En la Iglesia no hay sitio para quien sigue a Jesús sólo por vanidad, por deseo de poder y por
deseo de acumular dinero.
Ha sido muy claro el Papa Francisco al reafirmar la actitud justa del cristiano que se pone en
camino por la senda del Señor. Y el lunes 5 de mayo, por la mañana, en la misa que celebró en la
capilla de Santa Marta, pidió que nos preguntemos de qué modo seguimos a Jesús.
El Pontífice partió del pasaje de san Juan (6, 22-29) en el que se dice que la multitud, que comió
gracias al milagro de la multiplicación de los panes y de los peces realizado por Jesús, al no verlo
ya, lo va a buscar «a la otra orilla del mar». Jesús, dijo el Papa, «llama la atención de la gente
sobre algunas actitudes que no son buenas y, es más, hacen mal». Después de la multiplicación
de los panes «la gente estaba alegre» por lo que había hecho Jesús, hasta el punto que «querían
convertirlo en rey». Pero Él «huyó, solo. Fue a rezar al monte. Luego, esta gente, que lo seguía
con el corazón, lo amaba, al enterarse que Jesús estaba en la otra orilla, fueron a buscarlo. Jesús
los reprende por esta actitud: “En verdad os digo: vosotros me buscáis no porque habéis visto
signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”». Es como si dijese: «Vosotros me buscáis por
un interés». Y «creo —añadió el Pontífice— que nos hace siempre bien preguntarnos: ¿por qué
busco a Jesús? ¿Por qué sigo a Jesús?».
«Nosotros somos todos pecadores», explicó el Santo Padre. Y, por lo tanto, siempre tenemos
algún interés, algo «que purificar al seguir a Jesús; debemos trabajar interiormente para seguirlo,
por Él, por amor».
Pero también la gente de la que habla el Evangelio lo amaba. «Lo amaba de verdad», destacó el
Papa, porque «hablaba como uno que tiene autoridad». Sin embargo había también ventajas. Y
«en mi seguimiento de Jesús —se preguntó de nuevo el obispo de Roma— ¿busco algo que no
es precisamente Jesús? ¿Tengo rectitud de intención o no?». La respuesta se puede encontrar
en las enseñanzas mismas de Jesús, el cual «indica tres actitudes que no son buenas al seguirlo
a Él o al buscar a Dios».
La primera es la vanidad, en relación a la cual el obispo de Roma hizo referencia a las
advertencias de Jesús contenidas en el Evangelio de Mateo (6, 3-5; 16-17). Y esto, destacó, «lo
dice sobre todo a los dirigentes, que querían hacerse ver, porque les gustaba —para decir la
palabra justa— darse importancia. Y se comportaban como auténticos pavos reales.
Pero Jesús
dice: no, esto no funciona. La vanidad no hace bien».
Algunas veces también «nosotros hacemos cosas buscando sobresalir» por vanidad. Pero,
advirtió el Pontífice, la vanidad es peligrosa porque puede hacernos resbalar hacia el orgullo, la
soberbia. Y cuando sucede esto, «todo se acaba». Por ello, sugirió, siempre debemos
preguntarnos: «¿Cómo hago las cosas? Las cosas buenas que hago, ¿las hago a escondidas o
para que me vean?». Y si Jesús dice esto a los dirigentes, a los jefes, es como si «lo dijese a
nosotros, a nosotros pastores. Un pastor que es vanidoso no hace bien al pueblo de Dios». A
esos dirigentes de los que habla Jesús en el Evangelio les gustaba vestirse con trajes de lujo,
destacó entre otras cosas el Papa. Y confesó que cuando ve «a un pastor, a un sacerdote, a un
obispo que va por la calle vestido majestuosamente, como si fuese a una fiesta mundana», se
pregunta: «¿Qué piensa la gente de esto? Que ese pastor no sigue a Jesús; sea sacerdote u
obispo, no sigue a Jesús. Luego le sigue un poco pero le gusta la vanidad».
Esta es una de las cosas que Jesús reprocha. Y del mismo modo reprende a quien busca el
poder.
«Algunos siguen a Jesús porque inconscientemente buscan el poder», explicó el Santo
Padre. Y recordó las peticiones de Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, que querían un sitio de
poder cuando llegase el reino prometido. «En la Iglesia hay trepadores, y son muchos...»,
comentó el Papa. Pero sería mejor, añadió, que fuesen «hacia el norte e hicieran alpinismo. Y
más sano. Pero no vengan a la Iglesia para trepar». Jesús, recordó también, «reprende a esos
trepadores que buscan el poder. A Santiago y a Juan, a quienes tanto quería, que buscaban el
poder, les dijo: pero vosotros no sabéis lo que pedís, no lo sabéis».
El deseo de poder por parte de los discípulos de Jesús, recordó una vez más el Santo Padre, se
prolongó hasta el último instante, hasta el momento en el que Jesús estaba a punto de subir al
cielo. Ellos pensaban que estaba casi llegando el momento del reino y su pregunta al Señor era:
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«¿Ahora llega el reino, el momento de nuestro poder?». Sólo cuando desciende sobre ellos el
Espíritu Santo, explicó, los discípulos comprenden y cambian de actitud. En nuestra vida cristiana,
sin embargo, «el pecado —destacó el obispo de Roma— permanece. Y por ello nos hará bien
hacernos la pregunta: ¿cómo sigo yo a Jesús? ¿Sólo por Él, incluso hasta la cruz, o busco el
poder y uso a la Iglesia, a la comunidad cristiana, a la parroquia, a la diócesis para tener un poco
de poder?».
Alfa y Omega
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