Trazar nuevas fronteras en Oriente Medio según criterios étnicos o religiosos generaría muchos más problemas de los que resolvería
La derrota militar del Daesh supone un gran avance, pero queda un largo camino hacia la paz en Irak, que ni siquiera tiene garantizada su supervivencia como país. Por un lado no les falta razón a los kurdos cuando afirman que se han ganado a base de sangre, sudor y lágrimas el derecho a tener su propio estado, algo que les negaron hace un siglo franceses y británicos con el infame acuerdo Sykes-Pikot para trazar a conveniencia las fronteras. Tampoco mienten los sunitas, la minoría más importante de Irak, al acusar de sectario al Gobierno chiita de Bagdad, razón por la cual muchos recibieron al Daesh como a un grupo libertador. Ni falta a la verdad, por su parte, la comunidad chií al recordar que, con Sadam Hussein, fueron ellos, la mayoría de la población, los humillados durante nada menos que 25 años. Exactamente lo mismo que pueden achacarles en Siria los sunitas a los chiitas protegidos por Al Assad. Pero siendo todos estos argumentos ciertos, trazar hoy un nuevo mapa en Oriente Medio según criterios étnicos o religiosos generaría muchos más problemas de los que resolvería. Significaría abrir una caja de Pandora que resucitaría viejos fantasmas y haría estallar múltiples conflictos latentes en la región.
La propuesta que siempre ha mantenido la comunidad caldea (mayoritaria entre la minoría cristiana) es un Irak unido que respete los derechos de todas las minorías y acierte a integrarlas bajo un mismo concepto laico de ciudadanía. La Iglesia, en la medida de sus posibilidades, ha desempeñado en el pasado un importante papel mediador, pero los cristianos han sido prácticamente barridos del mapa y los últimos años han dejado divisiones que va a costar mucho superar. La comunidad internacional debe extraer lecciones de lo ocurrido y parar los pies a quienes azuzan e intentan sacar partida del conflicto sectario. Derrocar a Sadam Hussein para desentenderse después de la suerte de Irak (excepto a la hora de firmar contratos para la extracción de petróleo) fue la causa de este desastre, que deja alrededor de medio millón de muertos desde 2003. Repetir el error tras la derrota militar del Daesh sería ahora una irresponsabilidad inaceptable.
Alfa y Omega
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