Es una gracia de Dios poder hacernos peregrinos en este mes de agosto. No se trata de andar, porque muchos ni podéis salir de vuestras casas por enfermedad o porque no tenéis los medios para hacerlo. Se trata de hacernos todos peregrinos existencialmente. Hagamos una peregrinación, estemos donde estemos, en este mes de agosto que vamos a comenzar. ¿Para qué? Para construir caminos de paz y encuentro: en las familias reunidas, en las familias visitadas, en las familias que atraviesan dificultades, en las relaciones con todos los que nos encontremos; en vislumbrar modos de convivir entre los hombres buscando luz más allá de nosotros mismos y siendo creativos para eliminar todas las tentaciones de replegarnos y no abrirnos a los que encontremos en el camino, o de responder al odio con el odio y no con amor, a la violencia con la violencia de palabra o con obras y no con la misericordia, al egoísmo con egoísmo y no con generosidad. Hay que establecer modos, maneras y momentos de diálogos sinceros, de relaciones fraternas; tiene que ser una prioridad.
No se trata de andar, de hacer una marcha, se trata de descubrir la necesidad que tenemos de una auténtica conversión de corazón. Seamos capaces de lanzar desde la familia, desde el encuentro, un fuerte mensaje de paz en todos los niveles en los que vivimos la vida. No más instrumentalizaciones desde las ideologías que cada uno de nosotros tengamos, ha de poder más nuestra adhesión a Dios; que nos dice con claridad que somos hermanos porque Él es nuestro Padre, que somos su imagen y no podemos ignorar la condición sagrada que tenemos cada uno de vosotros. Deseo de corazón que esta peregrinación sea una experiencia profunda de encuentro con Jesucristo y cambie nuestro corazón y nuestras relaciones, que nos haga volver a ser constructores de caminos de paz y encuentro. Tenemos la gracia y la oportunidad de hacer esta bella experiencia. Os invito a hacerla en tres tiempos: 1) experimentando la cercanía de un Dios que nos abre a la vida; 2) que nos manifiesta donde está nuestra felicidad (Mt 5, 1-12), y 3) que nos llama a una misión extraordinaria (Mt 5, 13-16).
1. Experimenta cómo Jesucristo te abre a la vida: fijaos en este texto que tantas veces habéis escuchado: la adoración de los magos (Mt 2, 9-12). También nosotros, en los años que tenemos y hemos vivido, hemos oído muchas cosas. Lo mismo que a los magos les habló el rey, a nosotros mucha gente nos habló y nos contó muchas cosas. También nos ha hablado Dios mismo, ¡cuántas veces hemos escuchado su Palabra! Y sin embargo, no siempre nos hemos dejado dirigir por esa Palabra de Dios. Fueron otras palabras a las que hicimos caso. Hoy, en este camino que estás haciendo, con la confianza que te da ir de la mano de María, haz una experiencia de silencio. Haz silencio, escucha, oye. Cuando hiciste el camino haciendo caso omiso a Dios y oyendo palabras que provenían de otros como tú, ¿qué sentías?, ¿qué experimentabas?, ¿cómo te encontrabas?, ¿a dónde ibas?, ¿qué significaban los demás en tu vida?, ¿quién eras tú? Pero cuando has escuchado la Palabra que Dios mismo te dirigía, ¿qué has vivido?
Has conocido a Jesucristo. Haz un acto de adoración a su Persona. Es Dios mismo quien nos dice cómo tenemos que ser, hacer y vivir. También tú has tenido señales de la presencia del Señor. Al igual que los magos que vieron la estrella, que se posó en el lugar donde estaba el Niño, has visto muchas señales que te han hecho experimentar que el Señor es el Camino, la Verdad y la Vida. Atrévete a entrar por ese camino, no te acobardes, no hagas valer tus derechos, descálzate como Moisés y escucha al Señor que te dice lo que tienes que hacer. Entra en la presencia del Señor. Haz un acto de adoración al Señor. Él vive en medio de nosotros. Y para entrar en su presencia, te invito a que lo hagas con María. Ella te lo ofrece: desea que entre en tu corazón, te lo presenta, quiere que ocupe toda tu vida.
Si no sales, visita el templo de tu parroquia y, si sales y puedes visitar un santuario de la Virgen, ante la imagen de María, póstrate en presencia del Señor y adora, contempla. Descubre lo que cambia todo a partir de experimentar que Dios ha venido para hacerse Hombre y vivir con los hombres. Solidario con nosotros en todo lo que somos como hombres, menos en el pecado. Y solidario con nosotros para sacarnos del atolladero del cual nunca hubiéramos podido salir. Solo Dios nos puede sacar de la impotencia, de la oscuridad, de la muerte. Se hace Hombre para igualarse a nosotros y para sobrepasar lo nuestro y darnos su vida misma.
