domingo, 17 de septiembre de 2017

COMENTARIO DE SAN JUAN PABLO II AL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO(18,21-35)



¡El perdón! Cristo nos ha enseñado a perdonar. Muchas veces y de varios modos Él ha hablado de perdón. Cuando Pedro le preguntó cuántas veces habría de perdonar a su prójimo, “¿hasta siete veces?”, Jesús contestó que debía perdonar “hasta setenta veces siete”. 

En la práctica, esto quiere decir: siempre. Efectivamente, el número “setenta por siete” es simbólico, y significa, más que una cantidad determinada, una cantidad incalculable, infinita. 

Al responder a la pregunta sobre cómo es necesario orar, Cristo pronunció aquellas magníficas palabras dirigidas al Padre: “Padre nuestro que estás en los cielos”; y entre las peticiones que componen esta oración, la última habla del perdón: “Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros las perdonamos” a quienes son culpables con relación a nosotros (“a los que nos ofenden”).

Finalmente, Cristo mismo confirmó la verdad de estas palabras en la cruz, cuando, dirigiéndose al Padre, suplicó: “¡Perdónalos!”, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 32, 34).

“Perdón” es una palabra pronunciada por los labios de un hombre, al que se le ha hecho mal. Más aún, es la palabra del corazón humano. En esta palabra del corazón, cada uno de nosotros se esfuerza por superar la frontera de la enemistad que puede separarlo del otro, trata de reconstruir el espacio interior de entendimiento, de contacto, de unión. 

Cristo nos ha enseñado con la palabra del Evangelio y, sobre todo, con el propio ejemplo, que este espacio se abre no sólo ante el otro hombre sino, a la vez, ante Dios mismo. El Padre, que es Dios de perdón y de misericordia, desea actuar precisamente en este espacio del perdón humano, desea perdonar a aquellos que son capaces de perdonar recíprocamente, a los que tratan de poner en práctica estas palabras: “Perdónanos... como nosotros perdonamos”. 

El perdón es una gracia, en la que se debe pensar con humildad y gratitud profundas. (…) Cristo nos ha enseñado a perdonar. El perdón es indispensable también para que Dios pueda plantear a la conciencia humana los interrogantes sobre los que espera respuesta en toda la verdad interior.

En este tiempo, cuando tantos hombres inocentes perecen a manos de otros hombres, parece imponerse una necesidad especial de acercarse a cada uno de los que matan, acercarse con el perdón en el corazón y, al mismo tiempo, con la misma pregunta que Dios, Creador y Señor de la vida humana, hizo al primer hombre que había atentado contra la vida del hermano y se la habla quitado, había quitado lo que es propiedad sólo del Creador y del Señor de la vida.

Cristo nos ha enseñado a perdonar. Enseñó a Pedro a perdonar “hasta setenta veces siete. Dios mismo perdona cuando el hombre responde a la pregunta dirigida a su conciencia y a su corazón, con toda la verdad interior de la conversión.

Dejando a Dios mismo el juicio y la sentencia en su dimensión definitiva, no cesemos de pedir: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.

(San Juan Pablo II, catequesis del 21 de octubre de 1981)

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