamente en la fe puede encontrar la razón las certezas, las seguridades, el conocimiento que por sí misma no puede alcanzar. La humildad de la razón se llama lucha contra el racionalismo, el orgullo y la vanidad; y se manifiesta en la sencillez, en la conciencia de sus propias limitaciones y en la paz del que se fía en alguien que es más grande que ella, porque la ha creado.

Fiarnos de Dios para nosotros es, también, aprender a ver su amor y su presencia en las circunstancias de la vida, tanto favorables como adversas; es poner más nuestra confianza en él que en nuestros esfuerzos; es esperarlo más todo de él que de los demás. Es confiar en su Providencia que no permite que se nos caiga un pelo de la cabeza sin su consentimiento. Muchas veces los cristianos damos la impresión de que, confiando en Él, tenemos miedo a que Dios se distraiga, no se entere, no nos eche una mano. Y tendríamos que hacer ver a los demás que la confianza en Dios está muy encima de nuestras seguridades personales. Da mucha paz al corazón del hombre que lucha todos los días por sacar un hogar adelante, por educar a los hijos, por mantenerse en el camino correcto la certeza de un Dios Padre que le acompaña, que siente con él, que le protege. Esta certeza es la confianza auténtica.

Fiarnos de Dios para nosotros es, finalmente, erradicar de cara al futuro esa ansiedad que nos lleva con frecuencia a olvidarnos de Dios y a poner nuestro corazón y nuestras fuerzas en objetivos que consideramos fundamentales para nuestra vida. A veces constatamos que el corazón es prisionero de la ansiedad, que vivimos desasosegados, que no tenemos tiempo para pensar en las verdades esenciales de la vida. No se trata de vivir el reto del futuro con inconsciencia+, sino más bien de encontrar respuestas para este futuro en el Corazón de Dios, no dejando de luchar al mismo tiempo por lo inmediato. El problema se agudiza cuando el futuro nos atormenta como si todo dependiera de uno mismo o de las circunstancias. Un cristiano no puede vivir en esa dinámica. Para algo nos fiamos de Dios, sabiendo al mismo tiempo que Dios nos apremia, nos exige, nos anima a luchar. Todo esto se podría aplicar al campo de la propia santidad, de la familia, de la vida profesional, de los retos personales.?

Extraído de un artículo de P Juan Ferrán
 

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