Tras haber visitado, el segundo jueves de octubre, la sede del Pontificio Instituto Oriental de Roma, para saludar a los Superiores de la Congregación para las Iglesias Orientales, a los Patriarcas y a los Arzobispos Mayores; y tras encontrarse con los benefactores y con la Comunidad de los Jesuitas, el Papa Francisco presidió, a las 10.15, en la Basílica de Santa María La Mayor, una Concelebración Eucarística por el Centenario de la Congregación para las Iglesias Orientales, que fue instituida por el Papa Benedicto XV con el Motu Proprio Dei Providentis del 1º de mayo de 1917.
En su homilía, el Papa comenzó dando gracias al Señor por la fundación de esta Congregación junto al Pontificio Instituto Oriental, hace exactamente un siglo. Y recordó que en aquel entonces arreciaba la Primera Guerra Mundial; mientras hoy – como ya lo dijo en diversas ocasiones – “vivimos otra guerra mundial, si bien a pedazos”. Por esta razón Francisco afirmó: “Y vemos a tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos de las Iglesias orientales que sufren persecuciones dramáticas y una diáspora cada vez más inquietante. Esto hace que surja tantas preguntas, tantos ‘por qué’, que se asemejan a los de la Primera Lectura del día, tomada del libro de Malaquías (3,13-20 a)”.
Tras recordar que en aquel episodio el Señor se lamenta con su gente diciendo que son duros los razonamientos que hacen contra Él, el Santo Padre agregó:
“Cuántas veces también nosotros hacemos esta experiencia, y cuántas veces la escuchamos en las confidencias y en las confesiones de las personas que nos abren su corazón. Vemos a los malvados, aquellos que, sin escrúpulos, hacen sus propios intereses, aplastando a los demás, y parece que a ellos las cosas les van bien: obtienen lo que quieren y piensan sólo en disfrutar la vida...”.
De todos estos “¿por qué?”, que también aparecen en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma dijo que a ellos responde la misma Palabra de Dios en el pasaje del profeta en el que se lee que el Señor los escuchó. De manera que Dios no se olvida de sus hijos, puesto que su memoria es para los justos, para quienes sufren, están oprimidos y se preguntan “¿por qué?”. Y sin embargo, añadió, “no cesan de confiar en el Señor”.
“Cuántas veces la Virgen María, en su camino, se ha preguntado ‘¿por qué?’; pero en su corazón, en el que meditaba cada cosa, la gracia de Dios hacía resplandecer la fe y la esperanza”.
El Papa Bergoglio reafirmó que cuando se reza se necesita el coraje de la fe; es decir, tener confianza en que el Señor nos escucha. Tener el valor de llamar a su puerta, tal como el mismo Señor lo dice: “el que quiere recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abrirá”. (v. 10).
“Pero nuestra oración ¿es verdaderamente así? ¿Nos implica verdaderamente, implica nuestro corazón y nuestra vida? ¿Sabemos llamar al corazón de Dios?”.
“El hombre – dijo el Papa Francisco hacia el final de su reflexión – llama con la oración a la puerta de Dios para pedir la gracia. Y Él, que es Padre, me da eso y más: el don, el Espíritu Santo”. Y concluyó su homilía invitando a aprender a llamar al corazón de Dios. Y a hacerlo con coraje, con una oración valerosa que inspire y alimente también su servicio en la Iglesia, a fin de que su empeño dé frutos a su tiempo y lleguen a ser como los árboles, cuyas hojas no se marchitan (Cfr. Sal 1, 3).
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)
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