Venezuela se encamina hacia el abismo con la decisión de Nicolás Maduro de seguir adelante con las elecciones para una Asamblea Constituyente carente de apoyo popular.
El régimen considera un estorbo para su pretensión de un control absoluto del país la propia legalidad chavista, que le ha obligado a ceder espacios de poder a la oposición. Maduro ha optado por dinamitar cualquier puente de diálogo que permita «una solución pacífica y democrática para el país», según la expresión utilizada por el secretario de Estado del Papa, el cardenal Parolin, en su última carta al mandatario.
No ha sido fácil (ni bien entendida) la posición de la Iglesia de intentar facilitar el diálogo entre las partes. Después del domingo será imposible volver a sentarlas. El miedo a un baño de sangre es más real que nunca, por si no bastara con los alrededor de 100 muertos durante las protestas de los últimos tres meses, ni con los estragos que provoca la falta de alimentos y medicinas. Solo queda rezar para que se produzca algún tipo de reacción desde dentro del régimen, o algún giro inesperado dé la vuelta a esta trágica situación.
Alfa y Omega
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