jueves, 26 de octubre de 2017

En camino hacia la unidad


«El gran progreso ecuménico de los últimos decenios», decía Benedicto XVI, fue pasar de la insistencia en las deferencias, a valorar la comunión imperfecta pero real ya existente
El 31 de octubre se cumplen 500 años de la Reforma luterana, cuando aquel monje agustino clavó sus célebres tesis en Witemberg. Lo novedoso y esperanzador de esta conmemoración será el marcado acento ecuménico de los actos en la ciudad sajona, impensable hasta fechas muy recientes. Es el fruto de décadas de diálogo ecuménico, coronadas por los últimos gestos de cercanía del Papa hacia los evangélicos, especialmente su viaje a la ciudad sueca de Lund.
La efeméride llega marcada por el reciente estudio del Centro de Investigación Pew que demuestra que, para muchos fieles, las diferencias doctrinales aducidas hace cinco siglos se han relativizado o prácticamente son inexistentes. Una mayoría de protestantes contradice la doctrina de la justificación y considera que tan importante para la salvación son la fe como las obras. El obstáculo más complejo sigue siendo la concepción de los sacramentos, de lo cual se deriva también una diferente visión sobre el ministerio en las iglesias. Sin embargo, en los últimos tiempos se aprecia un cierto movimiento de regreso de los hijos de Lutero a la Eucaristía. El cisma, en realidad, no cuestionó la presencia real de Cristo en el pan y el vino, pero algunos matices –que resultan hoy tan incomprensibles o más para una mayoría de fieles que los de la doctrina de la justificación– han provocado, de facto, una desacralización de las celebraciones evangélicas y una relativización del sacramento por excelencia.
No es una buena noticia para nadie que la pertenencia a una u otra iglesia tenga a veces más que ver con una herencia cultural que con una convicción personal. Todo lo cual no hace sino reforzar el mensaje lanzado por Benedicto XVI a la comunidad evangélica en Erfurt, asegurando que no es con «tácticas» negociadoras como se logrará la unidad, sino desde la fidelidad a Jesús. «El gran progreso ecuménico de los últimos decenios», aseguró, ha sido pasar de la insistencia en las deferencias, a valorar la comunión imperfecta pero real ya existente, reforzando la oración conjunta y el compromiso de dar «testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo».
Alfa y Omega

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