Médico psiquiatra, doctora en Medicina y Cirugía y máster en Psicoterapia, Maribel Rodríguez decidió dedicarse a este campo porque sentía la necesidad de comprender al ser humano. En esta búsqueda se dio cuenta de que no podía hacerlo sin tener en cuenta la espiritualidad de una persona. Ahora que los tiempos son más propicios para ello –abundan los congresos sobre estas cuestiones–, defiende que se tiendan puentes entre psiquiatría y psicología y la religión
Psiquiatría y espiritualidad no siempre han ido de la mano. Más bien, se han mirado con recelo, una situación que parece llegar a su fin después de que psiquiatras y psicólogos reconozcan la necesidad de tener en cuenta la vida de fe de una persona a la hora de tratarla y de que la religión, en este caso la católica, esté acudiendo a estas ciencias para ayudar de una forma integral al ser humano.
Así, a bote pronto, parecen disciplinas lejanas.
Sí, es verdad que parecen mundos muy distintos, pero se está abriendo el diálogo entre ambos mundos. Hace años, era casi imposible. Los psiquiatras que nos interesábamos por la espiritualidad teníamos casi que escondernos porque nos consideraban raros. Actualmente, en parte gracias al auge de la meditación y del mindfulness los psicólogos y psiquiatras se han empezado a abrir más a la parte espiritual.
¿No tenía en cuenta esta dimensión de la persona?
La verdad es que no mucho, al menos no explícitamente, pero la psiquiatría vive hoy una crisis quizás de sentido. Nos preguntamos qué hacemos y cómo lo hacemos y si es incompleto nuestro enfoque. La psiquiatría parece haberse quedado sin alma, y da la impresión de que a veces lo que hacemos no sea más que un maquillaje psicológico… También veo una crisis de sentido a nivel global en nuestra cultura, que afecta a la psiquiatría y a la psicología, que se han quedado cojas y quizás por eso hay más apertura a otras perspectivas.
¿Es posible acercar posturas?
Antes, como he dicho, el psiquiatra que investigaba cuestiones de espiritualidad y religión era raro; en cambio ahora aparecen cada vez más colegas que tienen curiosidad sobre estas cuestiones. Además, en la actualidad, hay más gente con preguntas e inquietudes espirituales, a pesar de que se hayan alejado de la religión. También son muchas las personas las que solicitan un psiquiatra o psicólogo que entienda y que respete su religión y espiritualidad.
Usted ha ido un paso por delante.
Quizás… He respondido a una inquietud personal y he querido escuchar las necesidades de las personas. Pero no es algo tan nuevo, desde los años 60 esta inquietud es muy explícita en la psiquiatría y en la psicología, pero fuera de España. No es solo que a mí me interese, es que a la gente le hace falta. En realidad, se trata de ayudar a la persona en todas su dimensiones –cuerpo, mente y espíritu–, de entenderla de una forma global.
Pero tendría alguna inquietud…
Desde que decidí entrar en Medicina, tenía claro que quería ser psiquiatra porque quería entender al ser humano. Pero me di cuenta de que la ciencia era insuficiente y de que necesitaba una visión más amplia. Ahí entraron en juego la filosofía y las religiones, en las que hallé una gran sabiduría psicológica, sobre todo en los místicos. Por ejemplo, en santa Teresa de Jesús. Y no es que pretenda invadir, al abordar esta dimensión, el terreno propio del sacerdote, sino que se trata de ayudar a la persona que viene con toda su realidad bio-psico-socio-espiritual. El paciente puede querer expresar cuestiones de su vida espiritual o poner de manifiesto un conflicto que le genera su espiritualidad, o bien es posible que su estado psicológico altere su vivencia espiritual, pues hay formas sanas y enfermas de vivir la fe. Entonces, el profesional tiene que tenerlo en cuenta para ayudar a vivirla de una manera sana o para ser un apoyo más en una crisis espiritual.
Parece un terreno difícil de delimitar. ¿No es así?
Efectivamente. Por ejemplo, a veces, diferenciar entre una noche oscura del alma y una depresión es complicado. Se mezclan cosas. Es complejo, pero de lo que se trata es de ayudar a que la gente esté más integrada en todas sus dimensiones y por eso hay que tender puentes entre psicología, psiquiatría y espiritualidad.
¿Usted cómo lo hace?
Intento tener una visión antropológica integradora, que tenga en cuenta las diferentes dimensiones y, a la vez, respetar cada parcela. Yo no puedo hacer una intervención espiritual, ni me pongo a rezar con un paciente en la consulta, pero sí considero necesario tener en cuenta su vida espiritual para comprenderle. Porque muchos problemas se agravan porque no se entiende la parte psicológica desde la fe y, en otros casos, porque la psiquiatría no respeta o no entiende la espiritualidad.
