miércoles, 19 de julio de 2017

Sembrar esperanza, no amargura


VER
Ya casi no me dan ganas de ver los noticiarios de la televisión, pues lo que más difunden son robos, asesinatos, accidentes, casos de corrupción, secuestros, fallas del sistema penal o judicial, desgracias por las lluvias, contaminación, casos de pederastia, guerras, etc. Son pocos los ejemplos de éxito, de solidaridad, de honradez, de trabajo, de superación, de familias armónicas, de jóvenes honestos, de políticos rectos, de servidores de la comunidad. Se queda uno con amargura en el corazón, con tristeza y decepción por nuestra realidad. Pareciera que todo está mal. Como dice la propaganda: Lo bueno no se cuenta. ¡Hay tantas cosas buenas entre nosotros, y no se conocen, no se difunden; no son noticia!
Hay personas en nuestra sociedad, e incluso en nuestros grupos, que son especialistas en descubrir y resaltar el prietito negro en el arroz. Sólo tienen ojos, mente y corazón para denunciar lo que consideran que está mal. Nunca sale de su boca una palabra alentadora, un agradecimiento, una valoración del bien que alguien ha hecho. Pareciera que alabar a alguien por algo justo y digno es una adulación, una degradación, una traición a la misión profética. Hay corazones amargados y con visiones unilaterales, incapaces de animar y felicitar. ¿Cómo habrá sido su infancia? ¿Por qué siempre están a la defensiva, o mejor dicho, a la ofensiva? ¿Qué complejos vienen arrastrando?
En días pasados, fui a una comunidad tseltal, cien por ciento indígena. Al terminar la Misa, muchas personas se me acercaban con el deseo intenso de recibir una bendición personal. Me querían compartir, más con su rostro que con palabras, sus dolencias, sus enfermedades, sus problemas, y me pedían con insistencia una oración. Para mi sorpresa, pues son pobres, me daban alguna moneda, o un billete de baja denominación, algunos incluso con un papel escrito y con dinero dentro, en que me solicitaban plegarias por algunos de sus familiares enfermos. Me destroza el alma sentir su dolor, su enfermedad, sus carencias, y al mismo tiempo lo poco que puedo hacer para remediar sus males. No me pedían medicinas ni dinero, sino sólo una bendición, una oración. Y al hacerla, en sus ojos brillaba el consuelo, la esperanza, la paz. No dejo de orar todos los días por sus necesidades. Y lo mismo nos pasa con tantos migrantes y personas necesitadas que se nos acercan con confianza. Piden una ayuda económica, pero sobre todo ser escuchados, orientados y animados.
PENSAR
El Papa Francisco, en su catequesis del miércoles anterior a Pentecostés, nos decía: “El Espíritu Santo no nos hace sólo capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros -como El y gracias a El- ‘paráclitos’, es decir, consoladores y defensores de los hermanos, sembradores de esperanza. Un cristiano puede sembrar amarguras, puede sembrar perplejidad, y esto no es cristiano. Quien hace esto, no es un buen cristiano. ¡Siembra esperanza: siembra aceite de esperanza, siembra perfume de esperanza, y no vinagre de amargura y de desesperanza! Y son sobre todo los pobres, los excluidos y no amados, quienes necesitan a alguien que se haga para ellos ‘paráclito’; es decir, consolador y defensor, como el Espíritu Santo hace con cada uno de nosotros. Nosotros tenemos que hacer lo mismo con los más necesitados, con los más descartados, con los que más lo necesitan, los que sufren más. ¡Defensores y consoladores! Que el Espíritu Santo nos haga abundar en la esperanza. Os diré más: Nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que están más necesitados, más descartados, y por todos aquellos que tienen necesidad” (31-V-2017).
ACTUAR
Aprendamos a ponernos en los zapatos de los otros. ¿Qué necesitan? ¿Qué anhela su corazón? ¿Qué les duele? ¿Qué les ayudaría más? ¿Qué puedo hacer por ellos? Si yo estuviera en su situación, ¿qué valoraría más?
Además de ser críticos y denunciar lo que en verdad está mal, pues eso nunca debemos dejar de hacerlo cuando sea necesario, demos ánimos y esperanzas a los que sufren. Si no podemos resolver todos sus problemas, hagamos lo que más podamos por ellos. Que no se sientan solos, sino que cuentan con nuestro apoyo y nuestra solidaridad, material y espiritual.

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