Abre toda tu vida y entrega al Señor todo lo que tienes, ponlo en sus manos como lo hizo María. ¿Cuáles son tus riquezas? ¿Qué estás dispuesto a darle? En este momento histórico que estamos viviendo, se necesitan cristianos que arriesguen todo para dar a conocer a Jesucristo a los hombres. Hay que decir con fuerza y convicción que el camino del hombre es Jesucristo. Ya se han probado otros caminos y ya vemos los resultados. Hoy, desde este silencio y dando la mano a María, ¿qué estás dispuesto a dar de ti al Señor?
2. Experimenta con Jesucristo la felicidad: ahora ten presente el texto de las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12). Vas por el camino como peregrino, junto a otros. Si eres un hombre cabal, seguro que piensas en hacer muchas cosas, pero muy a menudo te haces consciente de que quieres hacerlo todo contando solamente con tus fuerzas. Así vas al fracaso, a ser un descontento permanente, a vivir en la desilusión y la desesperanza. Sitúas tu quehacer en horizontes muy pequeños y raquíticos. Te invito a conversar con quien va contigo en el camino sobre tu vida, tus tareas, tus ilusiones, tus frustraciones, tus ideales. No te de vergüenza conversar sobre lo que es cotidiano en tu existencia. Camina con firmeza, habla desde el corazón, desde la profundidad de tu alma.
En esta conversación, introduce la presencia del Señor en tu vida. Él va con nosotros. Nos está viendo cómo estamos y está caminando con nosotros. Acércate a Él como lo hicieron sus primeros discípulos. Quizá eres pobre o manso; quizá estás llorando por motivos muy diversos o tienes hambre de tantas cosas, también de justicia; quizá eres misericordioso y limpio de corazón; quizá trabajas por la paz y eres perseguido por situarte ante los demás como defensor de sus derechos; quizá te injurian o dicen mentiras contra ti. No importa cómo estés. Lo que importa es que Jesús, estés como estés, te dice bienaventurado, feliz, dichoso. Escucha de sus labios estas palabras para ti: dichoso, bienaventurado, feliz. Porque la dicha no viene por lo que te esté sucediendo, sino por la presencia real y verdadera del Señor en tu vida. Él es quien te da la felicidad, quien te abre horizontes, quien te entrega esas palabras de acogida tan preciosas: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré».
Y lo que dice Jesús, importa que tú se lo digas a los demás que caminan contigo. Diles con firmeza: dichosos, felices, bienaventurados. Hazlo de corazón. No tengas miedo a decirlo, pues es verdad. Pero tienes que hacerlo desde donde esto tiene sentido y fuerza, saliendo de labios de Jesús. Experimenta con quienes van de camino contigo que la felicidad, la dicha, la bienaventuranza, la da Jesucristo y solamente Él. A pesar de las situaciones que lleguen a tu vida, la salida a todo solamente la da Jesucristo. ¿Quién es Jesucristo para ti hoy? ¿Cómo es tu relación con Él? Díselo a quien va a tu lado, a quien hace el camino contigo.
3. Experimenta con Jesucristo la misión de tu vida: el Señor nos dice que somos sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13-16). Hemos llegado a la meta que habíamos previsto, ante un Crucifijo o ante una imagen de María que tenga en sus brazos a Cristo, descubre la aventura que comenzó hace XXI siglos. Cuando estamos en una época nueva y se someten formas y modos de entender al ser humano muy diferentes, descubramos el modo de entender al ser humano que nos ofrece Jesucristo y nos presenta su Madre María cuando nos dice en la bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga». Es una llamada a mantener la presencia de Jesucristo y a ser sal de la tierra y luz del mundo. Escucha las palabras que hoy nos dirige el Señor: «Vosotros sois la sal de la tierra […]. Vosotros sois la luz del mundo». ¡Qué afirmación la del Señor para hablarnos de nuestra identidad y de nuestra misión! El día de nuestro Bautismo, recibimos la Vida del Señor y esta nos entregó una misión extraordinaria. Este ha sido el acontecimiento más grande y más extraordinario de nuestra vida. Todos los demás acontecimientos tienen que ser interpretados desde este.
En la cercanía de María, experimenta esta gran misión. Él te ha dado su Vida para que la hagas presente en esta historia, en medio de los hombres. Tienes que dar sabor a la vida y a la historia humana. Y tienes que ser luz en medio del mundo en el que hay tantas sombras. ¿Qué sabor necesita esta humanidad para quitar todo lo insípido? ¿Qué luz tiene que existir en este mundo para eliminar todas las oscuridades que aparecen? ¿Dónde está lo insípido de esta humanidad? ¿Dónde están las oscuridades? El camino de peregrino tiene meta y compromisos. ¿Cómo quieres tú ser sal de la tierra y luz del mundo? ¿Qué compromisos tienes que asumir?
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro, arzobispo de Madrid
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