En su Audiencia General del cuarto miércoles de octubre el Santo Padre concluyó su serie de catequesis sobre la esperanza cristiana, centrándose en el paraíso, cual meta de nuestra esperanza.
Hablando en italiano, el Francisco explicó que precisamente “paraíso” es una de las últimas palabras que Jesús pronunció en la cruz al dirigirse al “buen ladrón”. Invitando a la audiencia a detenerse en esa escena, el Papa destacó que el Señor no estaba solo en la cruz, puesto que tanto a la derecha como a la izquierda había dos malhechores. Y agregó que es posible que al pasar ante las tres cruces izadas sobre el Gólgota, algunas personas hayan pensado que finalmente se hacía justicia.
Al recordar que junto a Jesús se encontraba un delincuente que había reconocido merecer aquel terrible suplicio, el Papa Bergoglio afirmó que lo llamamos “el buen ladrón”, en contraposición al otro puesto que dice: “Recibimos lo que nos hemos merecido por nuestras acciones”, tal como se lee en el Evangelio de San Lucas.
Refiriéndose a aquel viernes trágico y santo en el Calvario, Francisco dijo que Jesús llega al punto máximo de su encarnación y de su solidaridad con nosotros que somos pecadores. Y también allí el Señor tiene la última cita con un pecador, para abrirle de par en par, también a él, las puertas de su Reino.
De hecho – prosiguió explicando el Santo Padre – es la única vez que la palabra “paraíso” aparece en los Evangelios. Y el Hijo de Dios lo promete a un “pobre diablo” que en el madero de la cruz tuvo el valor de dirigirle la más humilde de las peticiones: “Acuérdate de mí cuando entrarás en tu Reino”. Naturalmente el Papa destacó que no tenía obras de bien para hacer valer y, sin embargo, se encomienda a Jesús, reconociéndolo inocente, bueno y tan diverso de él. Por esta razón – dijo Francisco – fue suficiente aquella palabra de humilde arrepentimiento, para tocar el corazón de Jesús.
Por eso el “buen ladrón” nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios. La de ser sus hijos por quienes tiene compasión y a quien desarmaos cada vez que le manifestamos la nostalgia de su amor. Sí, como sucede en las tantas habitaciones de los hospitales o en las celdas de las cárceles. Se trata de un verdadero “milagro” que se repite constantemente puesto que no hay una sola persona, por más mal que haya vivido, que permanezca sola con su desesperación dado que a la gracia es para todos.
Después de destacar que ante Dios nos presentamos todos con las manos vacías, como aquel publicano de la parábola que se había detenido a rezar en el fondo del templo, el Papa Bergoglio afirmó que “cada vez que un hombre, haciendo el último examen de conciencia de su vida, descubre que sus faltas superan tanto las obras de bien, no debe desanimarse, sino encomendarse a la misericordia de Dios.
Por otra parte, debemos comprender que Dios es Padre y, como tal, espera hasta el último instante para que regresemos a Él, como el hijo pródigo que cuando comienza a confesar sus culpas, el padre le tapa la boca con un abrazo.
Del paraíso Francisco explicó que no es un lugar de fábula ni un jardín encantado; sino el abrazo con Dios, Amor infinito, en el que entramos gracias a Jesús, que murió en la cruz por nosotros.
Donde está Jesús, está la misericordia y la felicidad. Sin Él hay frío y tinieblas. En la hora de la muerte – dijo también el Papa Francisco – el cristiano repite a Jesús: “Acuérdate de mí”. Y si no hubiera nadie que se acordara de nosotros – añadió – Jesús estará allí, junto a nosotros. Si creemos esto – concluyó diciendo el Santo Padre – dejaremos de temer la muerte y podemos esperar también en partir de este mundo con serenidad y tanta confianza.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)
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