En este sentido, ¿puede ayudar la fe ante un trastorno psicológico? ¿Y empeorarlo?
Desde luego, puede ser de gran ayuda, pero también un perjuicio si se vive de manera equivocada o distorsionada.
Explíquese.
Se puede agravar la herida de alguien que tiene una depresión cuando, al verle triste y apagado, le decimos que está así porque se ha alejado de Dios y que tiene que rezar más. Esto es una barbaridad y un maltrato, además de una muestra de incomprensión. Si uno tiene gripe y ese día no sintoniza con un sacramento o no puede asistir, todo el mundo lo entiende. Si en lugar de una gripe padece una depresión, se tiende a culpabilizarle. A veces, se da este punto de incomprensión, más acentuado en las comunidades religiosas, donde se puede llegar a plantear que uno tiene que lograrlo todo a través de la vida espiritual y la oración. Un psicólogo americano (John Welwood) habla del «bypassespiritual», es decir, eludir la situación real de los problemas, escapándose al mundo espiritual. Por ejemplo, rezar para que se arregle un problema con el marido, en lugar de hablar con él; o rezar porque estoy enfermo, pero no cuidarse.
Interesante…
Muchos problemas psicológicos se agravan cuando se enfocan inadecuadamente en el mundo religioso. Y existen ciertos problemas psicológicos que han llevado a una visión distorsionada de la fe, derivados de inmadureces psicológicas, problemas mentales o falta de comprensión a uno mismo. Podríamos incluso decir que ciertos problemas en la Iglesia pueden surgir de problemas psicológicos. Vuelvo a santa Teresa. Ella hablaba de las monjas a las que les daban «pasmos largos», que era una especie de estado de estar enganchadas a la oración, sin querer hacer nada más, de una manera exagerada. Ante esta situación, les prohibía rezar y les indicaba hacer tareas domésticas, para conectarse con la realidad. Cuentan otra anécdota de que una monja le dijo que si no comulgaba varias veces al día se iba a morir. Ella le respondió que ninguna de las dos comulgaría en los próximos días para ver qué pasaba. Santa Teresa era muy psicóloga.
El Papa confesó hace poco que había acudido al psicoanalista en una ocasión. ¿Puede ayudar a normalizar la importancia de cuidar la salud mental entre los católicos?
El Papa muestra que es un ser humano, que ha tenido un problema, lo ha reconocido y ha pedido ayuda. Es una muestra de sensatez y de humildad que alguien como él, con esa visibilidad, lo diga con tanta naturalidad. Existe la creencia de que uno va al psicólogo porque está loco y esto no es así. La mayoría de mis pacientes tienen mejor salud mental que la media porque al menos reconocen que tienen un problema y lo quieren arreglar.
También parece que está introduciendo ciencias humanas como la psicología, la psiquiatría o la sociología en los procesos formativos de los sacerdotes o en el tratamiento de cuestiones familiares.
Yo plantearía que nociones básicas de salud mental son necesarias para todo el mundo para comprender mejor al ser humano. Pero esto es especialmente importante en personas que tienen la responsabilidad que tienen los sacerdotes. Han de estar en un mínimo estado de buena salud mental para poder ayudar a otros adecuadamente.
Francisco da gran importancia en este sentido al discernimiento en cada situación y no solo a la norma. Pienso en cuestiones de familia que pueden generar controversia y en las que la psicología puede ayudar.
En el ámbito de la familia, hay que trabajar mucho. A veces se dice que la familia es lo mejor, que hay que defenderla… Y estoy de acuerdo, pero si escuchas a personas que yo trato, abusadas por sus padres o maltratadas por sus madres, ese mensaje entra en conflicto con sus experiencias y tienden a culparse al estar de acuerdo en que la familia es algo bueno. No es su experiencia. La familia adecuada está muy bien, pero cuidado con cómo decimos las cosas. La familia no es un molde ideal en el que si no cabemos ya estamos mal. La normas tienen en ocasiones sentido y en otras no. Se puede leer en el Evangelio. En él vemos que limitarse a las normas es síntoma de inmadurez, inconsciencia y miedo. ¿Cómo es posible que creas tanto en Dios y tengas miedo? Y si crees en el perdón, ¿por qué estás obsesionado con el pecado? Hablamos de una religión de amor y podemos estar todo el día juzgando al vecino, odiando al otro porque no es como nosotros. En este tema hay cuestiones que tienen que ver con la congruencia y la congruencia es un tema psicológico. En este sentido, la fe se vive peor si la psicología no está equilibrada, pues el amor hacia los demás no es posible si no estamos mínimamente en paz con nosotros mismos.
Fran Otero @franoterof
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